Pastoral de la Vocación

El desafío de la dirección espiritual

Este artículo está escrito por Francisco Ceballos

“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.” .

(Col 3, 1-2)

La vida de perfección, el llamado a la santidad, constituye el principio, fundamento y fin de toda la vida cristiana. Siendo esta la verdad fundamental de la vida espiritual del bautizado, resulta evidente que la búsqueda de la voluntad divina en la propia vida, constituye la tarea más importante y el camino irrenunciable si se quiere vivir en clave de autenticidad, más aún diríamos si se quiere vivir en la verdad de la propia identidad como discípulos de Jesús. La concreción existencial de la vida espiritual demanda pues, la búsqueda de la voluntad divina a través del discernimiento. Es aquí donde encontramos el lugar propio del acompañamiento y de la guía espiritual como recurso fundamental de toda espiritualidad cristiana.

¿Qué es la dirección espiritual?

Según Maurizio Costa, la dirección espiritual puede ser comprendida como la ayuda que se brinda a otro, a través de la comunicación de la fe, para que alcance la plenitud de la verdad y pueda así, libremente, emprender el itinerario de la vida espiritual hacia la santidad, en el aprendizaje de la voluntad de Dios a través del discernimiento (Cfr. Costa M. Direzione Spirituale e Discernimento. Ed. AdP 2019. Pag 75-76). La dirección espiritual resulta pues, un instrumento indispensable para aquel que emprende el camino hacia la santidad, comprendida como la plenitud de la vida en el amor. Implica ante todo una actitud de docilidad y disponibilidad que nos abre a una relación a la vez filial y fraterna, por medio de la cual, acompañante y acompañado se ponen bajo la guía del Espíritu Santo a fin de orientar la totalidad de la existencia hacia Dios.

¿A qué nos enfrentamos?

Hoy en día la dirección espiritual se enfrenta a unas condiciones que la enmarcan dentro de la crisis propia de la sociedad líquida postcristiana: donde la imagen del hombre se cierra a lo trascendente-definitivo para volcarse sobre el hedonismo-inmediatista y fugaz de la información y las tendencias del mundo digital. Esta cerrazón nos hace incapaces de relaciones auténticas con los demás y menos aún con Dios, el gran desconocido de nuestro tiempo. Por otro lado, la emergencia de espiritualidades “a la carta”, los paradigmas transhumanos de superhéroes y supervillanos reflejados en el cine, entre otros, nos habla de la necesidad de descubrir aquel sentido profundo de la vida, capaz de conducirnos más alla de una existencia basada en la imagen y los “likes” como mecanismos de adaptación y aceptación social. La velocidad de los cambios trascurre al ritmo de la velocidad con la que se produce la información, generando la idea de que la existencia vale en la medida en que siempre se puede estar al tope de la cima.

A lo interno de la propia Iglesia, el tema resiente de los abusos a puesto en crisis la propia idea de dirección espiritual, por presentarse como un campo en el que, lamentablemente, podían desarrollarse con mucha libertad la manipulación de conciencias y de allí degenerar en todo tipo de abusos. Si bien la dirección espiritual no ha perdido su valor, sin duda su praxis y sentido ha tenido que purificarse para abrirse a una comprensión menos directiva, abierta a un sentido que pudiéramos llamar más sinodal, en el que se plantea un tipo de relación basado más en la idea de acompañar que de «dirigir» en la mutua búsqueda de la voluntad de Dios.

¿Hacia dónde vamos?

Precisamente por esto, la dirección espiritual, en medio de estas mismas condiciones que acabamos de asomar, resurge en toda su originalidad fundamental. Hoy más que nunca el hombre manifiesta una profunda sed de sentido y de apertura a los valores perennes del evangelio, capaces de hacerlo salir de sí al encuentro del Otro y de los otros, en un camino que le permita redescubrir la verdad acerca de sí. El hombre de hoy que redescubre la necesidad de orientarse a la trascendencia, descubre la necesidad de orientación, manifestando así la necesidad de ser acompañado y la importancia de la dirección espiritual y el discernimiento como camino de autotrascendencia hacia la plenitud.

La vigencia de la dirección espiritual, su necesidad y lugar fundamental en la vida del cristiano y de la Iglesia ha quedado subrayada en las afirmaciones del Concilio Vaticano II y en el magisterio reciente con una claridad suficiente que nos anima a profundizar en su carácter y necesidad irrenunciables. Cada cristiano en su estado particular está llamado a la plenitud de la vida en Cristo, es decir, a la santidad que se realiza como itinerario de fe, de esperanza y de caridad.

