El numeral 70 del DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBITEROS enfatiza en la necesidad de la formación permanente. Es un continuo trabajo que ha de realizar todo presbítero sobre sí mismo, con la ayuda de la Iglesia. Es lo que nos señala el mencionado Directorio cuando dice:
La vida espiritual del sacerdote y su ministerio pastoral van unidos a aquel continuo trabajo sobre sí mismos, que permite profundizar y recoger en armónica síntesis tanto la formación espiritual, como la humana, intelectual y pastoral. Este trabajo, que se debe iniciar desde el tiempo del seminario, debe ser favorecido por los Obispos a todos los niveles: nacional, regional y, principalmente, diocesano.
Directorio, 70
La integralidad de la formación permanente
En este texto podemos destacar lo siguiente. Primero que nada, la integralidad de la formación permanente. El texto nos lo dice cuando presenta en estrecha correlación la vida espiritual del sacerdote y su ministerio pastoral. No se pueden separar ninguna de las dos. Como nos enseña el Vaticano II, desde la Caridad pastoral, rasgo fundante de la espiritualidad presbiteral, surge el principio unificador y animador del ministerio presbiteral-pastoral.
Desde esa estrecha correlación es como podemos comprender lo que hemos señalado: el continuo trabajo sobre sí mismos. Sólo así se podrá encontrar sentido a la formación permanente y, a la vez, comprobar las consecuencias o efectos de la misma: profundizar y recoger en armónica síntesis tanto la formación espiritual, como la humana, intelectual y pastoral.
En camino hacia la síntesis
Llama la atención que se hable de “armónica síntesis”. Esto nos permite entender que no es algo externo o meramente protocolar, como si se tratara de un punto de un programa. «Síntesis» habla del esfuerzo personal que se debe ver, tanto en quien la recibe como en quien la promueve y acompaña. Y «armónica», porque conlleva la dimensión eclesial de la comunión. No se puede realizar sin esa comunión personal y con los demás protagonistas de la formación permanente.
El texto citado nos abre una perspectiva interesante. La formación permanente se inicia ya desde el seminario. Se corre el riesgo —sobre todo en esquemas que favorecen el individualismo y la perentoriedad— de hacer creer que sólo basta con los años de formación en el Seminario. Pero el Directorio nos propone otra dimensión: lo inicial es introducción a lo permanente. Así se evita la idea de que al terminar los estudios y tiempo de formación sacerdotal ya se han adquirido todos los conocimientos, destrezas y elementos definitivos para el ejercicio del ministerio. Debe ser al contrario. Por eso, conviene hablar más de iniciación para la configuración a Cristo Sacerdote que de formación inicial, presentada de manera escueta.
Un camino creciente
Hay que considerar que la formación inicial es una introducción en un camino de etapas formativas que van “in crescendo”. Eso permitirá entender la importancia y continuidad de la formación permanente. Desde esta perspectiva, entonces, se podrá ver y entender que esta se aprende a asumirla desde los primeros momentos en los seminarios. Se asume como parte de una mentalidad de progreso formativo y de continua madurez cristiana y sacerdotal. En esto, la última RATIO FUNDAMENTALIS ha dado un paso importante al proponer que la etapa, correspondiente a los estudios de Filosofía, se dedique a profundizar en la vocación cristiana y de discipulado en los candidatos al ministerio sacerdotal. Para continuar durante los siguientes años de la teología y así comenzar a aprender y vivir la configuración a Cristo Sacerdote.
Como ya hemos insistido, la formación permanente depende del propio ministro, con la ayuda del presniterio y de todos los miembros del pueblo de Dios. Sin embargo, un actor importante e imprescindible es el obispo, quien debe favorecerla en todo tiempo y con una dimensión eclesiológica muy amplia, donde se articulen lo local con lo nacional y universal. El papel de cada obispo es fundamental en este sentido.
Podemos deducir de lo antes expresado que la formación permanente involucra a todos, desde el mismo sacerdote hasta el más sencillo de los miembros del Pueblo de Dios, contando con la irrenunciable tarea del obispo en este aspecto. Una formación permanente que apunta a la integralidad del ser y del quehacer ministerial y le permita a cada presbítero mostrar un rostro renovado, reflejo de la faz de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote
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