El proceso de acompañamiento vocacional inicial que desemboca en una opción por continuar el propio camino en un seminario o en un noviciado genera siempre una pregunta: ¿qué condiciones deben darse para dar este paso? Tanto los acompañados como los acompañantes deberían tener claros ciertos criterios que, en líneas generales, pide la Iglesia para comenzar un proceso formativo. Obviamente, esto acepta matices y especificidades según el itinerario propio de cada institución, elementos relativos al carisma, a la condición de vida, etc. Pero hay cuatro elementos básicos, cuatro criterios, que recogen lo sustancial a la hora de discernir la entrada a una casa de formación. Veamos, entonces, los cuatro criterios para iniciar la formación.
De la inquietud a la primera decisión
En el inicio de cada vocación es normal que haya desconcierto, resistencias, algunos miedos… No es nada nuevo. Los personajes bíblicos nos recuerdan sus luchas y sus indecisiones: «mira que soy un niño, que no sé hablar» (Jer 1,6); «ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros» (Is 6,4); «yo no soy profeta ni hijo de profeta» (Am 7,14); «¿cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34); «apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5,8).
Pero al primer desconcierto, que acompaña siempre al creyente aunque con otras características, sucede la confianza en el plan de Dios y el abandono en sus manos. Así, cuando cada joven descubre la voluntad de Dios para su vida, toma decisiones concretas que reorientan todo en torno a una misión que se le ha mostrado por medio del acompañamiento de la Iglesia. Esta mediación eclesial es importante, porque toda vocación necesita del discernimiento personal, pero también del discernimiento eclesial, donde se autentifica la vocación. Esta es la razón por la que la Iglesia acompaña, por medio de personas idóneas, el camino de discernimiento de los que sienten la inquietud de la llamada de Dios en sus vidas.
En esta perspectiva, entonces, hay que situar los cuatro criterios que proponemos ahora para que un joven comience el proceso de formación en un seminario o noviciado. Tomamos como referencia la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, que en sus números 11 al 17 presenta estas ideas y las Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos en los números 42 y 43.
1. Vida de fe
La vocación nace y se desarrolla en el contexto de la vida de fe. Un joven se plantea su vocación y es capaz de profundizar en ella cuando, en medio de la comunidad cristiana, dedica tiempo a la oración, a la celebración sacramental, a la escucha y meditación de la Palabra, al apostolado, a la catequesis, al servicio a los pobres o al servicio litúrgico. Sólo en este contexto, que puede darse con mayor o menor grado de implicación, la vocación encuentra tierra fértil.
En no pocos casos comienzan un proceso de discernimiento jóvenes que apenas han tenido una experiencia espiritual ocasional: participaron en un encuentro juvenil, en un ratito de oración bien preparado, en la JMJ o en una reunión con el obispo o con el superior religiosos que los dejó inquietos. Ninguna de estas experiencias es desdeñable, pero no son suficientes. Ellas deben ser punto de partida para vivir la fe con mayor compromiso. Para eso es necesaria la vida en la comunidad. La misma coherencia evangélica de la persona en sus relaciones sociales, en su comportamiento ante el mundo, en la libertad ante los bienes o en la toma de decisiones es algo que debe encuadrarse en la misma vida de fe.
Algunos rasgos, entonces, que podemos identificar aquí según este primer criterio:
- Vida de fe en parroquia o movimiento; que no quede difuminada sólo en el servicio litúrgico
- Experiencia de grupo
- Experiencia de fe y deseo de unión con Cristo
- Estar iniciado en la oración personal (no tiene por qué ser la liturgia de las horas) y mantener cierta asiduidad en la oración
- Experiencia en parroquia o grupo acorde a la edad
- Experiencia misionera en la propia parroquia o en el ámbito diocesano-nacional
- Vida comunitaria en la parroquia o similar
- Coherencia con el estilo de vida evangélica
2. Acompañamiento personal
El segundo punto hace relación al proceso que se debe dar, necesariamente, entre la primera inquietud vocacional y la entrada a la formación. Es de suponer que el joven que se siente llamado por Dios busque, en sus primeros pasos, la ayuda necesaria. Se dirigirá a un sacerdote, a un religioso o religiosa, a su catequista, a alguna persona adulta de la comunidad… La intuición inicial requiere contraste, luz, provocación, conocimiento.
Esto se hace a través de un sencillo proceso de acompañamiento personal que abarca las distintas dimensiones de la persona: el progresivo conocimiento de las vocaciones en la Iglesia se complementa con la propia oración vocacional, en la que se abre el alma a Dios y se ofrece la propia vida a su plan; al mismo tiempo, se profundiza en las condiciones personales, en las resistencias, inconformismo e ideales, en la superación de la inmadurez, en la clarificación de las motivaciones…
La figura del acompañante, del que hemos hablado en otros artículos, es absolutamente necesaria en este proceso, porque tiene la misión, por una parte, de servir al camino de fe del joven y, por otra de orientarle en su camino vocacional, ayudándole a reconocer los signos que apuntan en una u otra dirección, pero sin tomar decisiones que sustituyan al protagonista. En el fondo, el acompañante facilitar la acción del Espíritu en el joven que busca, que discierne y que debe ofrecerse a Dios.