En orden a la dirección espiritual el Concilio, si bien no restringe la tarea del acompañamiento a los presbíteros, si les señala a estos, como una de sus principales tareas en el cuidado y servicio al pueblo de Dios, la oportuna guía espiritual y el ejercicio mismo de la paternidad espiritual auténtica: “Los presbíteros, ejerciendo según su parte de autoriadad el oficio de Cristo Cabeza y Pastor, reúnen, en nombre del obispo, a la familia de Dios, como una fraternidad unánime, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu.» (Presbyterorum Ordinis 6).

La tarea de conducir al Pueblo de Dios corresponde de manera esencial a la identidad sacramental de los presbíteros, de allí que para ellos, el servicio del acompañamiento espiritual forme parte integral de su misión. Por esta razón, han de prepararse convenientemente ya desde el seminario: “Instrúyaseles cuidadosamente en el arte de dirigir las almas, a fin de que puedan conformar a todos los hijos de la Iglesia a una vida cristiana totalmente consciente y apostólica, y en el cumplimiento de los deberes de su estado (Optatam Totius 8)”. Y en orden al propio itinerario espiritual de los seminaristas, quienes:

“Han de formarse para una vida espiritual que hay que robustecer al máximo por la misma acción pastoral… La formación espiritual ha de ir íntimamente unida con la doctrinal y la pastoral, y con la cooperación, sobre todo, del director espiritual; ha de darse de forma que los alumnos aprendan a vivir en continua comunicación con el Padre por su Hijo en el Espíritu Santo”.

Optatam Totius 8

Dejarse acompañar para saber acompañar

Dicho esto, el magisterio de la Iglesia subraya la importancia de una solida formación espiritual que venga a su vez respaldada por un camino que, a través del discernimiento, permita al cristiano en cualquier estado de vida en que se encuentre, orientar toda su existencia hacia Dios en la búsqueda consciente de su voluntad. Esto que se afirma para todos los cristianos se exige de manera especial a quienes dentro del Pueblo de Dios hacen las veces de Cristo, Cabeza. De allí que el magisterio recomiende con especial cuidado el cultivo de una profunda vida espiritual ya desde el seminario, no sólo en orden al futuro ministerio, como afirmábamos antes, sino de cara a la vivencia auténtica de la propia vocación presbiteral.

La Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, subraya muy especialmente la importancia de la formación y el acompañamiento espiritual de los seminaristas:

Para formarse en el espíritu del Evangelio, el hombre interior necesita un atento y fiel cultivo de la vida espiritual… A través de la oración silenciosa, que le dispone a una relación auténtica con Cristo, el seminarista aprende a ser dócil a la acción del Espíritu, que progresivamente lo configura a imagen del Maestro. En esta relación íntima con el Señor y en la comunión fraterna, los seminaristas serán acompañados para identificar y corregir la “mundanidad espiritual”: la obsesión por la apariencia, una presuntuosa seguridad doctrinal o disciplinar, el narcisismo y el autoritarismo, la pretensión de imponerse, el cultivo meramente exterior y ostentoso de la acción litúrgica, la vanagloria, el individualismo, la incapacidad de escucha de los demás y todo tipo de carrerismo. (42)

La dimensión espiritual de la formación resulta así en el espacio integrador de todas las demás dimensiones de la formación. Su importancia radica en que ella permite la interiorización de los contenidos propios de la formación en todas las demás dimensiones: humana, intelectual, comunitaria y pastoral salvaguardando así un acompañamiento verdaderamente personal y el compromiso existencial del sujeto de la formación.

Por esta razón, el desafío más importante que presenta el magisterio de Iglesia para quienes asuman la tarea de la formación de los futuros presbíteros, especialmente para aquellos que asumen la delicada tarea del acompañamiento espiritual dentro del seminario, no es otra que la de una adecuada, profunda y sólida formación.

También es muy exigente el papel del Director o Padre espiritual, sobre el cual recae la responsabilidad por el cuidado del camino espiritual de los seminaristas en el foro interno, así como la conducción y coordinación de los diversos ejercicios de piedad y de la vida litúrgica del seminario… Además de las dotes de sabiduría, de madurez afectiva y de sentido pedagógico, debe disponer de sólidas bases de formación y de cultura teológica, espiritual y pedagógica, junto con una particular sensibilidad por los procesos de la vida interior de los alumnos.

Directrices sobre la preparación de los educadores en los seminarios, 03 nov. 1993, no 43.

La tarea del director espiritual resulta, pues, insustituible y no debe confundirse con otro tipo de ayuda como puede ser la psicológica. A esta clara distinción de los ámbitos del acompañamiento, la tarea de la dirección espiritual exige un conjunto de cualidades humanas básicas como son: la capacidad de acoger, escuchar, comprender, dialogar etc., la capacidad de empatizar y entrar en el dinamismo del crecimiento espiritual de quien se acompaña; con profundo respeto, pero con la firmeza suficiente para orientar en aquellos puntos donde es necesario emprender un proceso de maduración (Cfr. Ibidem).

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