En el Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, se recomienda que la Iglesia toda (desde el obispo y el fiel laico más sencillo) se involucre en la formación permanente de los presbíteros. Esto significa que no se limita a algunos aspectos de la vida ministerial. Más bien, al involucrar a toda la comunidad eclesial, ciertamente se está subrayando el protagonismo de todos en la Iglesia.
Por supuesto que la responsabilidad del obispo es irrenunciable. Sin embargo, dentro del esquema de una eclesiología de comunión y el camino sinodal de una Iglesia viva, el obispo tampoco actúa solo. Al contrario, junto con sus más cercanos colaboradores, debe contar con la cooperación de laicos y religiosos que, con diversas especialidades ayuden a fortalecer el ministerio presbiteral con un aporte claro desde algunos aspectos de la formación permanente del presbiterio.
Una doble dimensión
Al involucrarse todos, la formación permanente adquiere una doble dimensión: es integral (e integradora) y –valga la redundancia- permanente. No se puede limitar a algunos momentos de la vida sacerdotal. O reducirla a algunas etapas. El sacerdote joven necesita aprender a vivir el ministerio desde la práctica en sus inicios como sacerdote. Pero el sacerdote mayor, aún con su cúmulo de experiencia, debe aprender a vivir su sacerdocio en sus nuevos tiempos de adaptación a la vida y como “experto en sabiduría”. A esto se une el hecho importantísimo de subrayar y destacar la integralidad (integradora, aunque suene repetitivo): es decir, ayudar al sacerdote a integrar su vida en el misterio de Dios y del hombre y dejarse medir por lo que Dios le va diciendo en cada momento.
Aspectos de la formación permanente
Hay un texto del Directorio que traemos a colación y que está en sintonía con lo que vamos exponiendo:
La actividad de formación se basa en una exigencia dinámica, intrínseca al carisma ministerial, que es en sí mismo permanente e irreversible. Por tanto, ni la Iglesia que la imparte, ni el ministro que la recibe pueden considerarla nunca terminada. Es necesario, pues, que se plantee y desarrolle de modo que todos los presbíteros puedan recibirla siempre, teniendo en cuenta las posibilidades y características, que se relacionan con el cambio de la edad, de la condición de vida y de las tareas confiadas.
Directorio, 91
Desde esta perspectiva, entonces, podemos ver cómo lo que propone Pastores Dabo Vobis para la formación inicial de los futuros sacerdotes se debe continuar. Se requiere seguir fortaleciendo la formación humana, la espiritual, la intelectual, la pastoral. Esto se hará con métodos peculiares, es verdad; pero, a la vez, con la imaginación y valentía creadora sugerida por el Papa Francisco. El sacerdote ordenado no deja de ser ser humano ni pastor, ni cristiano ni necesitado de aprender y conocer para estar al día.
Para todo obispo, el camino de la formación es también un modo de ejercer su ministerio de paternidad y cercanía hacia los más próvidos cooperadores suyos, los presbíteros. No se trata de un mero protocolo o de algo que se ve y se da de vez en cuando… por ser permanente es algo que le distingue y compromete siempre.
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