Pastoral de la Vocación

Abusos sexuales a menores en la Iglesia: formar para prevenir

Este artículo está escrito por Josep Ramón Ortega Fons

El tema de los abusos sexuales en la Iglesia sigue siendo un desafío. Hablar de prevención implica considerar la formación inicial y permanente de los prebíteros. D. Josep Ortega, sacerdote mallorquí, psicólogo, doctorando de Filosofía Fundamental en la Pontificia Universidad Gregoriana y colegial en el Pontificio Colegio Español de San José de Roma, aborda con muchisima lucidez este desafío, compartiendo con nosotros su aporte como especialista. Un material de primera mano para formadores y acompañantes.

Abusos sexuales: un fenómeno que no es reciente

El fenómeno de los abusos sexuales a menores no es un tema nuevo. Ha existido a lo largo de toda la historia de la humanidad, y que aun hoy, en algunas culturas, siga siendo una práctica habitual socialmente tolerada e incluso promovida. Esto hace que durante muchos siglos, el tema se haya mantenido dentro de una ambivalencia ética y con poca consciencia de las graves consecuencias para los menores que sufren estas prácticas, llegando incluso a ser en la edad adulta, un factor de alto riesgo de patologías graves como las adicciones o el suicidio.

El abuso sexual a menores por parte de clérigos y religiosos ha existido también ya desde del principio de la Iglesia, pero no será hasta los años 70, cuando aparecerá como una de sus llagas más dolorosas y alarmantes. Desde hace unos años se ha empezado a atajar el tema de manera legal-canónica y un poco más dentro, de la formación de los sacerdotes, pero dada su gravedad ¿se puede quedar sólo en ese nivel moral – formativo – canónico? ¿No habrá acaso una comprensión de la Iglesia y del clero que promueve este tipo de actos? Para responder a estas preguntas (en consonancia con el pensamiento del Papa Francisco, quien ha denunciado tantas veces la llamada “cultura del abuso”) es necesario profundizar no sólo en el nivel moral del asunto, sino en los elementos estructurales (incluyendo la formación) que ayudan a que estos actos ocurran y muchas veces se oculten. 

¿Cómo aproximarse al tema de los abusos?

Existen muchos estudios en psicología y sociología sobre este tema. Una de las posibles aproximaciones al mismo es, precisamente, a partir del perfil psicológico del abusador sexual clérigo de menores. En efecto, visualizar el perfil del posible abusador nos ayuda a discernir cuales son los elementos que se deben trabajar para prevenir el abuso de menores en el clero.

La mayoría de los estudios señalan una serie de características comunes en los abusadores clérigos, la mayoría afirma que no provienen sólo de una patología psicológica, sino que tienen sus raíces en temas tan profundos como la misma concepción de lo que significa ser clérigo (casi un semi-Dios), el narcisismo y hedonismo, el sentido del poder y de la autoridad en la Iglesia, la falta de madurez psico-afectiva, la falta de empatía, las carencias afectivas, el apego inseguro, la soledad del clérigo, el burn-out (o síndrome del quemado), etc.

Todos estos temas necesitarían de una larga profundización y desarrollo, que en esta breve reseña no da a lugar. En este primer escrito, me gustaría focalizarme solo en uno de ellos: la falta de madurez psico-afectiva que impera muchas veces el clérigo y que conlleva tantas otras veces a actitudes poco maduras por no decir infantiles, las cuales pueden derivar en comportamientos abusivos.

Formar para la madurez psicoafectiva

Uno de los grandes retos de nuestros seminarios y en la formación permanente del clero, es formar y acompañar los procesos de madurez psico-afectiva. La gravedad de este tema es que dicha madurez se encuetra a la base de todas nuestras relaciones interpersonales. Quien es puesto en medio del pueblo de Dios para su servicio, debe ser un hombre maduro, de lo contrario, su propia vida y ministerio siempre estarán ante una visible precariedad que pone en riesgo, tanto al prebítero como a la comunidad cristiana, el desarrollar un tipo de relación pastoral que derive en abusos. Aquí enumeramos los indicadores de madurez que Rojas[1] considera, recopilando el pensamiento psicológico sobre el tema:

1. Tener un cierto modelo de identidad: es decir un cierto modelo ideal que tire de la persona hacia una dirección concreta y que la empuje a imitarla. En el clero este modelo de identidad casi exclusivo se podría encontrar en Jesucristo, y más análogamente en la imitación de los santos. ¿Cómo se trabaja para que el clérigo imite las actitudes de Jesucristo en su vida ministerial?

2. El conocerse a sí mismo, ser consciente de sus limitaciones y potencialidades, tanto a nivel físico, psicológico, social y cultural. Es necesario un conocimiento de uno mismo sereno y con sinceridad, que debe pasar por la aceptación y el amor a uno mismo, tarea que, al parecer, en el caso del clero, se debería trabajar mucho en su etapa formativa.

3. Alcanzar un equilibrio psicológico entre afectividad e intelecto. Lo que actualmente se denomina inteligencia emocional, término acuñado por Goleman, y que busca sobre todo el conocimiento, aceptación y gestión de las emociones, unido a la capacidad intelectual. Tan importante es tener una buena gestión emocional como una buena capacidad intelectual, ya que ambas son partes de una misma realidad. Parece que a nivel del clero existe deficiencia en este tipo de conocimiento, ya que raramente se expresan las emociones y afectos en reuniones del clero, por miedo, por desconocimiento o por no saber cómo gestionar el mundo emocional. O si estas se expresan, se expresan de manera incorrecta, a veces violenta y poco asertiva, donde no se busca tanto la canalización del sentimiento u emoción, sino el herir al otro.

