Cuando se habla de formación permanente se tiende a caer en la tentación de reducirla ámbito de lo académico e intelectual, a cursos o conferencias. Aún en este aspecto académico es mucho más que iniciativas de tipo puntual. Sin embargo, por ser una actividad integral y englobante de diversos aspectos, no podemos dejar a un lado que se trata también de un instrumento de santificación para los sacerdotes. Más aún: dentro de lo que podemos señalar como espiritualidad sacerdotal o presbiteral, es necesario tenerla muy en cuenta.
El numeral 89 del Directorio para el Ministerio y la vida de los Presbíteros nos lo deja ver de manera clara y directa:
La formación permanente es un medio necesario para que el presbítero de hoy alcance el fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su Pueblo.
Sin mayores rodeos habla de “medio necesario”. Por tanto, de algo de lo cual no se debe prescindir. No habla de «obligatorio», sino de «necesario» para lograr que se alcance el fin de la llamada al servicio: santificar y santificarse.
Razones de esta importancia
Seguidamente se dan las razones de la necesidad e importancia de esa formación permanente como instrumento de santificación:
Esta formación consiste, en la práctica, en ayudar a todos los sacerdotes a dar una respuesta generosa en el empeño requerido por la dignidad y responsabilidad, que Dios les ha confiado por medio del sacramento del Orden; en cuidar, defender y desarrollar su específica identidad y vocación; en santificarse a sí mismos y a los demás mediante el ejercicio del ministerio.
Directorio, 89
La formación permanente sale al encuentro de los presbíteros como una ayuda para que los sacerdotes puedan santificarse a sí mismos, santificando a los demás. No olvidemos que entre los “tria munera” propios de un sacerdote está precisamente ese: el de la santificación del Pueblo de Dios. Pero no es algo protocolar, sino que se debe realizar desde la propia experiencia y testimonio de vida.
Asumir la santificación desde el propio ministerio
En este sentido, entonces, hará posible la vida según el Espíritu propia de todo cristiano bautizado, es cierto, pero asumida desde el ministerio consagrado. Así pues, le fortalecerá e iluminará para dar y mantener la respuesta generosa. Esto requiere, como bien lo señala el Directorio, cuidar, defender y desarrollar su específica identidad y vocación.
Al considerar bien esta perspectiva como instrumento de santificación, la formación permanente le dará al ministro sacerdote las bases y herramientas para que no se separe ni cree un dualismo entre espiritualidad y ejercicio del ministerio. De este dualismo surgen muchas de las crisis que puede atravesar o sufrir el presbítero. De allí la importancia y necesidad de ver la formación permanente como una fuente de espiritualidad sacerdotal.
La formación permanente, a la vez, le permitirá al ministro sacerdote descubrir, conocer y asumir los criterios generales con los que debe estructurarse la misma y todo el ejercicio del ministerio. Por eso, dichos criterios generales deben ser pensados y asumidos desde la finalidad propia del ministerio sacerdotal: guiar-enseñar-santificar.
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