Pastoral de la Vocación

El Seminario, escuela de formación II

Categorías Cultivar Sacerdocio
Este artículo está escrito por Victor Ferrer Mayer
Aspectos nucleares de la Pastores Dabo Vobis

«No se puede olvidar que el mismo aspirante al sacerdocio es también protagonista necesario e insustituible de su formación: toda formación –incluida la sacerdotal– es en definitiva una auto formación. Nadie nos puede sustituir en la libertad responsable que tenemos cada uno como persona»

PDV 69

Los protagonistas de la formación sacerdotal

La PDV nos habla de los protagonistas: la Iglesia y el Obispo (n. 65), la comunidad educativa del Seminario (n. 66), los profesores de teología (n. 67), las comunidades de origen, asociaciones, movimientos juveniles (n. 68), y el mismo aspirante al sacerdocio (n. 69).

El Espíritu Santo es el protagonista por antonomasia de la formación (PDV 33), pero el primer responsable es el mismo formando, pues se trata de la formación de una persona libre y la “forma” a la que se tiende brota desde dentro de la persona. Además, cada uno debe responder a la llamada del Señor… responder a Dios, a la Iglesia y a los hombres, de la propia formación, con todas sus consecuencias.

Formación como autoformación

Una “lectura ética” de la parábola de las “vírgenes prudentes” (Cf. Mt 25,1-13) nos lleva a concluir que el “aceite” corresponde a la propia eticidad, que –como resulta del relato– es intransferible. Todos podemos y debemos hacer el bien a los demás; incluso nuestro ejemplo puede animar a los otros a ser buenos… pero no se puede ser bueno en lugar del otro. Cada cual debe construir su propia bondad, es decir, hacerse personalmente bueno. Por lo tanto, puesto que nadie hace bueno a otro, en el Seminario cada uno debe asumir la responsabilidad de la propia formación en vista a la configuración con Cristo mediante el sacramento del Orden. Esta responsabilidad se realiza en los siguientes elementos:

  • Autoconvicción: El seminarista quiere ser sacerdote de Cristo en la Iglesia Católica: está convencido de que ha de formarse, y que se debe formar él. Por eso quiere hacer todo lo necesario, lo mejor posible, para formarse.
  • Autoconocimiento: Quien desea formarse, debe conocerse para trabajarse adecuadamente. Conocer el objetivo: ser sacerdote católico; y conocer la base con que se cuenta (personalidad, formación, cualidades y defectos)… Conocerse, aceptarse, superarse.
  • Autoformación: Aceptarse no es conformarse con lo que se es. El seminarista se conoce (cualidades y límites), ve la meta, constata la distancia, luego se esfuerza realmente por superarse. Este proceso exige, por lo menos, tener sentido de:
    • responsabilidad: tomar las cosas con seriedad y en primera persona. El seminarista es responsable de su formación.
    • sinceridad: transparencia sin disimulo; hacer las cosas por convicción y no porque lo están observando. iniciativa: tomar las riendas de la propia formación; no caminar a “remolque”.
    • Confianza: Autoformación no es “autoguía”; el seminarista confía en la mediación en sus formadores y se deja guiar por ellos.

Formación como transformación

Formarse es adquirir una forma. La forma, en nuestro caso, es esa forma Christi, con la que el seminarista no cuenta al inicio. Para cristificarse, el aspirante al sacerdocio hace suyos (parte de su bagaje, de su personalidad, de su comportamiento, de su vida) los valores de la misma meta a la que aspira. Para interiorizar la forma Christi debe:

  • Conocer: El hombre se guía por las ideas que iluminan su razón. Formar la mente conociendo a Cristo, la Iglesia, la identidad del sacerdote, su misión, las necesidades pastorales…
  • Valorar: Nos movemos por motivos, “valores”: reconocer el valor de las distintas actividades y exigencias del Seminario.
  • Vivir: vivir un valor lleva a profundizar su valoración. Vivir lo valorado no es una experiencia continua (virtud).

El amor a Cristo: motivo fundamental

Jesús llamó a sus apóstoles “para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Les pidió que permanecieran en su amor (Cf. Jn 15,9). Permanecemos en su amor si guardamos sus mandamientos; y del amor a Cristo nace el amor a los hombres (Cf. 1 Jn 4,20s)

El aspirante a compartir el sacerdocio único de Cristo ha de vivir deseando ardientemente conocer e imitar al Buen Pastor. Este es el “cristocentrismo existencial”, el motivo fundamental de su formación integral (Cf. 45-56: la formación espiritual es el eje de toda la formación).

