Pastoral de la Vocación

El psicólogo en la formación sacerdotal

Etiquetas Acompañamiento
Este artículo está escrito por Emmanuel Lwamba

En este artículo el sacerdote operario Emmanuel Lwamba, nos hace un esbozo del perfil del psicólogo que contribuye en el acompañamiento de los procesos formativos en el seminario. Una reflexión oportuna para valorar de manera correcta esta ayuda tan importante en la formación.

La Iglesia se ha preocupado siempre por la formación de sus ministros. Por eso, continuamente ha ido mejorando su praxis formativa, adaptándola a las diversas realidades actuales, sin descuidar lo que le es esencial: la identificación con Jesús, Cabeza y Pastor. Con tal de responder adecuadamente a los desafíos actuales: «varios especialistas pueden ser invitados a ofrecer su contribución, por ejemplo, en el ámbito médico, pedagógico, artístico, ecológico, administrativo y en el uso de los medios de comunicación» (RFIS 145). Así, la labor formativa «trata de custodiar y cultivar las vocaciones, para que den frutos maduros. Son un “diamante en bruto”, que hay que trabajar con cuidado, paciencia y respeto a la conciencia de las personas, para que brillen en medio del pueblo de Dios» (RFIS 1).

El perfil del psicólogo en la formación

Siendo los psicólogos unos de los especialistas susceptibles de trabajar este «diamante en bruto», deberán capacitarse y tener un perfil apto para llevar a cabo esta delicada labor. En la selección de los psicólogos, «además de sus cualidades humanas y de su competencia específica, se debe tener en cuenta su perfil como creyentes» (RFIS 146). Aparte de este criterio de base, «en la elección de los psicólogos a quienes recurrir para la consulta psicológica, con el fin de garantizar mejor la integración con la formación moral y espiritual, evitando perjudiciales confusiones o contraposiciones, se tenga presente que ellos, además de distinguirse por su sólida madurez humana y espiritual, deben inspirarse en una antropología que comparta abiertamente la concepción cristiana sobre la persona humana, la sexualidad, la vocación al sacerdocio y al celibato, de tal modo que su intervención tenga en cuenta el misterio del hombre en su diálogo personal con Dios, según la visión de la Iglesia»[1].

Teniendo en cuenta lo anterior, para construir el perfil del psicólogo capaz de trabajar en el seminario, la clave está en esta antropología no definida ni propuesta de la que los psicólogos se deben inspirar. Se debe rápidamente decir que:

«Es necesario superar varias falacias que se han vuelto lugares comunes. Si en un tiempo se pasó del acento intelectualista, espiritualista e individualista de la formación a uno más pastoral, humano y comunitario, hoy estamos en el peligro de concentrarnos en una perspectiva activista y psicologista del proceso, y de renunciar a entenderlo expresamente como una acción evangelizadora»[2].

Eso explica porque la Congregación para la educación católica dice en el n. 5 de las Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio: en cuanto fruto de un don particular de Dios, la vocación al sacerdocio y su discernimiento escapan a la estricta competencia de la psicología. Con razón se agrega el n.146 de la RFIS: «cada especialista debe limitarse a intervenir en el campo que le es propio, sin pronunciarse sobre la idoneidad de los seminaristas para el sacerdocio». Solo en esta condición se entiende que la aportación de los psicólogos es valiosa, tanto para los formadores como para los seminaristas, principalmente en dos momentos: en la valoración de la personalidad, expresando una opinión sobre el estado de salud psíquica del candidato; y en el acompañamiento terapéutico, para iluminar eventuales problemáticas y ayudarlo en el desarrollo de la madurez humana (RFIS 147).

Psicología y antropología de la vocación

Esto dicho, la antropología de la cual debe inspirarse cada psicólogo, independientemente de su escuela psicológica, es la Antropología de la vocación cristiana[3]. Esta antropología entiende la persona humana como una capacidad de autotrascenderse teocéntricamente con tal de alcanzar a Dios, el fin último. Esta capacidad le hace topar con dos valores objetivos autotrascendentes: religiosos y morales. El encuentro con estos valores tiene carácter imperativo «deberías». El ser humano no es solo esta capacidad de autotrascenderse, sino también libertad. Por tanto, existen limitaciones inherentes a la persona humana que pueden obstaculizar la libertad para vivir su tendencia antropológica a la autotrascendencia teocéntrica: las imperfecciones de la libertad humana.

Esta contradicción está mencionada en este párrafo de las ya citadas Orientaciones:

«La formación al sacerdocio también debe armonizarse, tanto con las múltiples manifestaciones de aquel tipo de desequilibrio que se encuentra radicado en el corazón del hombre –que tiene una particular manifestación en las contradicciones existentes entre el ideal de oblación, al que conscientemente aspira el candidato, y su vida concreta–, como con las dificultades propias de un progresivo desarrollo de las virtudes morales. La ayuda del padre espiritual y del confesor es fundamental e imprescindible para superarlas con la ayuda de la gracia de Dios. En algunos casos, sin embargo, el desarrollo de estas cualidades morales puede venir obstaculizado por particulares heridas del pasado, aún no resueltas»[4].

