El nacer a la vida viene acompañado de llanto y grito. La apertura a la vida requiere romper el silencio aunque todavía no haya capacidad de palabra. Ese grito en la noche, el llanto acongojado es un pedido de presencia. Somos gritos necesitados de manos que nos levanten, de una presencia tierna que se acerque y ofrezca serenidad y consuelo en medio de la noche. La presencia es compañia, es un acercamiento silencio. Es acompañar en silencio.
Sin embargo, al correr de los años tomamos distancia de nuestros gritos. Los llenamos de palabras, frases, slogans, para evitar la posibilidad de que emerja la angustia de no ser acudidos, escuchados o atendidos. A medida que adquirimos responsabilidades, compromisos y presiones, también crece el estrés, la ansiedad, la experiencia de la soledad y dolor.
¿Cómo callar? ¿Cómo escuchar?
Acompañar los gritos supone callar. Abrir el espacio de encuentro para que el silencio se habite. Sin guiones, sin directivas, sino con una presencia vaciada dispuesta acoger y a recibir. Es abrir la posibilidad de que el grito atragantado se vehiculize a través de la palabra. Para esto se requiere la capacidad de la escucha. No es desconectarse, sino precisamente sintonizar con la propia interioridad para abrir la interioridad del otro.
Existe modos de escuchar que propician en los demás la experiencia de sentirse escuchados. Requiere estar presente en el momento y priorizar al otro. Cómo se siente la otra persona. Supone y exige ser un oyente intencional. Transmitir el mensaje de «quiero escucharte». Además, requiere un modo compasivo de escuchar. Que transmite el mensaje «te acepto».
Algunas sujerencias para acompañar desde el silencio y acallamiento…
- Deje que la persona cuente su historia. Escuche atentamente y concéntrese en las palabras pronunciadas. Abstenerse de interrumpir. La otra persona es más importante que tus observaciones.
- Evite resolver problemas o dar consejos. La persona está compartiendo contigo su interioridad como una forma de establecer un vínculo. La otra persona busca relación, no recetas.
- Respeta la singularidad de la historia de la otra persona. Trate de evitar identificarse demasiado («a mí me pasó lo mismo»), simplificar demasiado o disminuir la importancia de lo que estás escuchando. La otra persona no es un espejo tuyo.
- Utilice habilidades de escucha atenta. Elije las palabras con cuidado, usando su vocabulario y repitiendo partes de la historia que acaba de escuchar para demostrar que está completamente presente y escuchando en el momento. La otra persona espera simpleza no enriedos.
- El compartir del otro es un acto de confianza. Es importante valorar y agradecer la apertura de la persona que se hace vulnerable para compartir su dolor. Acompañamos personas no problemas.
No hay posibilidad de acompañamiento sin capacidad de acallamiento. Acompañar es callar. Saber estar y reconocer a través de la escucha que el grito es deseo de expresión. Apreciar y recibir el deseo de expresión es acoger el grito sagrado valiente que se ofrece en palabra.
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