Si algo debe tenerse en cuenta, tanto para la formación inicial como la permanente de los ministros ordenados, es la situación real que vivimos: un cambio de época. Generalmente se pretende hablar de “época de cambios”. Es cierto que se han dado y se siguen reaoizando una serie de cambios…, perio, en el fondo, atravesamos el campo minado de un cambio de época, con todo lo que ello supone y conlleva.
En la Iglesia, desde hace tiempo se viene hablando de ello. Si uno revisa algunas intervenciones de Pío IX y León XIII, se va a encontrar que ya ellos lo estaban avizorando. El Papa Pío XII hizo mención expresa de este fenómeno. Desde el Vaticano II se vuelve a tocar el tema. En Aparecida se habla explícitamente de “cambio de época” y el Papa Francisco no deja de mencionar frecuentemente esta situación.
Detectar y acoger el cambio en un cambio de época
En febrero de este año, al inaugurar el Congreso sobre la Teología Fundamental del Sacerdocio, el Santo Padre hacía referencia a este fenómeno. El tiempo que vivimos es un tiempo que nos pide no solo detectar el cambio, sino acogerlo con la consciencia de que nos encontramos ante un cambio de época. Esto lo he repetido ya varias veces. Si teníamos dudas sobre ello, el Covid lo hizo más que evidente, ya que su irrupción es mucho más que una cuestión sanitaria, mucho más que un resfriado.
Acoger este tiempo como un desafío implica tomar conciencia, como nos lo recuerda el Obispo de Roma. Por eso, entra en el marco de la Formación Permanente del sacerdote. Es una tarea y una asignatura pendiente. Existe el riesgo de dejarlo de lado como si no se tratara de un asunto que influye en nuestras propias existencias y ministerios.
En este sentido, el Papa nos llama la atención para que no nos refugiemos en el pasado o en lo inmóvil del mismo: El cambio siempre nos presenta diferentes modos de afrontarlo; el problema es que muchas acciones y actitudes pueden ser útiles y buenas, pero no todas tienen sabor a Evangelio. El centro de la cuestión está en esto, en discernir si el cambio y las acciones tienen o no sabor a Evangelio. Por ejemplo, buscar formas codificadas, ancladas en el pasado y que nos “garantizan” una forma de protección contra los riesgos, “refugiándonos” en un mundo o en una sociedad que no existe más (si es que alguna vez existió), como si ese determinado orden fuera capaz de poner fin a los conflictos que la historia nos presenta. Es la crisis de ir hacia atrás, para refugiarnos.
Sin un falso concepto de optimismo
Tampoco nos debemos esconder en un falso concepto de optimismo o de esperanza. Otra actitud puede ser la de un optimismo exacerbado ―“todo estará bien”―; ir demasiado lejos sin discernimiento y sin las decisiones necesarias. Este optimismo termina por ignorar los heridos de esta transformación y no logra asumir las tensiones, complejidades y ambigüedades propias del tiempo presente y “consagra” la última novedad como lo verdaderamente real, despreciando así la sabiduría de los años. (Son dos tipos de huidas, son las actitudes del asalariado que ve venir al lobo y huye: huye hacia el pasado o huye hacia el futuro). Ninguna de estas actitudes lleva a soluciones maduras. En lo concreto del hoy; es allí donde debemos detenernos: en lo concreto del hoy.
Una de las categorías con las que hemos de afrontar el desafío de este cambio de ápoca es la del discernimiento. Esto requiere dos elementos: uno primero, básico, saber discernir. La formación permanente no sólo debe ayudarnos a aprender a discernir, sino a practicarlo de manera continua y eficaz. El otro elemento lo encontramos en el compromiso de parte de los obispos y de los mismos sacerdotes de asumir la formación permanente de modo integral. Esta no puede reducirse a un solo aspecto (quizás teológico, de derecho o filosofía…); antes bien, debe ser una ayuda para entender que se debe ser sacerdote en el tiempo en el que se vive. Esto exige un tercer elemento: disponibilidad con amor pastoral y humildad.
Con sus presbiterios y con la ayuda de especialistas, los obispos deben elaborar, dentro del plan de formación permanente de sus sacerdotes, un programa que permita saber entender lo que es un cambio de época, cómo avizorar el futuro y, sobre todo, como vivir en esta situación el ministerio sacerdotal. Todo ello orientado desde un principio vital: Cristo, Dios encarnado, el mismo ayer hoy y siempre, principio y fin de la historia.
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