«El seminario, que representa como un tiempo y un espacio geográfico, es sobre todo una comunidad educativa en camino: la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce» (PDV 60b)

La comunidad educativa

El Seminario es una especial comunidad eclesial educativa cuyo fin específico es el «acompañamiento vocacional de los futuros sacerdotes, y por tanto discernimiento de lo vocación, la ayuda para corresponder a ella y la preparación para recibir el sacramento del Orden con las gracias y responsabilidades propias» (61a). Por tanto, el Seminario está intensamente dedicado a la formación humana, espiritual y pastoral de los futuros presbíteros, formación que presenta contenidos, modalidades y características que nacen de manera específica de la finalidad que persigue (Cf. 61b).

La formación para ser futuros pastores, hombres de comunión, promotores del sacerdocio de sus hermanos laicos, etc., plantea una serie de exigencias que se deben ir alcanzando a lo largo de la formación. El logro proporcionado y gradual de las mismas corresponde al “plan de formación” del Seminario (Cf. 61c). Éste, en cuanto “ambiente” ha de estructurarse de modo que propicie el logro de dichas exigencias. Entendemos aquí por “estructuras” las diversas relaciones que guían la vida del Seminario. Son las “reglas de juego” (pre-establecidas y estables) que favorecen la comunión y la participación como los dos ejes sobre los cuales se desarrolla la vida del Seminario. Como veremos más adelante, esto último no se opone a entender el Seminario como «ambiente normal, incluso material, de una vida comunitaria y jerárquica» (60a).

Estructuras al servicio de la identidad

La identidad del Seminario consiste en ser –a su manera– una continuación de la experiencia comunitaria en la que Jesús formó a sus apóstoles antes de la misión. «Esta identidad constituye el ideal formativo (…) que estimula al seminario a encontrar su realización concreta, fiel a los valores evangélicos en los que se inspira y capaz de responder a las necesidades y situaciones de los tiempos» (60c).

Las estructuras –cambiantes según tiempos y culturas– están al servicio de la identidad. Es decir, las estructuras están al servicio de la vida comunitaria del Seminario que, incluso desde un punto de vista humano, «debe tratar de ser una comunidad estructurada por una profunda amistad y caridad, de modo que pueda ser considerada una verdadera familia que vive en la alegría» (60e). La dimensión humana de la fraternidad se enriquece con la vivencia de la misma fe eclesial y la celebración litúrgica de los misterios de salvación. Esta comunión de hermanos en la fe prepara y alimenta el sentido de comunión de los candidatos al sacerdocio con su Obispo y con su Presbiterio.

Aunque el Seminario es una comunidad que educa a los futuros “hombres de la comunión”, debe tener en cuenta que acompaña en la formación a personas históricas concretas en contextos socioculturales igualmente concretos. La meta es la misma pero no son iguales los pasos que conducen a ella, por eso se exige una «sabia elasticidad, que no significa precisamente transigir ni sobre los valores ni sobre el compromiso consciente y libre, sino que quiere decir amor verdadero y respeto sincero a las condiciones totalmente personales de quien camina hacia el sacerdocio» (61e).

El «ambiente formativo

Con la misma claridad con que se propone la meta (formar los futuros pastores) debe presentarse las exigencias que tiene el caminar hacia la meta.. Estas exigencias, a su vez, requieren las “reglas de juego” o normas que rigen la vida del Seminario a fin de que sea un verdadero ambiente formativo. En vista a la formación del criterio es importante exponer la razón de ser de las normas.

El ambiente formativo tiene, entre otras, las siguientes características:

  • Espíritu de familia: Un ambiente fraterno, sin tensiones y sin angustias, permite adquirir la madurez afectiva, a la vez que evita la búsqueda de satisfacciones extrínsecas a la vida del Seminario.
  • Trabajo en equipo: El Seminario forma para la comunión en la que cada formando desarrolla la propia responsabilidad. Este estilo de vida es una perenne invocación de la Iglesia (Cf. LG 28; PO 8; PDV 31).
  • Aire sacerdotal: La aspiración a la misma meta es el elemento clave de comunión entre los seminaristas y da un “tono” propio a la vida del Seminario que favorece la búsqueda de la santidad. Esto se manifiesta en el espíritu de recogimiento, silencio, reflexión, estudio, etc., y provoca al exterior del Seminario un testimonio claro de la opción vocacional de los seminaristas.
  • Vida espiritual y litúrgica: ésta es el “núcleo” de la vida del Seminario; no es sólo esencial durante el tiempo de formación, sino en la vida del presbítero. La formación tiene en cuenta esta continuidad.
  • Deportes y recreación: Evita la polarización en sí mismos favoreciendo el intercambio (el aislamiento es terreno propicio para el decaimiento). El ambiente informal permite conocer otros aspectos de los seminaristas.
  • Programas: Metas proporcionadas a cada año/curso.
  • Tradiciones: Los estilos de vida (fiestas, organización, disciplina) ya experimentados y asumidos ayudan a formar a los nuevos seminaristas: que los mayores expliquen las “tradiciones” a los que recién llegan.

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