Pastoral de la Vocación

Formación permanente del clero

Categorías Cuidar Sacerdocio
Este artículo está escrito por Mons. Mario Moronta

Tomado de entre los hombres…

Debemos tenerlo presente en la formación permanente del clero. Podría ser considerada como una verdad de “Perogrullo”. Y no lo es. Muchas veces, sean los mismos ministros como los fieles laicos y otra tantas personas llegan a pensar y considerar que el sacerdote, ministro ordenado, pierde su condición de humanidad. Es cierto que, durante muchos siglos, se le vio “segregado” pero no el sentido bíblico, sino como distinto a los demás congéneres. Pero, lo que es cierto es el hecho de que por ser “hombre” ha sido tomado de entre los mismos hermanos para ser consagrado a su servicio.

La Encarnación

La Encarnación va por esa senda. El Dios humanado se ha metido dentro de la historia de la humanidad. Las genealogías de Lucas y Mateo nos permiten ver cómo es descendiente desde Adán y, particularmente de David, de quien nacería el Mesías. Desde lo más interno de esa genealogía, como descendiente de varias generaciones, surge el sacerdote de la Nueva Alianza. Jesús lo entiende desde el primer momento de su vida y ministerio en la historia propia en medio del pueblo de Israel. Para ello, no sólo se presenta como el Hijo de Dios Padre, sino como el mesías esperado. Poco a poco los suyos lo van descubriendo y asumiento. Los más pobres y excluidos con los pecadores comienzan a reconocerlo así desde sus primeras manifestaciones. Entonces lo que nos recuerda el autor de la Carta a los Hebreos tiene razón de ser: ha sido tomado de entre los mismos hermanos, los seres humanos.

            Dentro del proceso de formación permanente, el obispo y sus colaboradores deben tener en cuenta esta realidad. Todos somos elegidos de entre familias, ambientes culturales peculiares y de entre otros tantísimos hermanos. No lo deben considerar simplemente para llenar una ficha. Hay algo más profundo que debe estar siempre en el ámbito de la formación permanente del clero: hacer recordar que todos tenemos un origen común –la humanidad con características peculiares–, nacionalidad, cultura, época. Pero tampoco se debe quedar en este conocimiento, sino profundizar lo que ello significa.

Jesús como modelo

            Un elemento que nos ayuda en este sentido es el considerarlo desde la perspectiva y principio de la encarnación. Cuando Jesús se encarna no lo hace sólo para realizar su misión, sino para hacerlo como miembros de la familia humana. El himno cristológico de Filipenses (2,6ss) nos da una hermosa iluminación. Sin dejar de ser Dios, el encarnado prescinde de su condición para identificarse en todo (menos en el pecado) con los hombres. Y no sólo de su época y nación, sino de todo el género humano.

            El obispo, artífice primero de la formación permanente del clero –viviéndolo experiencialmente-, debe proponer la continua toma de conciencia de la pertenencia a la humanidad en su presbiterio. A la vez, habrá de hacerlo teniendo en cuenta los elementos propios que distinguen la cultura y visión humana de sus sacerdotes y fieles. Se trata de tener un sentido de la realidad antropológica que tiene que caracterizar a los Pastores. Así podrá ir marcando el rumbo para que los presbíteros sean capaces y capacitados para asumir el sentido de pertenencia a su pueblo, al cual sirven. El principio de la encarnación se impone para que la formación permanente del clero en esta línea pueda producir efectos concretos.

Heredero de una cultura

            Todo sacerdote es heredero de una cultura. Lamentablemente, en no pocos casos, durante la formación inicial se corre el riesgo de perder de vista esta dimensión… lo que hará que el trabajo en el horizonte de la formación se haga cuesta arriba. En todo caso, siempre es necesario tener en cuenta que el ministro ordenado –configurado a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza- será siempre “un hombre tomado de entre los hombres».

