El sacerdote operario Yolban Figueroa nos trae la segunda parte de sus anotaciones sobre la oración vocacional del presbítero invitándonos a recuperar esta dimensión fundamental de nuestra identidad espiritual.
Repercusiones de la oración vocacional en la vida del presbítero diocesano
Mencionaré sólo algunas, porque de lo contrario seguramente nos extenderíamos demasiado, y porque además no he llegado a considerar y/o concebir todas. Creo que en esto cada presbítero puede hacer su aportación a partir de su propia experiencia.
- La oración vocacional no es un deber estacional.
Es probable que concibamos la oración por las vocaciones como una tarea del ministerio presbiteral, como un deber de conciencia, como el militante de un partido o miembro de una organización determinada (una ONG, por ejemplo) que tiene el deber de conquistar prosélitos o al menos de conseguir su propio reemplazo. La oración vocacional no es algo que el presbítero debe hacer para ayudar a la Iglesia carente de ministros, sino que es su propio existir en cuanto experiencia de lo que es. Esta no es un deber externo a su identidad con el que cumple mediante una acción igualmente externa: la lectura de una fórmula oracional, y en presencia de testigos que puedan confirmar que «este padre reza por las vocaciones».
Para que la oración vocacional del presbítero sea su propio existir mediante la experiencia de lo que es, este tiene que estar en una dinámica espiritual unitaria con Jesucristo sacramentado, pues él es la plenitud del homo orans (cf. Jn 17, modelo de oración unitaria por antonomasia: Padre- Hijo-discípulos actuales y futuros-en el vínculo que es el Espíritu). Esto sólo es posible mediante el Espíritu, pues es un don suyo que hay que rogar (cf. Rm 8, 26). De manera que no es con la fuerza del conocimiento racional que
se llega a esta actitud –pues es mucho más que un comportamiento; es una capacidad en cuanto aptitud interior–, sino que es una gracia del Espíritu que progresivamente va colmando el existir del presbítero en cuanto experiencia de lo que es.
- Orar siempre por las vocaciones.
Por las vocaciones al ministerio presbiteral rezamos poco y a disgusto – al menos sin ilusión–, y esto puede ser expresión de la poca y mala conciencia que tenemos de lo que somos y del disgusto que nos produce serlo. Desconfiamos del ministerio presbiteral, y en general del ministerio ordenado. No me detengo a exponer las posibles causas de este fenómeno entre muchos presbíteros y obispos, que son muy complejas y variadas y generalmente no son malintencionadas, pero se percibe a veces de forma evidente.
Orar por las vocaciones es orar desde y por lo que soy: cristiano y presbítero. Por el Espíritu soy la palabra, el verbo que expresa el dinamismo vital de la comunidad eclesial y que en labios de Jesús se eleva al Padre como respuesta orante a su voluntad: «Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37; cf. Lc 10, 2). Porque soy lo que soy, una rogativa constante que el Hijo dirige en el Espíritu al Padre, ardo en deseos de que este don sea comunicado a todos los demás. Y esto más allá de las experiencias dolorosas que hacen mella en mi amor a la vocación, que pueden ser sanadas mediante la vivencia de la oración vocacional.
La progresiva toma de conciencia de ser homo orans y homo vocātus mediante la experiencia de la oración vocacional que une a Cristo por el vínculo del Espíritu, cosa que se realiza si el sacerdote es constante en estar con Jesús sacramentado, alimentará con «flor de harina» (Sal 147, 14) el amor y la vocación del presbítero.
- La oración y el acompañamiento vocacionales.
La relación entre la oración por las vocaciones y el acompañamiento vocacional en el presbítero es desconocida, por eso es frecuente encontrar que esta es de una tibieza, de una medianía muchas veces escandalosa.
En continuidad con lo que estamos diciendo, el Verbo de Dios engendra en la Iglesia las vocaciones mientras que esta las concibe por obra del Espíritu Santo. Respecto de la vocación particular al ministerio presbiteral, el presbiterio es el vientre donde se gesta la vocación: este recibe el ser del nuevo presbítero y tiene la responsabilidad de alimentar y cuidar su crecimiento y fortalecimiento, y acompañar el desarrollo que tiene lugar mediante su existencia, aspecto este que cada vez menos es denominado «ejercicio del ministerio», porque se trata de una realidad existencial en la que el ser se desenvuelve y desarrolla hasta su plenitud.
Pues bien, sin el adecuado acompañamiento vocacional el presbítero no podrá recibir los nutrimentos fundamentales para su sano desarrollo y quedará expuesto a una subsistencia raquítica y mediocre, y su ser no alcanzará el desarrollo para el que ha sido concebido porque esto sólo es posible mediante la vivencia de la voluntad divina en su existencia como tal ministerio presbiteral en el seno de la Iglesia particular o presbiterio.
Un presbiterio que reza por las vocaciones pero no ofrece este acompañamiento es, por decir lo menos, una malísima madre-Iglesia. Y un presbítero que reza por las vocaciones pero no está dispuesto a dejarse acompañar adecuadamente por el presbiterio, entonces no hace la oración vocacional acorde a su identidad, porque «la vocación la tiene quien la da». De donde, nadie puede dar lo que no tiene, nadie da lo que no es (cf. Jn 3, 27.34. Jesús da el Espíritu porque está en él por su obediencia al Padre). Y el presbítero no acompañado adecuadamente es incompleto en su ser y en su existir y eso mismo transmitirá: una vocación presbiteral mediana e ínfima.
Seguramente, quedan muchas implicaciones y repercusiones de la oración vocacional en la vida y existencia de los presbíteros diocesanos, y también hemos asomado temas de hondo calado que no son objeto de estudio en este escrito y que deberán ser desarrollados, pero lo aquí expuesto pertenece a preocupaciones e inquietudes que han venido provocando en mí una progresión en esa conversión continua a lo que soy por don de Dios y de su Iglesia: un cristiano presbítero. Espero que esto anime y contribuya a la respuesta de conversión continua vocacional de mis hermanos compresbíteros.
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