Pastoral de la Vocación

Razón y fe, un camino seguro para el futuro sacerdote

Categorías Cultivar Intelectual
Este artículo está escrito por Karina Caicedo

El camino formativo de los seminaristas debe estar dirigido y sostenido evidentemente sobre el pilar de la fe. Sin embargo, esto no significa que la esfera intelectual sea menos importante, puesto que, a través de ella, el formando obtendrá herramientas para la defensa de su fe. Por tanto, la preparación intelectual es de suma importancia para que, primero, los seminaristas comprendan su fe y, segundo, para que sean capaces de explicarla y enseñarla a la comunidad a la que sirven. Esto les permitirá mantenerse en constante relación con la gente, generando espacios en los que compartan una enseñanza sentida y vivida desde sí mismos.

Herramienta para la comprensión de la fe

Si bien es cierto que la doctrina cristiana se halla establecida en documentos oficiales y se sostiene en las Sagradas Escrituras, es necesario para el hombre comprenderlas desde su propia realidad. No decimos con esto que las interprete de manera personal, sino que, más allá de solo leerlas y repetirlas porque así se ha dicho, que las entienda. Solo bajo ese entendimiento podrá practicar y enseñar dicha palabra. De modo que los seminaristas deben recibir una formación intelectual estricta y amplia que les brinde herramientas conceptuales para la comprensión del dogma. Dentro de estas herramientas conceptuales resultan especialmente importantes las que nos aporta la metafísica.

La comprensión racional del dogma, nutrida por la metafísica, permitirá al seminarista superar sus propias dudas o incluso las crisis de fe. Puesto que podrá darse cuenta de que la verdad en la que cree es también objeto de explicación intelectiva sin que se halle contradicción en ella. De manera que la fe se ve fortalecida, ya que no solo se “somete” a lo que dicen y enseñan que “debe” creerse, sino que sacia el anhelo inherente del ser humano de saber. Por eso, aunque la fe es el pilar fundamental en la formación del seminarista, la preparación racional y la comprensión metafísica de la verdad, le surte de elementos que le ayudan a defenderla, incluso de sí mismo.

Por otro lado, como laicos y parte del equipo formativo en un seminario, podemos dar fe de que la comprensión racional de la doctrina de la Iglesia es absolutamente necesaria. Esto se debe a que los seminaristas, futuros sacerdotes, se mantienen ―y si no, deberían mantenerse― en constante relación con la sociedad. En ese servicio, diariamente se enfrentan a problemas de fe, de mal entendimiento de la Palabra, de vidas en crisis, de quienes se presentan como ateos, circunstancias en las que deben presentar respuestas claras. Respuestas que no serán eficientes si solamente apelan a la Revelación, puesto que, en el trato con estas personas, la autoridad de la misma desaparece ya que en su mala comprensión se halla la duda y la crisis.

Entonces, la explicación racionalizada de la fe es clave para salvaguardar la verdad. De manera que el seminarista, que aspira a ser guía de una comunidad, pueda de maneras distintas enseñar la doctrina. Decimos de maneras distintas porque deberá saber llegar a las personas de diferentes realidades: con estudios, sin estudios, creyentes, ateos, niños, adultos, ancianos. Además, estará mejor preparado para responder y enfrentar los problemas sociales, y con ellos de fe, que van dejando las nuevas ideologías. Consiguiendo responder a las malas interpretaciones sobre el papel de la Iglesia en la sociedad.

La razón como complemento

Es pues la razón, la preparación intelectual, la comprensión metafísica de la doctrina católica un factor de extrema importancia para la formación integral del seminarista. Con ello no desplazamos la importancia de la fe y del fortalecimiento de la espera espiritual del mismo, sino de la complementariedad que debe existir entre ambas esferas. Es importante que los seminaristas comprendan que no se trata de recitar versículos de las Escrituras, sino que deben entender lo que creen para que en su práctica, lo enseñen.

De modo que no se trata de un desprendimiento de la fe para asirnos a la razón, buscando pruebas infalibles en este mundo, sino que es un llamado a trascender lo material de forma intelectual. Se trata, entonces, de fundamentar la fe, de consolidarla a través de la característica más humana: la razón. De esta manera el seminarista podrá enfrentarse a las preguntas, dejando de lado la repetición de palabras que no entiende, para, a diferentes cuestionamientos, responder clara y fundadamente. Se da así un encuentro e identificación entre su fe, su convicción, y aquello que racionalmente comprende.

Importancia de la filosofía

Entendida la importancia de la comprensión racional del dogma, afirmamos que la formación filosófica del seminarista debe encaminarse constantemente al entendimiento metafísico de la Palabra. De ese modo la Verdad quedará descubierta y el formando obtendrá las herramientas necesarias para difundirla. Entonces, la filosofía, especialmente la metafísica, son áreas que no deben ser tomadas solamente como requisitos para pasar a la formación teológica, puesto que es la fuente de comprensión de la doctrina. Si no entienden metafísicamente al Ser, a la Causa, a la Actividad, no les será posible comprender correctamente los contenidos teológicos que partirán de dichos conceptos.

Es así qué los formadores debemos comprometernos en, primero, hacer el ejercicio racional de comprensión de nuestra fe, que, una vez sentida, puede también ser explicada. Claro está que no se trata de una descripción empírica de la misma, pero sí de una evidencia a la razón. Lo que implica ir más allá de la percepción inmediata para apelar a la abstracción y a la relación del ser con su fundamento. Segundo, hemos de comprometernos a guiar a nuestros formandos en su proceso intelectual de comprensión de la doctrina, para evitar equívocos y confusiones. Pues la razón propia se nubla en las crisis y requiere de dirección para no errar el camino.

Finalmente, y teniendo en cuenta lo dicho, destacamos la importancia de la relación formador-formando. Misma que debe facilitar el diálogo para que las crisis no se vivan en soledad y lleven al abandono no solo del Seminario sino de la Iglesia. De modo que el entendimiento de la fe sirva al fortalecimiento de la misma, consiguiendo además la respuesta a dudas que nacen de nosotros mismos o que nos impone la sociedad. Así pues, en esa relación de diálogo, se logrará la apertura real y auténtica tanto del formador como del seminarista para el sustento de su vocación.

1 Comentario

  1. YEINER

    Dios les bendiga mucho a todos los que con mucho amor están al frente de la coordinación de la pastoral de la vocación.
    He leído sus artículos publicados y son reflexiones que tienen que ver con las realidades mismas de la iglesia.
    Muchas bendiciones.

    Con fraternal afecto.

    Yeiner Sevilla de los misioneros apóstoles de la palabra. Nicaragua.

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