Una breve reflexión para acompañar la lectura orante de la Palabra
Pedir, buscar, llamar…
El Evangelio, nos presenta la relación filial del ser humano con Dios mediante tres verbos: Pedir, buscar y llamar a la puerta. Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! (Mt 7, 11). Con ello, nos dice Jesús que toda paternidad humana, sobre todo la del sacerdote, no tiene sentido, más que en la medida en que está al servicio de la paternidad divina.
Es, por tanto, en la paternidad divina, donde encuentra su origen y finalidad la paternidad del sacerdote y esto se verifica en el hecho de ayudar a los hombres y mujeres a ser hijos e hijas de Dios (Jacques Philippe, La paternidad espiritual del sacerdote. Un tesoro en vasos de barro, Rialp, Madrid 2021, p. 13). Por eso, dirá Jesús más tarde «No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque solo uno es vuestro Padre, el celestial.» (Mt 23, 9.)
Así pues, la paternidad del sacerdote no puede encontrar su fundamento en otro lugar que no sea en la participación de la relación filial de Jesús con su Padre: es decir, en la configuración con Cristo. Por tanto, la paternidad no es algo que se pueda reivindicar o imponer a los demás: soy sacerdote y, a partir de ahora, debes acogerme como a tu padre. La verdadera paternidad del sacerdote brota de esta relación filial a la que se sirve en el ejercicio del ministerio.
La auténtica paternidad nos lleva a la fraternidad
Para evitar esta actitud, decimos en cada celebración eucarística: te damos gracias, Señor, porque nos haces dignos de servirte en tu presencia (Plegaria eucarística II). En nuestro camino de configuración con Cristo no debemos olvidar que, nuestra filiación bautismal y ministerial nos hermana: la fraternidad sacerdotal y la pertenencia al presbiterio son elementos característicos del sacerdote (Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros [11 de febrero de 2013], n.º 34).
Toda falta de testimonio contra esta doble fraternidad sacerdotal (filiación) actualiza la crítica de Voltaire a los jesuitas de su época:
La vida monástica (sacerdotal), se diga lo que se diga, no es nada envidiable: los monjes (curas) son personas que se juntan sin conocerse, con-viven sin amarse y mueren sin llorarse.
Voltaire, L’homme aux quarante écus, in Œuvres complètes VIII, p. 466
Más que amigos, hermanos
No podemos ser todos amigos, pero sí hermanos. Y como hermanos, decía el beato Manuel Domingo y Sol: «No sabemos si estamos destinados a ser un río caudaloso que haga florecer a sus orillas jardines amenos, o si hemos de parecernos a la gota de rocío que envía Dios en el desierto a la planta desconocida; pero más brillante o más humilde nuestra vocación (obligación) es cierta: no estamos destinados a salvarnos solos.»
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