Pastoral de la Vocación

Acompañar procesos formativos

Acompañar la integración: claves ante el riesgo de la doble vida

Este artículo está escrito por Francisco Ceballos

Este artículo es continuación de: La doble vida: un desafío para la formación sacerdotal.

La experiencia de la doble vida no es solo un problema moral o disciplinar; es, sobre todo, el síntoma de una fractura interior profunda que debe ser acogida, comprendida y acompañada. Si en el artículo anterior señalábamos este fenómeno como uno de los desafíos actuales más urgentes para la formación sacerdotal, ahora damos un paso más: ¿cómo se puede acompañar a quien vive este conflicto?

Escuchar sin precipitar diagnósticos

La doble vida no es siempre indicio de una patología severa, pero sí de una división interior no resuelta. Es lo que leemos en el artículo del P. Babu: se trata muchas veces de una “scissione verticale” (escisión vertical), donde dos aspectos de la personalidad coexisten sin integrarse, generando una oscilación continua entre verdad y no verdad. La verdad de la persona se verifica en aquellos valores vocacionales que ha elegido vivir y que integra como parte de su identidad; la no verdad, en cambio, se refiere a aquellas necesidades autorreferenciales, o valores convenientes, que entran en contradicción con los valores vocacionales, por ejemplo: el valor del servicio como constitutivo de la vida cristiana y el exhibicionismo que busca el reconocimiento y el aplauso para reforzar la identidad.

¿Dónde está el problema? La persona o no es consciente de la escisión en su personalidad, o simplemente ha anulado la tensión conflictiva, es decir, ya no es capaz de percibir la contradicción: no la ve, la justifica, la normaliza y la defiende cuando queda en evidencia.

Reconocer la raíz afectiva del conflicto

En otro artículo de Emilio Gnani, «La doppia vita: dal problema alla guarigione», el autor destaca que en muchos casos estas divisiones tienen origen en heridas afectivas tempranas que dificultaron la construcción de una identidad coherente: estilos de apego desorganizado, carencias afectivas por ausencia o abandono de uno o de ambos progenitores, figuras paternas ambivalentes o represión de emociones intensas en la infancia. Estas experiencias, entre otras, pueden generar un suelo propicio para la disociación posterior. Reconocer esto no es justificar los actos, sino iluminar las causas profundas que los sostienen.

El proceso de reconocimiento debe comenzar por una revisión profunda de la propia historia de vida, narrada a partir del modo en que se establecieron las relaciones constitutivas de la infancia y la adolescencia. Es interesante observar que la vía de acceso a este tipo de narración suelen ser las emociones que se generan en las relaciones actuales. Por ejemplo, una relación conflictiva con un formador puede despertar una rabia desproporcionada que, al ser explorada, remite a experiencias de humillación anteriores. Explorar estas heridas abre una ventana al reconocimiento de aquello que condiciona el modo actual de relacionarse. Este proceso requiere un ámbito de acompañamiento profundo y confiado, ya sea con el formador o con el psicólogo acompañante.

Generar continuidad en la conciencia

Un paso decisivo es favorecer la integración de la conciencia, ayudando a la persona a unir sus experiencias, emociones y actos bajo un mismo nombre y narrativa. Gnani propone algo tan simple como usar siempre el nombre propio en todo contexto, como forma de afirmar la identidad unificada. También recomienda acompañar en una revisión honesta de la propia historia, sin ocultar “cartas del mazo”.

En el acompañamiento a seminaristas, por ejemplo, es frecuente que algunos tiendan a hablar de sí mismos en tercera persona al referirse a momentos difíciles del pasado (“ese chico que era muy inseguro”); el acompañante los invita a decir: “yo fui ese chico inseguro”, favoreciendo así la apropiación personal de la historia. Otro caso concreto es el de un seminarista que, al narrar su vocación, afirma: “Cuando entré al seminario, empecé una vida nueva”, evitando toda referencia a su etapa anterior, marcada por una relación afectiva intensa y el abuso ocasional del alcohol. En el proceso de acompañamiento, se lo ayuda a narrar su historia completa, reconociendo que esas experiencias previas, aunque dolorosas, también forman parte de su búsqueda de sentido y de Dios. Al integrarlas en su relato vocacional, deja de verlas como una amenaza o un obstáculo, y comeienza vivirlas como una parte reconciliada de su biografía, que incluso le permite comprender y acompañar mejor a otros.

