Acompañamiento a dos bandas
El formador y el director espiritual acompañan de manera complementaria a los seminaristas. Al inicio del artículo anterior decía: “Siempre es conveniente que el acompañamiento sea realizado tanto por el formador como por el director espiritual con la misma intensidad, de modo que se ofrezca una relación formativa “a dos bandas”.
Por tanto, abandonamos la idea, quizá tradicional en muchos seminarios, de que el formador se concentra en asuntos disciplinares y el director espiritual escucha las confidencias de los seminaristas que quieran solicitar su ayuda. Ambos son formadores y ambos tienen la obligación de acompañar sistemáticamente a todos los seminaristas.
¿Distinción en los ámbitos formativos?
Si así son las cosas, surge naturalmente una pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre el acompañamiento que hace el formador y el que hace el director espiritual? En el trasfondo emerge otra pregunta similar: ¿Cuál es la diferencia entre el acompañamiento de los formadores y el que realiza el terapeuta? Una primera respuesta, a trazos gruesos, es simple: No hay una diferencia sustancial. No debe haberla. Tanto el formador, como el director espiritual y el psicólogo deben proceder con una técnica depurada, con conocimiento de la realidad espiritual y vocacional del seminarista y deben hacerlo de un modo riguroso.
No parece un camino válido buscar la especificidad estas instancias por la “materia” del acompañamiento. Porque es imposible, y sería absurdo, aislar los aspectos humanos, psicológicos o espirituales ya que siempre conducirán a la única persona del seminarista. Aquí quisiera distanciarme de otra idea frecuente: que el director espiritual se centre solo en las cosas espirituales. Este modo de proceder redundaría en un daño para el seminarista, porque atenta contra la integridad de su persona.
En el fondo, la persona
Evidentemente el director espiritual necesita incluir en el diálogo con el seminarista los aspectos humanos; el formador, por su parte, necesita conocer al menos en líneas generales cuál es su situación espiritual; y algo similar ocurre al psicólogo. Además, hay un paralelismo profundo entre el desarrollo espiritual y el desarrollo humano de esa única persona.
Tampoco parece muy acertado el recurso a la distinción de fueros, como si el formador trabajase solo en el fuero externo, mientras que el psicólogo y el director espiritual trabajasen en el fuero interno. Nuevamente estaríamos haciendo una distinción de razón que poco o nada tiene que ver con la persona real con la que convivimos todos los días. Todos manejan datos de observación que corresponden al fuero externo y todos conocen confidencias del seminaristas, que pertenecen al fuero interno. Los tres deben distinguir los fueros y están obligados al secreto profesional en lo que se refiere a las confidencias recibidas. Es más, es deseable que el seminarista no haga distinciones de fueros, de modo que exprese su situación con toda espontaneidad y transparencia a sus tres acompañantes.
Conclusiones
1. Los datos que surgen de la convivencia
Un primer dato que llama la atención es que tanto el formador como el director espiritual conviven con el seminarista durante todo el día. De modo que su acompañamiento incluye muchos datos provenientes de la vida cotidiana. Este hecho da a los formadores una ventaja frente a los psicólogos, pues éstos se encuentran con el seminarista solo durante el tiempo limitado de la sesión terapéutica o en una clase. Por tanto, se puede esperar mucho del acompañamiento formativo, si se realiza con seriedad.
Quizá tengamos más suerte enfocando los modos de funcionamiento práctico de estos tres agentes formativos en el seminario. Podemos pensar en un seminario grande, en el que existe un equipo de formadores, un equipo de directores espirituales y un equipo de psicólogos. ¿Cuáles son sus funciones? ¿De qué hablan entre ellos? ¿Cómo intervienen en la formación?
Los formadores
Si el formador utiliza expedientes, éstos le serán de gran utilidad a la hora de preparar los informes, porque tendrá registrados los datos fundamentales y el resultado será un informe más detallado y objetivo. Basándose en la observación, el formador suele llamar la atención a los seminaristas. Esta acción no hay que verla solo como una corrección disciplinar; el formador tiene la obligación de advertir fraternalmente al seminarista aquello que observa en su comportamiento. En el acompañamiento grupal, realizado por el formadores responsable de una etapa, tiene la misión de confrontar los dinamismos grupales que se dan entre los seminaristas para garantizar un clima formativo adecuado.
Los directores espirituales
Los directores espirituales programan y organizan la vida litúrgica y espiritual del seminario a lo largo del año, preparan los ejercicios espirituales y los retiros mensuales, se encargan también de todo lo referente a la capilla y la sacrisitía. No deben preparar informes sobre los seminaristas, ni están presentes en los escrutinios, pero sí escuchan sus confesiones. El director espiritual también tiene un parecer sobre la idoneidad vocacional del seminarista; no prepara informes, pero debe comunicar este parecer suyo al seminarista en privado.
