Pastoral de la Vocación

Retiro Vocacional de Pentecostés para jóvenes

Este artículo está escrito por Christian Mier Núñez

El Espíritu Santo, memoria activa de Dios.

“Les he dicho esto mientras estoy con ustedes. El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que [yo] les he dicho.” (Jn 14,26).

«Les recordará todo…» Nuestros recuerdos son lo que somos, lo que nos hace tomar decisiones, actuar como actuamos y amar como amamos. Etimológicamente la palabra “recordar” (re-cordis) quiere decir mucho más que tener a alguien presente en la memoria. Significa “volver a pasar por el corazón”. Dicen que los antiguos romanos y griegos no situaban la mente en la cabeza (caput, capitis), ni en el cerebrum (los cesos), sino dentro del pecho.  Por eso significa casi lo mismo in pectore, in mente o in corde “en el corazón.” Decirle a alguien que le estoy recordando, lo que le digo es que lo estoy volviendo a pasar por mi corazón. Antiguamente – y aún hoy- en algunas regiones de España y América, principalmente rurales- “recordar” significa “despertar”, “salir del sueño”, “espabilarse”. 

            El Espíritu Santo, decía el papa Francisco es “la memoria activa de Dios”, porque tiene la función de recordarnos, despertarnos del sueño, espabilarnos.  Él está dentro de nosotros, mora en nosotros, decía Jesús (Jn 14,17).Es él el que nos recuerda todas las palabras de Jesús y enciende y reaviva el amor de Dios en nuestro corazón.Cuando escuchamos una melodía que nos trae gratos recuerdos, las emociones vuelven y la memoria se activa trayendo a la mente detalles que estaban guardados en los archivos de nuestra vida.

            La Liturgia cristiana nos recuerda cada año nuestra dignidad como Hijos de Dios. Celebrar la Pascua es activar la memoria del inicio de nuestra vida espiritual, de nuestra vocación como hijos de Dios. Por eso renovamos nuestro bautismo la noche pascual y durante este tiempo pascual hemos recordado, es decir, hemos “hecho pasar por nuestro corazón” el compromiso de ser testigos y enviados con los tres sacramentos de la iniciación cristiana. 

            Pero detrás de todo está el Espíritu Santo, la memoria activa de Dios. Él es la música que hace vibrar las cuerdas del corazón para que no olvidemos nuestra vocación: ser testigos  del amor de Dios.  “Si me aman, guardarán mis mandamientos”  (Jn 14,15). El mandamiento de Jesús es el “amor” a Dios y al prójimo.  Pero necesitamos que alguien nos lo recuerde y es el Espíritu Santo.

            Se cuenta del famoso guitarrista español Andrés Segovia, quien convirtió la guitarra en un instrumento de conciertos, que después de un memorable recital relató cómo nació su vocación. Decía que cuando era niño, en su pueblo natal, pasaba de vez en cuando un curioso personaje con muchas cosas que distraían a los niños: libros exóticos, cromos de todos los colores, mariposas disecadas, juguetes, muñecas vestidas de azul para niñas… Los iba sacando con manos de prestidigitador, ante los ojos maravillados de los más pequeños. De pronto, aquel hombre sacó una guitarra y empezó a tocarla. El niño, Andrés, nunca había visto una guitarra, nunca había oído su armonía. “Entonces -contó Andrés Segovia- yo recordé la música”.

            La música estaba dentro de aquel niño llamado Andrés. Alguien la había sembrado allí generosamente, pero la música dormitaba escondida, expectante, aunque circulando con la sangre de sus venas. Aguardaba que «algo» o «alguien» pudiera arrancarla, hacerla salir.

            Este relato nos deja muy claro quién es y qué hace el Espíritu Santo. El Evangelio afirma que “el Espíritu Santo les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14, 26). Recordar, despertar, volver a pasar por el corazón… Ahí están dentro del corazón, guardadas, olvidadas, dormidas, esperando todas las palabras de Jesús, nuestra misma vocación. Al recordar esta palabrs, al prestarles atención, al dejar que vuelvan desde el corazón a la mente empiezan a liberar toda su carga… y llegan a ser lo que son: anuncio vivo, comunicación, interpelación, sentimientos, sentido…

      Todas las palabras -también las palabras de Jesús en el Evangelio, las que vamos escuchando una y otra vez en cada liturgia, en nuestra oración personal, en ciertas conversaciones o lecturas- están dormidas, sepultadas tras una capa de ceniza, bajo un manto de rescoldo. Con cuánta frecuencia las palabras nos llegan como sonidos polvorientos y pasajeros, sin sentido, con mensajes que no descubrimos… Pero algunas se esconden y permanecen por ahí adentro.

      Y de pronto, cuando él quiere, el Espíritu sopla, y aquellas palabras hasta entonces vulgares o enigmáticas, o irreconocibles, o no comprendidas se convierten en palabras verdaderas, cordiales, con sentido, con música. El Espíritu insufla, y aparecen en el fondo del alma unas ascuas vivas, resplandecientes, que nos queman y abrasan. Ese “¡ahora lo entiendo!”. Ese “¡ahí está la salida!”. Ese “¡cómo no me había dado cuenta antes!”. Ese «¡pues claro!»

