Hablar de pastoral de la comunicación implica un riesgo: reducirla al simple uso que hace la Iglesia de los medios o de las redes sociales. Sin embargo, es una realidad mucho más profunda. La comunicación es inherente al ser humano y resulta esencial tanto para contemplar como para transmitir la fe.
El mismo acto creador de Dios es, en esencia, comunicativo. El Padre pronuncia una Palabra y el cosmos surge; pero, a diferencia del resto de la creación, con el ser humano entra en diálogo, se comunica y se revela.
La Iglesia, por tanto, es comunicación por su propia naturaleza, aunque su mensaje sea sobrenatural. Se expresa en modelos: institucionales, misioneros, sacramentales, diaconales y comunitarios. Por eso, toda presencia eclesial en las redes —ya sea personal o institucional— debe partir de una sólida formación cristiana y de la conciencia de que la Iglesia es siempre el último referente de todo lo que se comunica.
Formarse para comunicar
Hoy más que nunca es urgente que en los seminarios se impartan talleres de comunicación. Desde su ingreso, los seminaristas representan a la Iglesia: sus palabras, gestos, fotografías o publicaciones dejan de ser actos privados para convertirse en expresiones públicas revestidas de recta doctrina y sana moral.
Formarse para las redes implica comprender que el seminarista y el sacerdote asumen una identidad pública vinculada a la Iglesia. Muchos conflictos mediáticos surgen cuando algunos ministros o consagrados creen que sus publicaciones son opiniones, sin advertir que su pertenencia eclesial les confiere una representación institucional. En cierto modo, actúan in persona Ecclesiae, incluso antes de recibir la ordenación.
Por ello, los seminaristas deben conocer los modelos de comunicación eclesial. Cada uno de ellos aporta coherencia con la vida cristiana, pues lo que se comunica es la doctrina, el Evangelio, la salvación, el amor y la Verdad. No basta con publicar: el contenido debe reflejar el carisma institucional, la adhesión a la Iglesia y una calidad técnica digna de su misión.
Comunicar: un acto de identidad, no de opinión
Una de las mayores tentaciones en redes es convertir la comunicación en un espacio de opinión. El cristiano —y con mayor razón quien ha asumido una vocación consagrada— no se representa a sí mismo, sino a la Iglesia. Su juicio debe estar iluminado por el Depósito de la fe, del cual es testigo.
Antes de publicar, conviene preguntarse: ¿esto edifica la fe, la comunión y la esperanza, o diluye el Evangelio y escandaliza a la comunidad?
La interacción en redes debe ser siempre evangelizadora, evitando tonos políticos, polémicos o sarcásticos. No se trata de tener la razón, sino de transmitir la verdad con caridad, reflejando auténticamente a Cristo. El CEC recuerda que el deber de confesar la fe se realiza en la vida ordinaria, y de modo particular, en el testimonio público.
Imagen, lenguaje y contenido de fe
Cada publicación es una extensión del ministerio: prolonga la catequesis, la homilía, el confesionario o la dirección espiritual. Por eso el lenguaje debe ser respetuoso, esperanzador, sobrio y claro. Las palabras importan, y el Evangelio nos recuerda que ni una coma pasará sin sentido.
También la estética comunica. Las fotografías, la música y las frases deben expresar belleza y reverencia, alejándose de la vanidad y el protagonismo. Hoy, la tentación del “yo digital” es grande: muchos buscan ser vistos y aplaudidos más que anunciar a Cristo. Esta antropolatría revela vacíos afectivos y, en el ámbito eclesial, un clericalismo disfrazado de misión.
El comunicador cristiano debe preguntarse: ¿mi contenido muestra a Cristo crucificado o me exalta a mí mismo? Solo lo primero edifica.
Comunicar es construir comunión
En el continente digital, la Iglesia enfrenta un gran desafío: mantener la coherencia moral y espiritual de quienes la representan. La vida privada impacta inevitablemente la pública. No se trata de guardar apariencias, sino de elegir vivir en coherencia con el Evangelio.
Todo contenido producido por un cristiano —y más aún por quien está en formación o en el ministerio— debe estar impregnado de espiritualidad eclesial y fidelidad doctrinal. Incluso los mensajes personales, respuestas o fotografías reflejan la adhesión a Cristo.
Publicar exige una vida interior ordenada, veraz y transparente, genuinamente católica. Deben evitarse discusiones, violencia, sarcasmos o comportamientos confusos que escandalicen a los fieles. La comunicación cristiana promueve el diálogo y la unidad, nunca el desprestigio o la crítica.
La prudencia y la templanza también rigen la comunicación digital (cf. CEC 1806–1809). San Pablo lo resume con fuerza: “Todo lo que hagan, háganlo para la gloria de Dios” (1 Co 10,31). En efecto, el sacerdote, el seminarista y todo fiel cristiano son —también en el mundo digital— signo y sacramento de Cristo.
Decálogo del comunicador cristiano en redes
1. Toda publicación debe anunciar a Cristo.
Comunica siempre con la intención de dar a conocer a Jesucristo y de edificar la fe de quienes te escuchan o leen.
2. Evita el protagonismo y la vanagloria.
Recuerda que las redes son un medio para evangelizar, no para exhibirte. Que tu presencia digital refleje humildad y servicio.
3. Sé fiel al Magisterio.
Tus palabras, juicios y opiniones deben estar en comunión con la enseñanza de la Iglesia y brotar de un corazón formado en la verdad.
4. No causes escándalo.
Toda expresión pública tiene consecuencias. Cuida que tu contenido no confunda, divida o debilite la fe de otros.
5. Construye con respeto y caridad.
Nunca utilices las redes para herir, humillar o desacreditar. Que tu comunicación sea signo de misericordia y de paz.
6. Promueve la comunión.
Tus publicaciones deben tender puentes, no levantar muros. La verdadera comunicación cristiana siempre genera unidad y respeto.
7. Defiende tu fe con firmeza y serenidad.
Abre espacio al diálogo con todos, pero no permitas que la burla o la ironía hieran tu identidad cristiana.
8. Vive con coherencia moral.
Lo que comunicas debe reflejar la vida interior que profesas. Tu conducta digital ha de ser tan cristiana como tu vida fuera de las pantallas.
9. Habla con respeto y sobriedad.
Cuida el lenguaje, el tono y las imágenes que empleas. La elegancia espiritual también se manifiesta en la forma de comunicar.
10. Sé testigo y formador.
Usa las redes para inspirar, animar y acompañar a otros en su camino de fe. Todo comunicador cristiano está llamado a ser misionero.






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