Una de las insistencias más frecuentes del Papa Francisco cuando se refiere a todos los ministros ordenados trata acerca de la tentación de ser profesionales de lo religioso o gerentes de lo pastoral. Esto hace que, además de intensificar el clericalismo, se pierda de vista el auténtico sentido del ministerio. Por eso, nos recomienda abrir los ojos y revisar nuestras vidas de compromiso ministerial para reafirmar nuestra vocación de servicio, como configurados a Cristo. En el fondo, el Papa está aplicando la última frase de Hebreos 5,1: “…para las cosas que son de Dios”.
En clave de formación permanente
Dentro de la tarea de la formación permanente de un obispo, se encuentra precisamente esta: no sólo advertir sino ir enseñando desde los más jóvenes hasta los mayores que no son los criterios del mundo ni la identificación a una profesión como muchas veces se considera a los ministros del Señor. En este sentido, con los medios disponibles es posible para el obispo no sólo delinear el perfil del auténtico sacerdote, sino acompañarlo. Esto implica dos cosas importantes. Una de ellas, es la de siempre tener en cuenta lo que implica la consagración que configura al ministro a Cristo Sacerdote. La otra es estar pendiente siempre para ir respondiendo con los criterios del evangelio a las urgencias, signos y situaciones que se van presentando.
Las cosas que son de Dios
Las cosas que son de Dios no se restringen sólo a un campo religioso y espiritualista, sino que son aquellas que componen la tarea de la Iglesia en el ejercicio de la Misión: ANUNCIAR LA PALABRA – CELEBRARLA – HACERLA REALIDAD CON LA CARIDAD. Para esto, es necesario seguir reafirmando los oficios propios de un ministro ordenado: ser profeta o maestro de la Palabra y de la fe, santificador del Pueblo de Dios y pastor que lo conduce por las sendas de la verdad y de la vida.
El ejercicio de la paternidad espiritual
Para poder cumplir con esta tarea, el obispo no sólo debe tener conciencia de ser ministro, sino hacerlos sentir a los miembros de su presbiterio: la cercanía y el ejercicio de su paternidad espiritual y pastoral. No en vano, muchos sacerdotes, al mencionar a sus obispos que cumplen esta labor, los identifican con dos apelativos: padre y pastor. Y es así, de verdad. El obispo para con sus sacerdotes debe ser el primero en pastorearlos para conocerlos y ser conocidos, demostrando que ellos son sus próvidos cooperadores y por quienes incluso llega a dar la vida. Y, a la vez, es el Padre capaz de compartir las lágrimas, las angustias, las soledades de un sacerdote. Como Padre y Pastor, en el ámbito de la formación permanente, el obispo ha de estar siempre atento y con ojo avizor para ayudar a profundizar la responsabilidad adquirida en la ordenación: esto es, las cosas que son de Dios.
En un mundo tan secularizado, es importante que el obispo no deje de lado este aspecto irrenunciable y fundamental de la formación permanente. Ocuparse de sus sacerdotes conlleva, ante todo, el ayudarlos a seguir modelando la figura o el icono del Buen Pastor y del Sumo Sacerdote en las vidas y personas de cada uno de ellos. Al hacerlo, estará en sintonía con lo que nos quiso decir el autor sagrado cuando proclamó:
EL SUMO SACERDOTE ES UN HOMBRE,
TOMADO DE ENTRE LOS HOMBRES Y COLOCADO EN MEDIO DE LOS HOMBRES,
PARA LAS COSAS QUE SON DE DIOS.
“el obispo no sólo debe tener conciencia de ser ministro, sino hacerlos sentir a los miembros de su presbiterio: la cercanía y el ejercicio de su paternidad espiritual y pastoral” solamente subrayo la urgencia de esta afirmación que es principio de sinodalidad. Gracias Monseñor.