El sacerdote de la Nueva Alianza según Hebreos
El texto de Hebreos 5,1 se presenta tradicionalmente como la mejor definición de sacerdote. De hecho, aparece en la Carta a los Hebreos en un contexto donde se explica la realidad sacerdotal de Jesucristo el Señor. El sacerdote de la Nueva Alianza según Hebreos es Cristo, al que se le considera como el sacerdote sumo y eterno. Con Él se configuran los ministros que reciben el sacramento del Orden. Lo interesante de este texto es la definición descriptiva que se hace del sacerdocio de Cristo. Tiene que ver especialmente con dos realidades: una, la de su encarnación (con la que se cumple la voluntad de Dios Padre) y la otra su ministerio de mediación para unir a la humanidad con el Padre. Todo esto tiene un culmen en la expresión “para las cosas que son de Dios”.
Incidencia en la formación inicial
Muchos escritos acerca del Sacerdocio de la Nueva Alianza arrancan de este texto neotestamentario o tienen que ver con el mismo. Una reflexión que permita entender la formación permanente como tarea de un obispo con su presbiterio, tampoco debe dejarlo de lado. En primer lugar, porque le permitirá seguir profundizando en las diversas áreas de la formación inicial recibida en el seminario:
- el aspecto humano, al considerarse quién es y de dónde viene (“hombre tomado de entre los hombres”);
- el aspecto pastoral y ministerial al destacarse dónde ejercerá su ministerio (“colocado en medio de los hombres y para las cosas que son de Dios”);
- el aspecto académico e intelectual que lo da la teología para enseñarle al elegido qué significa su configuración a Cristo, centro y fuente de su vida;
- el aspecto espiritual, sobre todo con una de las características que posteriormente se verá del Sumo y Eterno Sacerdote, quien es “causa de nuestra salvación”.
Modelar la arcilla
Si la sacerdote de la Nueva Alianza según Hebreos es Cristo, toda la formación inicial debe tener este marco de referencia y debe, con la ayuda de la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia, formar, “modelar la arcilla” del futuro y neo sacerdote. Entonces, la formación permanente sencillamente será una necesaria prolongación de esa tarea de modelar la figura sacerdotal en el elegido y configurado a Cristo. Esta es una tarea irrenunciable de un Obispo. En el fondo, es seguir profundizando en esa misma descripción tomada de Heb. 5,1. Así se reafirma el misterio de la configuración a Cristo sin prescindir de su humanidad. Humanidad que se consagra para el servicio de los hermanos en las cosas que son de Dios.
Es interesante que un Obispo, al programa y realizar la formación en su Presbiterio tenga en cuenta el profundo contenido de esta definición dada por el autor sagrado. No le debe resultar difícil, ya que debe gacerlo desde la propia experiencia y vivencia de esa realidad de configuración. Para ello, sin duda cuenta con la “gracia de estado” y la acción del Espíritu.
Un hombre
El texto de Hebreos 5,1 hace referencia directa a que el Sacerdote es un “hombre”. Al referirse a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, se habla claramente del misterio de su encarnación. Al aplicárselo a los que son configurados Cristo por el sacramento se hace referencia a su humanidad. Esto nos lleva a reafirmar que todo ministro ordenado, aún recibiendo la gracia que lo configura a Cristo para actuar en su nombre, no dejar de ser “hombre”.
En el marco de la formación permanente como tarea irrenunciable de un obispo, aquí nos topamos con una responsabilidad importante. En primer lugar, a lo largo de los diálogos y encuentros con sus presbíteros, el obispo debe insistirle que son seres humanos, no extraterrestres que marcados por la gracia del sacramento y los ha transformado ontológicamente en su persona. Pero esto no significa que dejan de tener sentimientos y necesidad humanos. De allí, la urgente respuesta que el obispo, junto con sus cooperadores en este campo de la formación permanente, atienda todo lo referente a la humanidad propia del ministro ordenado.
La preocupación integral por el sacerdote
Forma parte constitutiva de su preocupación por el sacerdote la integridad de su persona. No sólo en lo espiritual sino en su cuerpo, en su salud, en su psicología y todo lo que le haga sentir ser humano. Para esto, junto con otros medios, se puede valer de la Pastores dabo vobis que hace referencia a la dimensión humana tanto en la formación inicial como en la permanente. No se reduce ésta a meros cursos y a serias indicaciones que le permitan al sacerdote tener algunas destrezas para favorecer su ministerio. Es mucho más que eso.
La dimensión humana de la formación permanente, junto con lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia, debe atender, como ya se indicó, a la integralidad de la persona del ministro ordenado. Por eso, el Obispo debe tener un interés por la salud espiritual y corporal, por las alegrías y esperanzas, por las dificultades y problemas… e, incluso por las tentaciones variadas y las caídas que puedan sufrir en todos los ámbitos.
La cercanía del obispo y el ejercicio de su paternidad
La actitud más efectiva por parte del obispo es el de la cercanía y la apertura de su paternidad. Se suele decir que el obispo debe ser un padre para todos, especialmente para sus sacerdotes. Es cierto. De allí esa preocupación que debe manifestar no tanto con mano dura, sino con la mano firme que sabe sostener, levantar, corregir, acompañar y guiar. Para ello, ante todo, el mismo obispo debe recordar que es un hombre, frágil pero abierto a la fortaleza de la gracia.
En los momentos actuales de la Iglesia, si algo se requiere por parte de los Obispos es, en primer lugar su prioritaria preocupación por los que componen con él el cuerpo presbiteral de su Iglesia local y, junto a ello, su actitud de PADRE con lo cual ayuda a desarrollar y fortaleza la dimensión humana de los sacerdotes. Para ello, no debe ser mezquino en el tiempo que le dedica a los hermanos ministros ordenados. Al contrario, ellos son y deben ser la prioridad de sus atenciones y preocupaciones…
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