La formación permanente, instrumento de santificación
Podemos correr el riesgo de limitar la formación permanente de los presbíteros (y obispos) a una esfera meramente académica y a informaciones de carácter general. Sin embargo, es interesante comprobar como, al derivarse del mismo ministerio, es considerada como un instrumento de santificación. Esto tiene que ver con esa propuesta que continuamente nos recuerda el Papa Francisco al hacernos notar que el ministerio no es una profesión y que los ministros ordenados no somos ni profesionales ni gerentes de la pastoral, sino pastores según el corazón de Cristo, a quien estamos configurados.
Los Directorios
Los dos Directorios de la Congregación para el Clero sobre la vida y ministerio de los presbíteros enfatizan en esta realidad. El primero de esos directorios nos presenta el significado de la formación permanente como instrumento de santificación. Ello es asumido en el Directorio del 2013:
Esta formación consiste, en la práctica, en ayudar a todos los sacerdotes a dar una respuesta generosa en el empeño requerido por la dignidad y responsabilidad, que Dios les ha confiado por medio del sacramento del Orden; en cuidar, defender y desarrollar su específica identidad y vocación; en santificarse a sí mismos y a los demás mediante el ejercicio del ministerio.
Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 71
El oficio de santificar
Si uno de los oficios del sacerdote es “santificar”, es lógico que también él busque ser santo. Y, junto con otros medios, la formación permanente se le presenta como un instrumento eficaz para ello. Y tiene su lógica, ya que ella le permite al sacerdote no sólo estar al día en las cosas de Dios y de la humanidad, sino ir entendiendo cómo debe leer los signos de los tiempos, discernir y hacer oración. Como todo fiel cristiano por el bautismo, el sacerdote está llamado a la santidad. Todo aquello que le permita profundizar y asumir los medios para lograrlo será una forma muy adecuada para caminar en las sendas de la novedad de vida, propuesta por Pablo (Rom 6,4).
Al abrirse a la formación permanente, el presbítero, sencillamente, hace suyo este medio para introducirse seria y decididamente en el ámbito de la santificación. La formación permanente es un medio necesario para que el presbítero de hoy alcance el fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su Pueblo. Todavía más, esto significa que el presbítero debe evitar toda forma de dualismo entre espiritualidad y ministerio, origen profundo de ciertas crisis.
Madurar la respuesta
En su preocupación por el presbiterio, todo obispo debe entender esta dimensión de la formación permanente, que arranca de la finalidad intrínseca de la misma: el hacer que el sacerdote siga madurando en su respuesta y santificándose para santificar. Esto es, ayudarlo con esa formación permanente a asumir todo lo que encierra la configuración a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
En esta línea, el obispo no sólo debe estar preocupado por dar insumos para dicha formación permanente, sino ser el padre que muestra cercanía con el propio ejemplo. Tanto con el estudio como con el discernimiento, el obispo debe animar para que los sacerdotes hagan lo mismo. Pero además debe presentar los diversos medios, antiguos y nuevos, que le posibiliten al sacerdote sentir que tiene una espiritualidad con características propias. Muchas veces nos conseguimos con presbíteros que andan buscando, con insistencia, elementos de otras espiritualidades, cuando tiene una que le es propia por el mismo sacramento que ha recibido.
El obispo, padre espiritual
Por ello, si de algo debe tener conciencia el obispo es el ser padre espiritual para sus sacerdotes y todo el Pueblo de Dios. El marco de referencia de la formación permanente le permitirá hacer de esta una tarea desde la que ofrecer a su presbiterio un camino espiritual. Incluso tomando en cuenta los elementos carismáticos propios de su Iglesia local. Desde la oración hasta la celebración eucarística, contando con la Palabra y la enseñanza de la Iglesia. El obispo debe motivar esta dimensión espiritual de la formación permanente.
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