Y puesto en medio de los hombres…

El principio de la encarnación sale a nuestro encuentro para permitirnos entender esta dimensión irrenunciable de nuestro ministerio sacerdotal. Jesús se encarnó y se metió de lleno dentro de la humanidad para cumplir su misión salvífica. Al imitarlo y actuar en su nombre, quien ha recibido el sacramento del Orden tiene como ámbito de su servicio y misión la humanidad, los hombres y mujeres concretos de su Iglesia local o donde la Iglesia lo envíe a cumplir con su tarea.

En este sentido, el obispo debe estar muy pendiente para que en los diversos encuentros y manifestaciones de formación permanente del clero no se pierda nunca esta dimensión esencial en la vida de todo ministro ordenado. Hoy se corre el riesgo de justificar muchas cosas… hasta con argumentos bonitos. Pero la fuerza y la luz del Evangelio nos enseñan otra cosa: uno no es el que elige, sino que uno es elegido para la misión. 

Los encuentros para la formación permanente del clero

El obispo, junto con sus colaboradores, en los diversos encuentros personales y comunitarios para la formación permanente, debe estar con ojo avizor para ayudar a todos sus hermanos a vivir encarnados en la realidad concreta donde se requiere el mensaje y la celebración de los misterios de la fe. Es cierto que hay muchos campos que son necesarios atender… pero no se puede olvidar que el sacerdote se ha hecho todo para todos sin excepción. Hay quienes justifican con argumentos de todo tipo la pertenencia a un determinado grupo apostólico, o a una clase social, o un exclusivo grupo de personas… Hasta se crean tensiones innecesarias: “los que están con los pobres y quienes están con los menos pobres”. En una ocasión visité una diócesis europea que nos pedía enviáramos sacerdotes a trabajar para apoyar el trabajo pastoral. Una de las razones esgrimidas era la “falta de sacerdotes”. Cuando pregunté cuántos sacerdotes tenían, me respondieron con una cantidad que me sorprendió, ya que numéricamente eran diez veces más que los de mi presbiterio… pero al profundizar en el porqué, me llamó la atención la explicación: faltaban sacerdotes para atender parroquias, sobre todo menos pudientes o rurales… porque un sacerdote que ha estudiado y ha obtenido la licencia o el doctorado no puede ir a ese tipo de comunidades. O se dedica sólo a la enseñanza o a la curia o a determinados encargos… Al preguntarle al obispo de esa diócesis sobre la situación, me respondía que ése era el estilo de esa diócesis y de esa nación.

El estilo propio del sacerdote

Con el debido respeto, pero el estilo propio de un sacerdote y de un presbiterio está iluminado y signado por el Evangelio. Jesús era Maestro… Jesús no tuvo miedo ni dificultad para encarnarse y estar al lado de todos, en especial de los pobres, los pecadores y los publicanos. En esta línea y como consecuencia de lo que nos enseña el Evangelio, el obispo debe ser un alfarero que permita seguir modelando en sus presbíteros la figura del Jesús Buen pastor y Sumo Sacerdote. Él, por supuesto, debe dar el ejemplo. Pero hoy se requiere que el sacerdote no se recluya en los lugares tradicionalmente más fáciles para el ministerio o la pastoral. La Iglesia en salida propuesta por Papa Francisco, la Iglesia “pobre con los pobres” requiere que los sacerdotes sean capaces y se capaciten igualmente para ser colocados en medio de los hombres.

Luchar contra los criterios del mundo

Es una tarea delicada del Obispo. Nada fácil porque tiene que luchar contra los criterios del mundo que, disfrazados de vestiduras bonitas, llega a tentar a quienes son destinados por la imposición de las manos a servir y no a ser servidos. El ejemplo del lavatorio de los pies se impone al hacer realidad esta enseñanza. Sólo así se podrá hacer realidad la conclusión de Hebreos 5,1: para las cosas que son de Dios… Estas son la liberación y la salvación, presentadas como maestros, pastores y santificadores, cuales miembros del pueblo pero con la conciencia plena de ser pueblo.

Es una tarea necesaria… parece ser que en muchas partes es una asignatura pendiente… En todo caso es parte del ministerio magisterial del obispo, primer responsable de la formación permanente de su presbiterio.

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