El acompañante propone momentos de oración y ofrece los textos bíblicos vocacionales para la meditación del joven; ayuda a conocer las vocaciones en la Iglesia; suscita el conocimiento personal y la reflexión en torno a los valores vocacionales; ayuda a desentrañar las resistencias personales y anima en las luchas a profundizar en la propia verdad de la vida, ayuda a interpretar los signos vocacionales, ilumina en el camino de relectura de la propia historia…
Algunos rasgos:
Discernimiento de las motivaciones vocacionales
Relectura de la propia vocación, capacidad para expresarla
Clarificación de los datos vocacionales, viendo si son indicio de la vocación sacerdotal o no
Conocimiento de las vocaciones en la Iglesia
Cierto itinerario catequético-vocacional
Camino de introspección personal
Apertura a la dirección espiritual
3. Ausencia de impedimentos
A lo largo del tiempo de acompañamiento inicial, el joven va descubriendo sus capacidades y el acompañante va observando en él ciertas características que lo hacen capaz de iniciar un posterior tiempo de formación. Por decirlo de alguna manera, en el acompañamiento previo a la entrada a la casa de formación se han de asegurar unos mínimos y de dar los suficientes indicios de que podrá asumir el camino en el seminario o noviciado.
Esto implicaría, por otra parte, la constatación de ausencia de impedimentos que trunquen el proceso formativo. Pueden ser de carácter psicológico, de carácter físico o de carácter moral, por nombrar los más elementales. Tal vez habría que buscar los signos «positivos» en lugar de buscar anomalías psicológicas. Me explico: antes que buscar elementos deficitarios (fobias, inseguridades, trastorno, ansiedad, apegos exacerbados…) habría que corroborar los elementos propios de madurez: capacidad de relación, fidelidad a la palabra dado, equilibrio, buen juicio… Cuando estos no se dan, entonces es que nos encontramos ante ausencias significativas que ameritan de una profundización diagnóstica.
Lo mismo se puede indicar para los impedimentos de carácter moral: no hay que investigar si una persona tiene una vida licenciosa, sino más bien si esa persona vive conforme a la vida en Cristo que se le pide a todo cristiano. La ausencia de la misma es un impedimento en sí mismo. En los elementos físicos se debe comprobar la buena salud, la capacidad para asumir la exigente vida formativa y el ritmo de la casa de formación…
Los rasgos que nos ayudan a identificar:
- Madurez adecuada a la edad
- Responsabilidad
- Fidelidad a la palabra dada
- Capacidad de compromiso
- Forma de reaccionar a las adversidades
- Resolución de conflictos
- Estructura humana para asumir la formación en el Seminario
- Disposición para la vida en común
- Capacidad para el estudio
- Disciplina personal – método para estudiar
4. Libertad personal
Después de todo lo anterior, es normal que desemboquemos en un aspecto al que hay que darle la máxima importancia: la libertad del joven. Esta libertad no aparece al final de todo, como quien ha llevado a una persona ante una opción determinante sin haberla preparado anteriormente. Más bien la libertad es la condición en la que se recorre todo este primer tiempo de acompañamiento, libertad que debe ser «ensanchanda» por el acompañante.
Esto implicaría, por ejemplo, no presentar una única posibilidad vocacional para la vida cristiana, sino dar la suficiente información sobre las vocaciones y su lugar en la comunidad eclesial. También el saber recordar de forma casi natural que la decisión que tome será respetada. Crear vínculos de carácter afectivo o de conciencia que limitan esta libertad, aunque los presentemos bajo la apariencia de «por el bien de este joven», nunca será legítimo. El acompañante, entonces, estaría manipulando a la persona y orientando y condicionando tácitamente su respuesta.
Un sencillo ejemplo
Tal vez esto se vea mejor si presentamos dos preguntas similares, pero a la vez diferentes: «¿Finalmente vas a entrar en el Seminario?» y «Después de este tiempo, ¿qué crees que te pide Dios?». Pudiéramos hacer más variaciones sobre este mismo tema, a cada cual más grosera: «¿Vas a dejar ya tus indecisiones y a decirle sí al Señor?», «¿No te gustaría entregarte a Dios entrando a la comunidad, a la congregación?»; todos vemos en ti que tienes vocación, «¿a qué esperas?». Sólo tiene sentido, desde el acompañamiento evangélico, la pregunta sobre la percepción que el joven tiene sobre la voluntad de Dios. A facilitar respuesta a esta pregunta debe orientarse el esfuerzo del acompañante. Lo contrario sería posicionarnos en contra de la persona (en contra de su libertad, de su integridad, de su vida espiritual…) y, evidentemente, falsear una vocación que no sería tal.
Nada de esto ayuda a un joven a decidir su entrada a un seminario o a un noviciado. Tal vez lo haga porque siente que si no va a decepcionar a su acompañante, que tan bien lo ha tratado… Tal vez dé el paso no por haber entrevisto la voluntad de Dios, sino por no quedar mal, por presión, porque «después de este tiempo, ¿a dónde voy a ir?». El joven debe querer, libremente, comenzar el proceso formativo. Este «querer» implica «comprometerse» en el nuevo camino, asumir las exigencias, estar dispuesto a las renuncias y hacerlas efectivas.
Rasgos de identificación
- Es consciente de la propia libertad para decidir
- Es acompañado desde la libertad
- No experimenta condicionamientos por parte del acompañante o de la institución
- Sabe que sus decisiones serán respetadas
- Es consciente de poder interrupción en cualquier momento del proceso
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