¿Qué es el acompañamiento?
En su obra ya clásica «Comprender y acompañar la persona humana» del P. Alessandro Manenti (2013); encontramos un concepto que puede acercarnos a las claves del proceso que llamamos acompañamiento. Un tema que no deja de ser central en el camino formativo y en los procesos de discernimiento que se encuentran implícitos en él.
Desde una perspectiva espiritual, el acompañamiento es una ayuda temporal e instrumental que una persona brinda a otra a fin de que esta última pueda notar la acción de Dios en ella y responder a esta acción con el fin de realizar progresivamente la unión con Dios en la imitación de Cristo.
(Manenti, 2013, p. 205).
Apertura
El primer aspecto clave que encontramos en este concepto es el de ayuda. Efectivamente, todo proceso de acompañamiento supone la intervención libre en el camino espiritual de otro que descubre la necesidad de ser acompañado para responder a la pregunta acerca de la voluntad de Dios para su vida. Esto puede sonar simple, pero implica un principio antropológico y eclesiológico que se encuentran a la base de todo el proceso: el ser humano es ante todo un ser en relación, al punto que esta apertura radical a la realidad, a los otros y a Dios es fundamental para su crecimiento y desarrollo.
Un ser humano cerrado sobre sí mismo, incapaz de relacionarse con su entorno y con las demás personas, será incapaz de desarrollar su propia humanidad, estancándose incluso a un nivel patológico. Aunque no es nuestro objetivo profundizar en esta perspectiva, no podemos olvidar que el dinamismo del crecimiento y maduración comportan la capacidad de relacionarnos con la realidad, de objetivarla, de “gestionarla” sobre todo en sus aspectos conflictivos, que incluye ciertamente, las preguntas acerca del significado y propósito de la existencia.
Es precisamente aquí donde surge la necesidad de caminar con otros. Quien acompaña ofrece no sólo una perspectiva diferente, sino la posibilidad de permitir aquella relación especular que favorece una relectura de la propia vida, de las decisiones, de lo que nos acontece y resuena en nuestro mundo espiritual y afectivo. Puede resultar interesante en este punto echarle una ojeada al artículo del P. Martos sobre las actitudes básicas en el proceso de acompañamiento.
Horizonte: apuntar a los valores
Por otro lado, afirmamos que el acompañamiento no es un fin en sí mismo. Esto quiere decir, que es ante todo un elemento auxiliar de carácter instrumental y temporal. No se puede absolutizar el proceso de acompañamiento, pues este apunta a una realidad mayor que lo trasciende e involucra la respuesta libre de la persona acompañada. A fin de cuentas, todo proceso de acompañamiento implica también el discernimiento cuyo objetivo es la decisión libre delante al Señor que nos invita a elegir el modo para mejor unirnos a Él en su amor y en su servicio.
Cuando hablamos de horizonte hacemos referencia al punto de llegada, y mientras mayor sea la claridad con respecto a este punto de llegada, mayor será la calidad del acompañamiento. La claridad del punto de llegada por otro lado, no quiere decir claridad en todo el proceso. De hecho, el acompañamiento puede comprenderse como un camino de progresiva iluminación, a través del cual el paso de Dios se va descubriendo en la vida del acompañado. Esto hace del proceso algo único e irrepetible, como única e irrepetible es la persona humana que se pone en camino. No obstante, existe un horizonte común en el que están plasmados aquellos valores trascendentes que son un bien en sí mismos y señalan el trayecto como las estrellas que guían en la noche.
Lo primero es meterse a cristiano
Recuerdo que al comenzar mi propio proceso de acompañamiento vocacional, quien en aquel momento fue mi padre espiritual y acompañante, después de haberme escuchado pacientemente, me dijo sin rodeos: «lo primero que tienes que hacer es meterte a cristiano»… pero si yo ya era cristiano, bueno, al menos estaba bautizado. No obstante, fui descubriendo que efectivamente, mi vida y mis actitudes distaban mucho de ser un «testimonio» evangélico. Pues resultó que aquel primer paso, de revisar mis propias motivaciones y manera de conducirme, a pesar de mis resistencias, fue fundamental. Significa que en el proceso de acompañamiento hay que atender ante nada la invitación del propio Jesús que tantas veces encontramos al inicio de su ministerio público: «Conviértanse de sus pecados y vuelvan a Dios porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 4, 17).
El horizonte: valores terminales y virtudes teologales
Nos creaste para ti, Señor, y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti
San Agustín, (Confesiones I,1)
En la tradición espiritual el valor supremo es aquella unión mística con el Señor, único bien capaz de saciar todos los anhelos del ser humano. Y para alcanzar ese bien, el Espíritu Santo infunde en el corazón del creyente aquellas virtudes que dirigen todo su camino espiritual: la fe que acoge al Dios que se revela como verdad definitiva, a quien se desea en cuanto felicidad plena y a quien se ama como sumo bien (Vitali, 2012, p. 7). Fe, esperanza y caridad sitúan al cristiano, no solamente en una relación con Dios, sino también en relación con el mundo y con los demás hombres, pues, en el orden subjetivo fe, esperanza y caridad lo implican en un dinamismo orientativo hacia el Reino de Dios y a la plenitud de la vida en Cristo, esto es la santidad. En definitiva, meterse a cristiano es vivir en este dinamismo de la fe, la esperanza y la caridad.