El expediente del director espiritual le ayuda a preparar los momentos de “cierre” con cada seminarista. Les refleja los pasos de maduración que han dado y les ayuda en el discernimiento de sus actitudes cotidianas y también de su vocación.
Aunque hemos dicho que es imposible aislar los aspectos espirituales, sí es competencia del director espiritual introducir al seminarista en esa espíritu y los métodos de la oración y acompañarlo en el discernimiento de las mociones espirituales. Para ello suelen recomendar al seminarista que lleve un diario espiritual. También es de su competencia un seguimiento del desarrollo de las virtudes y de la superación de los pecados, sobre todo cuando son repetitivos.
Un área propia de los directores espirituales es la recomendación de lecturas espirituales que facilitan el desarrollo de la cultura religiosa del seminarista. También les corresponde educar a los seminaristas en el uso de los medios espirituales y en la práctica de las devociones, intentando solucionar las dudas que con frecuencia les asaltan. Es tarea del director espiritual supervisar cualquier práctica religiosa o ascética que los seminaristas asuman de modo individual o en grupo.
2. Un acompañamiento complementario
Ya podemos concluir que el acompañamiento de los formadores y los directores espirituales, aunque no se distingue ni en la materia, ni en el método, ni en lo relativo a los fueros, se complementa profundamente. Incluso podemos afirmar que ambos son necesarios y esto conlleva la exigencia de que tanto los formadores como los directores espirituales vivan en el seminario, se consideren parte de un solo equipo formador y asuman como equipo el proyecto formativo y los itinerarios correspondientes.
Los psicólogos
Los psicólogos tienen una intervención más puntual y marginal en la vida del seminario. Se pueden encargar de impartir las clases de psicología. También pueden dar charlas formativas propias de su especialidad y organizar alguna especie de terapia grupal. Sobre todo, acompañan a algunos seminaristas por medio de la terapia durante un período limitado de tiempo. Nótese que la terapia se realiza solo con algunos, contrastando con lo que hemos dicho de los formadores y directores espirituales, que acompañan sistemáticamente a todos los seminaristas.
Pero los psicólogos no conviven con ellos ni los observan en la vida cotidiana, como hacen los formadores y directores espirituales. Objetivamente su visión es más limitada. No les compete dar una opinión sobre la idoneidad vocacional de los seminaristas. Si dan algún informe, cosa cada vez más difícil, será con autorización expresa del seminarista y se centrará en lo que se refiere a su salud psíquica. La intervención del psicólogo tiene mas similitud con la que harían otros profesionales: el médico, el preparador físico, el nutricionista, el sociólogo, etc.
Con esto no quiero minusvalorar la intervención del psicólogo. Es importantísima y en algunos momentos puede ser crucial en el proceso formativo del seminarista. Como también puede ser crucial la intervención de un médico o de un nutricionista, etc.
3. Los profesionales, en el marco del acompañamiento de los formadores
Así llegamos a una tercera conclusión. La intervención de los profesionales viene precedida y como envuelta por el acompañamiento del formador y el director espiritual. Esto exige que valoren y respeten la competencia propia del profesional, incorporándola como parte del acompañamiento que realizan.
Si queremos ahondar un poco más en la distinción entre el acompañamiento de los diversos agentes de la formación, podríamos adoptar el punto de vista existencial del seminarista. Nos preguntamos: ¿Cuál es su experiencia cuando acude al profesional, al director espiritual y al formador?
Uno se acerca a los profesionales confiando en su competencia. A alguno le puede resultar más difícil dejarse ayudar en un aspecto determinado, pero al final terminará valorando los resultados. Es sin duda una bendición contar con la ayuda de personas especializadas que facilitan la maduración de los seminaristas en aspectos concretos de su personalidad. Cuando el seminarista va al médico, al psicólogo, al nutricionista, al preparador físico, al sociólogo y a otros especialistas concentra temporalmente su atención en ese aspecto.
Es lógico que tanto el estrés que produce al seminarista la ayuda profesional, como el gozo de los hallazgos que consigue se reflejen en la entrevista con el formador y el director espiritual. De ahí que los formadores deban dar la debida importancia a lo que está ocurriendo y requieran la mayor preparación posible en esas áreas profesionales, de modo que puedan valorar la actuación de cada profesional, respetarla y secundarla, para después integrarla como parte del proceso formativo. Para conseguir esta sensibilidad, el camino más corto es sin duda que el mismo formador se deje acompañar por el médico, el psicólogo, el nutricionista, el preparador físico, el sociólogo y otros especialistas.
Es normal que tanto el estrés que produce al seminarista la ayuda profesional, como el gozo de los hallazgos que consigue se reflejen en la entrevista con el formador y el director espiritual.
