La crisis de vocaciones
Vocación y libertad para descubrir la voluntad de Dios. Una de las expresiones en boga de la cultura vocacional imperante en las diócesis es “crisis de vocaciones”. Este sacerdote teólogo espiritual, Manuel Vargas, aborda el tema de las vocaciones en su tesis, y así también logra un libro recientemente publicado por Monte Carmelo “Vocación y libertad. El estilo ignaciano”.
En otras palabras, eso que llamamos -crisis de vocaciones- se puede traducir en la falta de cultivo de la vida interior por parte de las mismas experiencias eclesiales que estamos proponiendo. M. Vargas desde su reflexión afirma que la vocación no es sino el fruto de esta vida interior cultivada; y si no se trabaja para preparar así la tierra (oración persona, recepción frecuente de los sacramentos, inserción en la vida de la Iglesia…), no obtendremos el fruto de vocaciones auténticas en la Iglesia (cf. Mc 4,8).
La importancia de las familias
El repunte de este teólogo no solo alerta a institución eclesial, también a las familias, como primeras “cultivadoras” de la vida interior y “propiciadoras” de un ambiente favorable para las decisiones vocacionales. Ya lo señalaba así el Concilio Vaticano II comprendiéndolas como un primer seminario. Ejemplo de esta tarea de las iglesias domésticas es la incisiva invitación no solo el éxito profesional sino también a la entrega de la vida, como dice nuestro autor; animar desde el hogar que la alegría está más en dar que en recibir.
Vocación y libertad para descubrir la voluntad de Dios
Nos parece atinada la nota y la recomendamos porque a menudo nuestros esfuerzos en las pastorales vocacionales pueden obviar este elemento de la vida de los vocacionados. Cuando el deseo de vivir con Jesucristo, escuchar su palabra, y la motivación de testimonios cristianos coherentes se dan, no faltan jóvenes que deseen también preguntarse ¿a qué me llama el Señor con mi vida?
No dejemos entonces de cultivar también cada uno de nosotros nuestra vida interior, primero para responder de mejor forma a la tarea encomendada por la Iglesia según nuestra vocación específica; y segundo porque “todo verdadero llamado es llamante” y la alegría vocacional siempre se contagia y se comparte.
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