               Pronunciamos vocablos, lanzamos al viento montones de palabras, que el viento se lleva… Hasta que caemos un día en la cuenta de lo que son y representan, lo importantes que pueden llegar a ser, lo que podemos decirnos en ellas, los puentes que tender con lo más íntimo de nosotros mismos. Y entonces comenzamos a hablar y comunicarnos, a acoger, a dejarlas que vivan. Eso hace el Espíritu. 

       Vemos caras, rostros anónimos, sombras que pasan cercanas… hasta que, de pronto, alguien enciende nuestros ojos por dentro, y al mirar descubrimos el rostro único de alguien. Y le podemos llamar “tú” y Tú. Invocarlo personalmente. Eso hace el Espíritu.

          Él despierta en nosotros todo cuanto de hermoso hay escondido. Es el soplo que da vida a las ascuas, el aliento que inspira las palabras, el que nos hace recordar esa música olvidada que todos guardamos dentro y que el Sembrador de las Estrellas plantó una mañana en nuestro corazón.

             Y por fin el Espíritu nos hace soltar un grito emocionado, alegre, esperanzado, sin que sepamos nosotros ni cómo ni por qué, y nuestro instinto más profundo, gime y nos hace dirigirnos a Dios, asombrosamente, sin temor, con libertad con un clamor maravilloso: “Padre, querido Padre”, Abbá. Así nos lo decía San Pablo (Rom 8,15).

PARA LA ORACIÓN

Orar es afinar la sensibilidad con el diapasón del corazón de Dios. Lo más importante es oír el sonido de Dios para poner nuestro corazón en sintonía con él. Dejar a Dios, a la Vida, al Amor, a la Naturaleza, al Universo, al Silencio… que suenen dentro de nosotros, haciendo vibrar las fibras más íntimas de nuestra sensibilidad… (F. Moreno Muguruza)

Textos bíblicos

  • Juan 14,21-26
  •  Lee el texto anterior y a la luz de la reflexión sobre el Espíritu Santo considera tu vocación y la función que en ella tiene el Paráclito.
  • ¿Qué es lo que el Espíritu tiene que despertar o recordar en mí?
  • El Espíritu Santo tiene como función  enseñar y recordar todo lo que Jesús ha dicho. ¿Qué otras áreas de tu vida cristiana y vocacional necesitan ser despertadas y recordadas en ti?
  • Me recordará mi dignidad como hijo de Dios. Me tiene que ayudar a descubrir y rescatar lo esencial, lo mejor de mí, la imagen de Dios en mí… de modo que yo pueda irme quitando tantos polvos y cenizas inútiles, que otros e incluso yo mismo, han ido ahogando la voz de Dios en mí.
  • Guardar su Palabra en mi corazón. Con su ayuda guardaré la Palabra en el corazón, aunque no la entienda, aunque no me guste, aunque en este momento no parezca aportar nada a mi vida… y Él la hará despertar y recordar cuando yo necesite oírla y entenderla. Y me iluminará, abriéndome caminos. La Palabra de Jesús no quedará perdida u olvidada entre tanta palabrería. «Y vendremos a él y haremos morada en él». Ese dulce Huésped  del alma que me aconseja, y hasta de noche me instruye internamente (Salmo 15).
  • Despertará en mí la paz. Cuando mis errores y limitaciones, y conflictos me la quiten, cuando sean muy grandes las responsabilidades, cuando sean demasiado numerosas las tareas, cuando me sienta juzgado -con razón o sin ella-, o herido en mis sentimientos…
  • Me recordará que estoy “habitado.” Cuando me parezca que estoy solo, o incomprendido, o cuando las cosas no salgan como yo quería. Y me recordará que soy hijo  de Dios, heredero de Dios, coheredero con Cristo y que con él compartiré su gloria. (Romanos 8, 8-17).
  • Me recordará mi vocación.  Cuando haya perdido el sentido y la razón de la vida y me encuentre perdido, agobiado  y cansado: “Vengan a mi todos los que estén cansados y agobiados, que yo les daré descanso (Mt 11,28). Cuando haya perdido la alegría de vivir mi vida como discípulo y me repliegue en mi mismo: “Hay más gozo en dar que en recibir” (Hech 20,35).
  • Oración
  • Ven Espíritu Santo, y enséñame a escuchar la música de la vida. Toca mis oídos espirituales para que aprenda a gozar esa canción que tú vas creando con cada cosa que me toca vivir. 
  • Ayúdame a apreciar todos los sonidos, y también los silencios, porque también lo que me parece desagradable, puede convertirse en parte de esa bella canción. 
    Ven Espíritu Santo, ilumina mi vida, para que no me encierre a llorar lo que me falta y lo que he perdido. No dejes que cierre mi corazón a las cosas nuevas que quieres hacer nacer en mí, ven para que me atreva a tomar ese nuevo camino que me propones, cuando los demás caminos se han perdido.
  • Enséñame a escuchar con el corazón, para que reconozca que, cuando una nota se apaga, comienza a sonar una nota distinta, comienza a vibrar otra cuerda, y la vida continúa. Ven Espíritu Santo. Amén.

2 Comentarios

  1. Fernando Miguel torres agreda

    Quisiera realizar un retiro

    Responder
    • Diego Hernández

      Hola Fernando. Seguro que en el servicio de orientación vocacional de tu diócesis tienen alguna propuesta para que puedas tener la experiencia de un retiro de oración. Saludos.

      Responder

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