Pastoral de la Vocación

Acompañar la formación permanente del clero

Este artículo está escrito por Mons. Mario Moronta

Acompañar la formación permanente del clero. La mano en el arado

El obispo debe acompañar la formación permanente del clero. El evangelista Lucas nos refiere una advertencia que diera Jesús a sus discípulos: quien habiendo puesto las manos en el arado no mira hacia adelante, al horizonte del Reino, no es digno de Él (Lc 9,62). Es una seria recomendación que, en el fondo, traduce la importancia de la opción por seguirlo y hacer propio su proyecto de salvación, sintetizado en la edificación de su reino. Es importante, al contemplar esta enseñanza, destacar dos elementos esenciales: la preocupación de Jesús porque sus discípulos no desfallezcan ante tantas posibles tentaciones. Su preocupación, a la vez, los lleva a desafiarlos a mirar siempre hacia adelante, buscando la plenitud.

Tres aspectos del acompañamiento en la formación permanente

No dejar solos a los presbíteros

Al ir cimentando las bases para explicar la necesidad de la promoción y preocupación de los obispos por la FORMACION PERMANENTE de sus presbíteros, este texto nos ayuda a entender tres cosas también importantes. Una de ellas, es el no dejar solos a sus «próvidos cooperadores». El camino que emprenden juntos, obispo y Presbíteros, no deja de tener tentaciones, obstáculos y dificultades. Pero hay que vencerlas. Quizás la forma como lo expresa Jesús es dura: se refiere a quien habiendo puesto las manos en el arado no sigue hacia el horizonte del Reino. Pero, a la vez, les está advirtiendo el mismo Maestro a los suyos que Él va a vencer la gran dificultad y asumirá, para instaurar su reino, el gran desafío de la Cruz.

El obispo como animador en la misión

Una segunda cosa, también dentro de esta perspectiva, es la invitación y voz de ánimo que el mismo obispo debe darle a los suyos. El horizonte del reino implica, junto con el crecer y asumir la plenitud como tarea y estilo de vida, conlleva y requiere, a la vez, la necesaria actitud de apertura para la renovación. Precisamente uno de los obstáculos que podemos conseguirnos en las sendas donde debemos arar con el arado de Dios es la resistencia a los necesarios cambios, el anquilosarnos y preferir la mediocridad y la superficialidad. En esta línea, al promover la FORMACION PERMANENTE en su presbiterio, el obispo debe alentar la esperanza y la perseverancia, con una apertura de mente y corazón que le permita superar los miedos y los anclajes en el pasado.

El Reino y su vitalidad

La tercera cosa que hemos de tener presente es la vitalidad del Reino de Dios. El campo del Reino no está limitado a una pequeña parcela, sino a toda la humanidad. Esto se unirá a la propuesta que en Juan 10 vamos a conseguir con el ícono del Buen Pastor: hay que buscar las ovejas dispersas, las que está por todas partes para crear un solo redil bajo un solo pastor. Parafraseando esta idea, podemos indicar que el Reino lo conseguimos en todas partes, “hasta los confines de la tierra”: así, al arar, aunque consigamos dificultades, nos introducimos en la apasionante tarea de anunciar y hacer realidad la voluntad salvífica y liberadora de Jesús y su Padre Dios.

El obispo, el primer implicado

Al promover la FORMACION PERMANENTE, el obispo es el primero que debe dar el ejemplo y así demostrar que él mantiene siempre las manos en el arado y mirando el horizonte del Reino. Con esta actitud no sólo animará, sino permitirá que su Presbiterio sea capaz de acompañarlo en comunión fraterna en la tarea de arar, aún en tierras difíciles, donde se conseguirán viejas raíces y piedras a montón, pero que hay que preparar para la siembra de la Palabra de dios.

La FORMACION PERMANENTE, cual tarea irrenunciable del obispo, se convierte en el eco de esta recomendación y advertencia de Jesús a los suyos. El obispo es el primero que debe acompañar la formación permanente del clero Mirar hacia adelante, vencer dificultades, mantener viva la esperanza, sentir la fuerza de la renovación producida por el Espíritu… y todo ello sin soltar las manos del arado.

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