4. Tener un proyecto personal en la vida, dando una interpretación particular, así como una coherencia interna, y un contenido fundamental donde se incluya el amor, el trabajo y la cultura. En el caso del clero, parece que este proyecto personal debería estar claro, lo que, de no darse, podría indicar una falta de profundización en la teología del ministerio ordenado, ¿está claro lo que es un clérigo en la Iglesia hoy?

5. Tener una filosofía de vida donde no se dé el hedonismo/consumismo y la permisividad, donde todo sea relativo. En el clero, al igual que en el resto de sociedad, este elemento está muy presente, viendo muchas realidades que se alejan del mandato evangélico donde todo vale, siempre que sirva para el propio placer y  gozo.

6. La naturalidad y sencillez, así como ser una persona no complicada, la persona madura no necesita aparentar lo que es o no es, ni ostentar delante de los demás. El narcisismo eclesiástico es uno de los elementos más importantes y graves en el caso de los abusos. Muchas de las actuaciones o roles existentes en el clero denotan esa falta de naturalidad y sencillez, elemento fundamental también en el evangelio, cosa que se percibe sobre todo en el carrerismo y clericalismo eclesiástico, que tantas veces el Papa Francisco critica.

7. El autocontrol y la capacidad de dominarse a uno mismo denotan también el grado de madurez adquirido. Un elemento a tener en cuenta en la etapa formativa del clero, ya que en muchas ocasiones no está presente este autocontrol ni la capacidad de dominio en situaciones pastorales o relacionales. Esta característica estaría relacionada con la inmediatez y con la hostilidad del abusador sexual de menores, que se deja llevar por sus emociones, sentimientos y pulsiones sin capacidad de canalizarlas correctamente.

8. El control de la temporalidad: la persona madura acepta su pasado, vive el presente y se empapa de su futuro. La persona madura se apropia de su pasado, para ayudarse en la experiencia de vida para timonear su futuro. En la vida del clérigo, el pasado aceptado y amado, tiene que servir para crecer en fidelidad a Cristo ahora y llevarlo hacia el futuro escatológico.

9. La responsabilidad: saber responder a ciertas obligaciones contraídas des de la libertad. Tres aspectos se deben destacar: en primer lugar, que existen grados de responsabilidad y que ésta va desarrollándose a lo largo de la vida. En segundo lugar, que deben existir criterios firmes de actuación: tener ideas claras sobre las responsabilidades que se adquieren y las adquiridas. Y en último lugar, la búsqueda de la fidelidad a los compromisos contraídos. En el ámbito del clero, también demasiadas veces existen actuaciones que se alejan de la responsabilidad que uno adquiere al ser pastor de la Iglesia, enviados a anunciar el Evangelio, muchas veces por dejarse llevar por el narcisismo y el hedonismo, pensando solo en ser servido y en no en servir, buscando exclusivamente los placeres para uno mismo y no para el bien de la comunidad.

10. El tener situada la sexualidad en un tercer o cuarto plano existencial, saliendo del mercado sexual existente actualmente. Una formación madura y seria sobre la sexualidad en el clero es fundamental para prevenir los abusos. La sexualidad no es un apéndice de la persona, sino que configura todo su ser-estar en el mundo. No dar la suficiente importancia a una dimensión esencial como es la sexual y no saberla colocar en la vida del clérigo da lugar a desviaciones importantes dentro de su vida, muchas veces acompañadas de mucho sufrimiento. Eludir la sexualidad no es una actitud formativa correcta, sino que se debe situar en su plano justo y necesario, es decir, no caer en el mercado sexual, pero no por eso dejar de situar correctamente la sexualidad del clérigo: no deja de ser una persona sexuada con necesidades y afectos.

11. La capacidad para convivir con otras personas y el sentido del humor, que nos ayuda a ponernos por encima de las dificultades, e incluso a reírnos de nosotros mismos. Así como una buena salud física, que ayude a tener una buena calidad de vida, y que refuerce las ganas de vivir del clérigo, es un elemento que ayuda a mantener esta madurez. Por desgracia, demasiadas veces contemplamos clérigos que consciente o inconscientemente no buscan mantener una buena salud física, ya sea con una vida sedentaria, con el abuso de alcohol o el tabaco, la mala alimentación, etc., así como que la convivencia con otros clérigos, queriendo muchas veces vivir solos, cuando hay posibilidad de compartir vivienda, y siendo muy claras las discrepancias dentro del mismo clero en asuntos pastorales y personales.

Estas son unas posibles características de la madurez personal, evidentemente poco profundizadas por su extensión, pero al menos con carácter orientativo. La madurez no es una tarea de un día o de una etapa, sino de toda la vida, así que estos criterios no son sólo en vistas a una ordenación sino para la vida del clérigo, tarea a realizar día a día y mejor siempre con ayuda espiritual o psicológica según requiera la persona.

El desafío continúa

Hemos querido abordar tan sólo un punto en el camino de la prevención en el tema del abuso sexual a menores en la Iglesia. Trabajarlos todos a la vez y con coherencia no es ni será una tarea fácil, pero sí necesaria y urgente. Cambiar estructuras eclesiales que, de forma directa o indirecta, promueven o toleran estos abusos es una tarea que el Papa Francisco, y nuestra propia identidad como discípulos Jesucristo nos reclama continuamente: ir en contra de la cultura del abuso existente en la misma Iglesia. En efecto, existen muchas resistencias para el cambio, una de ellas el desaferrarse del poder adquirido, pero identificarlas estas resistencias y darles la perspectiva correcta, es el primer paso para poder repensar nuestro ser ministros en la Iglesia y sobre todo Para la Iglesia Pueblo de Dios, con el que caminamos juntos haciendo visibles los valores del Reino de Dios.


[1] Rojas, «Indicadores de la madurez de la personalidad»

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