Aceptar el ritmo del proceso

Toda exigencia de cambio inmediato o de corrección drástica puede reforzar el mecanismo de negación que sostiene la doble vida. Por tanto, una clave fundamental en el acompañamiento es no empujar al sujeto a eliminar abruptamente su parte escindida, sino ayudarle a reconocerla, integrarla y reubicarla dentro de su camino vocacional. El acompañamiento ha de ser paciente, sostenido y orientado a largo plazo.

Del refugio a la casa

Muchos comportamientos paralelos funcionan como lo que John Steiner denomina «refugios de la mente» (psychic retreats), es decir, mecanismos de defensa ante el dolor no elaborado que permiten evitar el conflicto interno al precio del aislamiento emocional o de la fragmentación psíquica (Steiner, 1993). Solo cuando se ofrece un entorno seguro, de vínculos auténticos y estables, es posible dejar esos refugios y construir una casa interior, un espacio de verdad, pertenencia y sentido. En el acompañamiento a seminaristas, por ejemplo, puede detectarse este fenómeno en quienes se refugian compulsivamente en actividades comunitarias o apostólicas —siempre disponibles, hiperactivos, pero emocionalmente ausentes— como modo de no confrontar su propia fragilidad o heridas no sanadas. En un caso concreto, un seminarista evitaba sistemáticamente los momentos de oración personal prolongada, alegando que “no le funcionaban” o que “no sentía nada”. Solo después de varias entrevistas, y en el contexto de una relación de confianza con su acompañante, pudo reconocer que el silencio le generaba angustia porque conectaba con un sentimiento de abandono infantil no resuelto, un miedo profundo a la soledad que el silencio le revelaba. Al ponerle nombre, compartirlo y comenzar a trabajarlo, pudo transformar ese “refugio” en una puerta de acceso a su verdadera casa interior. Esto implica también tejer redes comunitarias que sostengan con misericordia, pero también con claridad, y que acompañen el proceso de salir del encierro hacia una verdad habitada con otros.

Abrirse a la verdad como camino de libertad

La doble vida es, finalmente, una vida dividida, y solo la búsqueda sincera de la verdad, incluso dolorosa, puede llevar a una existencia unificada. Por tanto, el objetivo no es eliminar el conflicto de golpe, sino transformar el yo escindido en un yo reconciliado. Esto exige ayudar a la persona a encontrar sentido en su lucha, y en ella, descubrir una oportunidad de conversión real y fecunda.

Indicaciones para formadores: acompañar desde la verdad y la misericordia

Desarrollar una mirada integradora

Evitar una visión reduccionista centrada solo en el cumplimiento externo o en la psicología de síntomas. Aprender a leer los signos del corazón y las tensiones del alma como lugares donde Dios actúa.

Cultivar la relación personal confiada

Facilitar espacios donde el seminarista o el joven sacerdote pueda expresarse con libertad, sin miedo al juicio ni a la sanción inmediata.

No pedir cambios sin procesos

La integración del yo requiere tiempo, acompañamiento y, en ocasiones, ayuda profesional especializada.