Valores intrumentales
¿Qué significa seguir a Jesús? Seguir a Jesús es atreverse a estar con él y como él. Estar con Jesús nos remite no a una idea, sino a una persona, a una relación de cercanía e intimidad que va moldeando nuestro modo de ser, haciéndonos más libres y auténticos. Estar como Jesús es descubrir en su vida, palabra, gestos y acciones una referencia ineludible para la propia existencia. Es este el lugar de los así llamados valores instrumentales: la castidad, la pobreza y la obediencia.
Una castidad que implica la fecundidad en nuestra relación con los demás, porque somos capaces de acoger al otro en tanto persona, en su verdad irrepetible, sin instrumentalizarlo, a fin de que llegue a ser quien es realmente (Jn 4, 1-42). Pobreza que se comprende como donación de sí, tal como Jesús lo hace al despojarse de todo por amor nuestro hasta hacerse esclavo de todos (2Cor 8, 9). Y la obediencia que nos pone junto al Hijo, bajo el misterio de la cruz, en aquella docilidad que hace fructificar nuestra vida, pues pone a Dios en el centro de todo nuestro haber y poseer (Lc 22, 42).
El horizonte que señalan los valores ensancha el corazón y lo engrandecen. El deseo de Dios se convierte en el móvil de la vida que encuentra en Él su significado y fundamento. Llegar a descubrir a Dios como lo más importante de la vida inaugura un modo de estar y de relacionarse con el mundo, con las demás personas y con nosotros mismos. Una perspectiva de amor que nos hace salir de los límites del egoísmo que nos mantiene centrados en nuestras necesidades y en la búsqueda compulsiva y tantas veces inconsciente de gratificación. No obstante, no podemos olvidar que junto a los grandes valores que anhelamos y que se convierten en el horizonte del proceso de acompañamiento, se encuentra la persona con estas ineludibles necesidades, egoísmos, cerrazón, debilidad e inconsistencia.
La tensión ineludible
¿Estamos divididos por dentro? Ante esta interrogante siempre viene a la mente aquella sentencia de san Pablo: «Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco… pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.» (Rom 7, 15-19)
El horizonte de los valores trascendentes representa aquel anhelo profundo de bien que hay en el corazón del hombre: deseo de plenitud, de significado, de verdad, de felicidad, de bien. Pero este horizonte que nos pertenece, pues se ubica en lo más intimo del corazón, allí donde resuena la voz de Dios, convive con nuestra pequeñez, con nuestros límites, con nuestro ser criaturas, con nuestro ser falibles. Y esto no debe asustarnos.
Tampoco llevarnos a afirmar que lo uno es bueno y lo otro es malo. Sino descubrir que nuestra vida se mueve en diferentes niveles, en diferentes dimensiones en las que actúan fuerzas que nos pueden llevar a trascender, o que nos llevan a autocentrarnos. Ciertamente, estamos llamados a trascender en el amor hacia ese horizonte que marca el camino espiritual, pero a la vez debemos ser conscientes que somos trascendidos por ese mismo horizonte que sobrepuja nuestras capacidades y límites.
¡He aquí la verdadera buena noticia! Que este anhelo vivido bajo los límites de nuestra propia humanidad, de nuestro ser criaturas, se revela como una invitación y como un camino que se recorre por las sendas de la gracia. Dios es el protagonista y no simplemente un espectador que aguarda en la meta para ver si llegamos o no. El camino se recorre con el Señor porque Él mismo se ha hecho camino para cada uno de nosotros (Jn 14, 6)
Conclusión
En esta primera aproximación al tema del acompañamiento hemos querido establecer algunas claves que nos permiten situarnos en la reflexión. Ciertamente, no es este un espacio para profundizar en cada aspecto, pero sí quiere ser una invitación a todos los que estamos implicados en la tarea del acompañamiento: a pensar en lo que este significa y en nuestra tarea. En este sentido consideremos las ideas clave:
- El acompañamiento es una ayuda: su carácter es instrumental y temporal, no es un fin en sí mismo.
- El horizonte, el camino a recorrer y el caminante son más importantes que nuestras intervenciones.
- El acompañamiento supone un horizonte. Este horizonte debe ser claro desde el inicio: el horizonte implica los valores que mueven a la persona en un proceso de crecimiento y autotrascendencia.
- El acompañamiento supone al sujeto que se acompaña en todos los aspectos de su humanidad, sus valores y anhelos, sus límites y debilidades. Que las flaquezas y necesidades entren en contradicción con los valores que se anhela alcanzar no significa que exista una división en la persona. Existen más bien dos niveles que han de armonizarse gradualmente. Es allí donde el trabajo del acompañamiento se desarrolla de cara a la madurez humano-espiritual de la persona.
Lecturas de interés para profundizar tomados de la revista Tredimensioni
LOS PROCESOS DE APROPIACIÓN DE VALORES (I):
conocer, apreciar, elegir http://www.isfo.it/files/File/Spagnolo/e-Percassi07.pdf
PROCESO DE APROPIACIÓN DE LOS VALORES (II)
Preferencias subjetivas y valoraciones objetivas http://www.isfo.it/files/File/Spagnolo/e-Percassi07B.pdf
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