Cuando el miembro de una institución religiosa o diocesana recibe un nombramiento como delegado de pastoral vocacional surge en su interior una pregunta muy común: ¿qué tengo qué hacer? En variadas ocasiones las respuestas giran, como es de esperarse, en torno a su mismo espacio y lugar: promoción vocacional de su carisma o institución, resaltar la imagen del fundador o fundadora, tener a la mano un buen diseñador gráfico, entre otras. Esta respuesta es muy común y hasta lógica. Pero, a pesar de este suceso aislado, siempre es bueno recordar que la Iglesia es mediadora de toda vocación y desde ella se nutre y se hace formal todo llamado dentro de la misma Iglesia.
En los cursos de pastoral vocacional que se imparten muchas veces hay una preocupación por la decadencia de métodos para hacer atractiva la vocación sacerdotal o religiosa mirando los errores propios de la misma institución o creyendo que se es la única que tiene propuestas afines a los jóvenes y, desde esta perspectiva, se reduce aún más la misma vocación.
La Pastoral Vocacional merece un rostro auténticamente eclesial no sólo por la reflexión actual de la Iglesia sino como una tarea mística constante. La Iglesia en conjunto promueve todas las vocaciones no sólo por la cultura emergente sino porque es su misión en el mundo.
Una respuesta a un desafío cultural.
Y la respuesta a estas y otras preocupaciones está en la misma identidad de la Iglesia: ser una comunidad de camino conjunto. Y, antes que eso, es la pedagogía de Jesucristo mismo: ser compañero de camino, sentir con el otro y ayudarle en el cambio de su mentalidad y, por tanto, de sus actitudes frente a la realidad. No es sólo un ir al lado, sino vivir con el otro su drama (Cfr. Lc 24, 13-35).
Quien está dedicado a laborar en las raíces de la conciencia vocacional tiene la especial vocación de creer en la Iglesia, de conocer su amplitud y auténtica diversidad. Esto frente al estilo reduccionista, limitado y mediocre que el mundo plantea.
En camino a la recuperación del rostro sinodal
Pocas veces se da como una respuesta a la pregunta con que se inició: -forjar o unirse al equipo de pastoral vocacional existente. Peor aún: -forjar un equipo vocacional institucional.
Este rostro eclesial es el que espera la gente, y más aún los jóvenes que reclaman constantemente una iglesia inclusiva y respetuosa. Con mayor razón en la catequesis vocacional esto debe aparecer no como “un tema” sino como una experiencia que remonta a las raíces del mismo joven: su propia familia.
Vocaciones para la Iglesia
La reflexión sobre el camino sinodal que el Papa Francisco ha convocado debe ser una reflexión especialmente para los pastoralistas de la vocación, pues el trabajo es ese: mostrar la belleza de la vocación en todos los que participan del camino cristiano. El llamado tiene un dinamismo y belleza único que sólo se hace atractivo cuando se dona, no cuando se esconde. Por ello, el camino sinodal que ilumina la pastoral vocacional es la naturaleza misma de la Iglesia a la que se pertenece, en la que se sirve y a la que se promueve.
Este es un tiempo para aprender a vencer los reduccionismos de la vocación y del carisma y aprender a expresarlo con toda su amplitud mundial. El continente digital permite reconocer que no estamos solos o no somos los únicos en todo el mundo con una inquietud, sino que somos muchos vibrando al mismo ritmo.
Es por esto que la pastoral vocacional debe recobrar el rostro de la auténtica diversidad en estilos de vida y carismas. Y no sólo porque “está de moda” hablar del camino sinodal sino porque es propio de la Iglesia ser familia, ser Pueblo, ser comunidad, adorar a la Trinidad. Recuperar nuestras raíces sinodales es una esperanza para el cumplimiento de la misión de la misma Iglesia: ser madre de nuevos cristianos, llamados por Dios a una vida en plenitud.
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