Trabajar con el equipo formativo

La comunicación entre los formadores es esencial, así como la claridad en los objetivos del acompañamiento. Para que este sea verdaderamente integral, es importante establecer dinámicas concretas que favorezcan la mirada compartida y complementaria sobre cada seminarista. Un ejercicio especialmente útil en este sentido es el estudio de casos: las reuniones del equipo formativo deberían incluir un momento específico para abordar, desde diversos ángulos (espiritual, académico, comunitario, psicológico), la situación concreta de algunos seminaristas. Esta práctica —realizada con discreción, respeto y finalidad educativa— permite no solo detectar aspectos críticos o fortalezas ocultas, sino también alinear criterios, discernir estrategias comunes y evitar contradicciones o mensajes confusos. En algunas casas de formación, se dedican reuniones mensuales exclusivamente a este fin, con fichas de observación previas, participación de todos los formadores y, cuando es necesario, asesoramiento externo. De este modo, se promueve una verdadera sinergia formativa, en la que cada formador aporta su mirada al servicio del crecimiento integral del acompañado.

Ofrecer referencias claras

Muchos de estos jóvenes han crecido con modelos afectivos inconsistentes. Necesitan claridad. De allí que resulte importante ofrecer un acompañamiento psicológico continuado que permita al formando ponerle nombre a esas mismas inconsistencias. En este sentido, el papel del psicólogo no puede limitarse a una consulta ocasional, sino a un verdadero proceso.

Revalorizar los recursos espirituales

Ayudar a redescubrir la oración, la dirección espiritual y la confesión como espacios de encuentro con la verdad y la gracia. El papel del director espiritual es clave en este sentido.

Educar el corazón herido: el don de la «vergüenza» reconciliada

La vergüenza no es enemiga de la gracia. Enseña a no temer la propia fragilidad, sino a habitarla con humildad. Sin embargo, es una emoción de doble filo: cuando no es acompañada adecuadamente, puede derivar en un proceso de auto-humillación que encierra a la persona en el juicio y el repliegue sobre sí misma, dificultando la apertura y el crecimiento.

Por eso, resulta siempre fundamental afrontar esta emoción en un espacio de acogida y confianza, donde se haga posible reconocer la verdad de la herida sin quedar atrapado en ella. También en la oración —especialmente en momentos de contradicción percibida o de incoherencia personal— es clave aprender a presentar la vergüenza ante Dios, sin máscaras, como un clamor silencioso que espera ser acogido por su misericordia. Así lo expresa el salmista: “A ti, Señor, levanto mi alma, Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado” (Sal 25,1-2).

Un ejemplo concreto: un seminarista, al confesar haber caído reiteradamente en un patrón de conducta que lo avergonzaba profundamente, afirmaba sentirse “indigno”. En el acompañamiento, lejos de minimizar el hecho, se lo invitó a expresar esa vergüenza en la oración tal como la sentía, y a dejarse mirar por Cristo desde ese lugar herido. Aquel ejercicio no lo eximió del compromiso con el cambio, pero le permitió vivir su fragilidad no como un motivo de huida, sino como un lugar de encuentro transformador con la gracia. Solo así, desde esa desnudez habitada, puede comenzar un verdadero camino de reconciliación interior

Proponer una vida comunitaria integradora

La identidad del presbítero, como toda identidad cristiana, nace de un conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se desarrollan en la comunión de la Iglesia. Como recuerda Pastores dabo vobis: “No se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es bajo este multiforme y rico conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia” (n. 12).

Por tanto, formar en una identidad vocacional clara supone favorecer una vida comunitaria rica, de relaciones que ayuden a acoger y crecer. El seminario no es solo un espacio de convivencia, sino un verdadero laboratorio de comunión, donde cada relación —con formadores, compañeros, y la comunidad eclesial en general— tiene un papel formativo. Fomentar vínculos auténticos, diálogo profundo y tareas compartidas no es un añadido, sino un camino privilegiado de maduración vocacional. Lo comunitario se vuelve formativo cuando es experiencia concreta de pertenencia, cuidado mutuo y responsabilidad compartida: una preparación realista para la vida ministerial, que será también vida entregada en relación.

Algunos recursos

Para quienes lo deseen pueden verse los artículos del P. Sebastian Babu y Emilio Gnani para profundizar. Dejamos además una ficha de trabajo para estudios de caso que puede usar el equipo formativo.

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