La conexión entre los valores espirituales y los valores naturales
Una labor importante del director espiritual y del formador será conectar los valores espirituales con los valores naturales que los profesionales están potenciando, de modo que el seminarista descubra como voluntad de Dios, por ejemplo, el aprender a gestionar mejor sus impulsos y su afectividad, adoptar un régimen de descanso, alimentación y deporte, reconocer y agradecer su origen social o cuidar su salud. Estamos apuntando hacia la maduración de la persona, que es lo que a todos nos interesa.
El crecimiento de los seminaristas en los distintos aspectos que acompañan los profesionales puede incidir, directa o indirectamente, en el discernimiento de su vocación sacerdotal. Esto ocurre principalmente cuando la opción vocacional estaba relacionada con realidades no afrontadas de cualquiera de las áreas profesionales. Tarea de los formadores será ayudar a los seminaristas en la adecuada integración de estos elementos.
Por ejemplo, un conflicto con la imagen paterna puede condicionar la relación del seminarista con Dios, con la autoridad en la Iglesia y con los mismos formadores. Clarificar las dudas de un seminarista sobre el funcionamiento de sus órganos sexuales puede incidir fuertemente en su interpretación y vivencia del celibato. Una mayor aceptación de su origen socio-económico incide fuertemente en la libertad del seminarista para servir a toda clase de personas en el ministerio sacerdotal. Quise poner estos ejemplos para poner de relieve que no se trata de cosas de poca importancia en relación con la idoneidad para el ministerio sacerdotal.
4. El formador debe conocer las áreas especializadas
El recurso cada vez más frecuente a los profesionales pone de relieve la importancia de que el formador posea una cultura suficiente sobre cada área profesional, permanezca dispuesto a aprender y desarrolle las habilidades necesarias para incorporar el aporte profesional en el proceso espiritual y formativo.
¿Cómo se acerca el seminarista al formador responsable de su etapa y en su caso al rector? Evidentemente entra en juego la figura de autoridad. Además, se está preparando la relación del futuro sacerdote con el obispo. Es fácil que este solo hecho suscite un notable nerviosismo. La meta es que el seminarista consiga una confiada manifestación de sí mismo, dando a conocer a quien representa la autoridad su propia verdad en los distintos aspectos de su persona.
Consecuentemente, el acompañamiento del formador deberá caracterizarse por una tal cercanía y respeto hacia el seminarista que sea capaz de suscitar su confianza y de prepararlo para la relación con la autoridad en el futuro. Como se puede observar, no es poco lo que está en juego cuando consideramos el modo de la relación del formador con el seminarista.
5. Acompañamiento que suscita confianza
El acompañamiento del formador debe ser de tal calidad y calidez humana que suscite la confianza del seminarista y esto al grado de compensar incluso las deficiencias que pueda experimentar en relación con la imagen paterna. Esto implica un auténtico ejercicio de la paternidad espiritual.
¿Cómo se acerca el seminarista al director espiritual? Seguramente hay una diferencia notable en relación con el formador. La dirección espiritual es vista por los seminaristas como un ámbito “seguro” en el sentido de que está garantizado el sigilo, casi como en el sacramento de la reconciliación. Además, en muchas ocasiones, el director espiritual es un sacerdote mayor, lo cual suscita una especie de relación nieto-abuelo.
Si el reto del formador era ganar la confianza en el acompañamiento, el desafío del director espiritual será garantizar la seriedad y la exigencia. En este sentido ambas relaciones vuelven a ser complementarias: confianza con quien representa oficialmente la autoridad; exigencia con quien representa oficialmente la intimidad.
Para responder a este desafío, el director espiritual requiere preparación teórica y práctica, junto con un conocimiento detallado de los procesos espirituales, pero sobre todo deberá ejercer la misericordia, buscando ante todo el bien y el crecimiento espiritual e integral del seminarista. Como director espiritual, en más de una ocasión deberá desenmascarar los autoengaños y confrontar íntima y profundamente al seminarista. Esta acción es también misericordiosa y así debe percibirla el seminarista.
El director espiritual con frecuencia hace la función de puente entre el seminarista y el formador o el rector. En ocasiones le pide que comunique la verdad a los formadores. Otras veces le pedirá permiso para comentar algún punto con el formador. En otras ocasiones le manifestará su parecer sobre su idoneidad vocacional. Todo ello requiere una gran delicadeza y prudencia.
6. Ayuda a caminar en la verdad
El acompañamiento del director espiritual deberá descubrir al seminarista el valor de la misericordia que le ayude a caminar en la verdad.
Para terminar, quisiera retomar la idea inicial: no hay una diferencia sustancial entre el acompañamiento del formador y el director espiritual y, sin embargo, hay un modo existencial de situarse en el acompañamiento que no solo los hace diferentes, sino sobre todo complementarios.
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