La clásica pregunta: “¿Qué quieres ser de mayor?”, ya no está de moda, sin que sepamos por qué… De hecho, evoca la imagen de aquellas abuelas, de voz antipáticamente chillona, que conseguían hacer que esa pregunta pareciera un interrogatorio o un juicio, de manera que si no se respondía con evasivas, podría poner en un serio aprieto. A pesar de ello y desde otro punto de vista, las hipotéticas respuestas a esa pregunta nos podrían resultar muy instructivas. Porque, al menos de manera estadísticamente significativa, las respuestas de los niños y preadolescentes de hoy se caracterizan por una alta dosis de pompa y boato: “astronauta, actor de cine, futbolista, piloto de aviación…” Pero, ¿cuántos de ellos conseguirán serlo realmente?
Las aspiraciones de los discípulos
Las aspiraciones de los discípulos de Jesús cuando discutían, camino de Jerusalén, sobre quién era el más importante Mc 9, 33-37) no parecen ser muy diferentes de los deseos de nuestros niños y preadolescentes que juegan a creerse superhéroes. Curiosamente la reacción-respuesta de Jesús no les exige renunciar a esa aspiración “infantil”; por el contrario, parece relanzarla. Jesús, en efecto, no solo no discute el que aquellos discípulos suyos que piensan así sean discípulos, sino que ni siquiera discute sus deseos de grandeza. Efectivamente, en el texto no se dice: “Mientras seáis así y penséis así, no podréis ser mis discípulos…”; ni tampoco se dice: “Mientras deseéis eso, no podréis ser discípulos míos…”. No. La respuesta de Jesús es como si dijera: “Vosotros sois mis discípulos, pero si deseáis ser verdaderamente grandes, debéis reorientar vuestro deseo”.
La aspiración que se transforma en servicio
La clave de respuesta parece situarse más bien en la capacidad de alinear aquel deseo en otra dirección, no en apagarlo. Y no solo eso: con semejante deseo de grandeza, incluso podrán levantar un niño, abrazarlo y jugar con él. Muy distinto, triste y odioso sería el poder que, en lugar de ponerse al servicio de los más pequeños, se situase en contra de ellos o los ignorase absolutamente. El evangelio ofrece así a los animadores vocacionales una pedagogía preciosa: La de inculcar aquella aspiración a ser grandes que se transforma en servicio. Habrá que tomarla muy en serio y concretarla en las catequesis y en el acompañamiento. El hecho de que aparezca en el grupo de los Doce debería ser motivo suficiente para no eliminarla ni temerla. Lo que hay que temer en cambio es la ingenua pretensión de que ese deseo de grandeza no existe ni debe existir. Cuando preguntamos a un niño o a un joven «qué quieres ser de mayor» debemos esperar una respuesta ambiciosa. No es abominable tener deseo de grandeza; sí lo es dejarlo a la deriva, o fingir que no se siente.
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