Para este tiempo ordinario se requieren novios extraordinarios. El beato Carlo Acutis decía:
Cuando Dios nos creó en el vientre materno, soñó para nosotros una vida feliz, así como lo hacen nuestros padres desde que somos pequeños. Solo Él sabía qué con qué dones nos dotaría y en qué ambiente nos fecundaría para dar fruto a los demás. En ese plan perfecto amaríamos y seríamos amados.
Pero el ideal de relaciones que hoy se comparte en medios de entretenimiento y redes sociales es muy distinto al sueño de Dios. Es el producto de un cúmulo de frustraciones: dejamos de creer en el amor verdadero porque nunca lo conocimos. Sí que sabemos de parejas a las que la abstinencia en el noviazgo no les salvó el matrimonio, pero ¿amor incondicional? Raramente lo reconocimos y nos pareció sospechoso.
Entonces desvalorizamos el regalo de nuestra sexualidad ¿si igual íbamos a sufrir en el futuro por qué no llenar el presente de placer? Y las películas y las series han sido una herramienta perfecta para difundir ese pensamiento porque, después de los créditos sobre la pantalla negra, nadie se pregunta qué pasó después. Solo cambiamos el canal.
Pero ¡Ay! Llega ese “después” y no nos llena. No somos felices. Requiere entonces reiniciarnos y preguntarle a Dios: ¿qué fue lo que soñaste?
Una pista en Mt 17, 1-9: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo».
Quien quiera tener un noviazgo de ensueño, necesariamente tiene que conversar con Jesús. Por eso, en vez del artículo completo hoy traemos: tres días de oración del corazón de los novios al corazón de Jesús.
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