Esta contradicción es la que L. Rulla llama la dialéctica de base. 

Un yo en tensión

El yo (o self) está dividido en sí mismo por la dialéctica de base propia del hombre; existe el yo (self) en cuanto se trasciende que está en tensión con el yo (self) en cuanto es ya trascendido; existe el yo-ideal atraído hacia el Infinito, lo perfecto que se halla en oposición con el yo actual atraído hacia lo «finito». Por ello esta dialéctica de base despierta dialécticas «centrales» entre el yo-ideal y el yo-actual de la persona que pueden ser un obstáculo para las tres disposiciones de la persona misma a transcenderse hacia los valores naturales, autotrascendentes y naturales-autotrascendentes. Se forman de este modo gradualmente, en el periodo de desarrollo, de crecimiento en edad de la persona, tres diferentes disposiciones dialécticas para la autotrascendencia; se pueden llamar dimensiones. La primera dimensión se forma en relación con la fuerza de motivación de los valores autotrascendentes; la segunda en relación con la fuerza motivacional de los valores autotrascendentes y naturales unidos; la tercera se forma en relación con los valores naturales.[5]

La confrontación del yo ideal con el yo real produce una situación de incomodidad. No es agradable vivir en la conciencia de la propia contradicción y menos aceptarla como parte del vivir cotidiano. Hay en la persona que quiere optar por el valor evangélico una lucha interior que genera incomodidad. Durante el itinerario formativo hacia el sacerdocio ministerial, el seminarista permanece como un “misterio para sí mismo”, en el cual interactúan y coexisten dos aspectos de su humanidad, que deben integrarse recíprocamente: por un lado, un conjunto de cualidades y riquezas, que son dones de la gracia; por otro lado, dicha humanidad está marcada por límites y fragilidades.

Caminar hacia la integración

El trabajo formativo consiste en ayudar a la persona a integrar ambos aspectos, con el auxilio del Espíritu Santo, en un camino de fe y de progresiva y armónica maduración de todos los componentes, evitando la fragmentación, las polarizaciones, los excesos, la superficialidad o la parcialidad. El tiempo de formación hacia el sacerdocio ministerial es un tiempo de prueba, de maduración y de discernimiento por parte del seminarista y de la institución formativa (RFIS 28). La tensión dialéctica de base es TENSIÓN, ya que consiste en una contradicción interior que la persona experimenta, Es DIALÉCTICA, porque obliga a entrar en una lucha de contrarios. Es de BASE porque marca la personalidad de un modo definitivo que le acompaña durante toda su vida. Esto dicho, el psicólogo tendrá en cuenta:

  • La dinámica de la formación (proyecto formativo)
  • La psicodinámica: el movimiento complejo del contenido de la mente.
  • La pneumato-dinámica: la acción del Espirito Santo en la formación.
  • La interiorización y aplicación del c. 220 del Código de Derecho Canónico del 1983 que habla de la protección de la intimidad de la persona.

El psicólogo: su persona y su tarea

Para ello, cada psicólogo debería pasar por una triple conversión: la moral  que consiste en reconocer el primado del bien y la gratuidad con la que el bien está por si sola hecha; la religiosa que es reconocer profundamente el primado de Dios y su preeminencia sobre todos los afectos humanos, gracias al Espirito Santos; y la intelectual que es reconocer que el ser humano es continuo crecimiento en un proceso cada vez consiente, percepción de la propia interioridad y de su capacidad de auto-revisión y autocorrección. Un crecimiento de la responsabilidad y de autenticidad. Se deduce el valor primordial de la experiencia y de la gracia de Dios.

Esta triple conversión ayudará a entender que el seminarista no es un «paciente» y no puede ser tratado como tal, y que el seminario no es un centro psiquiátrico. Por eso, aun cuando el aspecto de la psicopatología debe ser, algunas veces, objeto de atención por parte de los formadores, conviene subrayar que su objetivo no es hacer «psicoterapia», sino ayudar a las personas a desarrollar la capacidad de internalizar los valores autotrascendentes, mediante «coloquios personales de crecimiento vocacional»[6]. Ahora bien, se debe tener claro que no se pueden tener vocaciones puras, pero se quiere formar a personas que sepan integrar la dificultad, la fragilidad, las tensiones, las contradicciones, las crisis, personas que se enamoran de Jesús y se apasionan por lo que hacen, personas perseverantes para el bien de la Iglesia y la salvación de las almas. 

BIBLIOGRAFÍA

1. Congregación Para El Clero, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. El Don de la vocación presbiteral, L’Osservatore Romano, Ciudad del Vaticano, 8 de diciembre de 2016.

2. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, 29 de junio de 2008, n°6.

3. López Amozurrutia, J.: «Sobre la formación permanente», en J.L. Ferré Martí (ed.): Comentarios a la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. El Don de la vocación presbiteral, Universidad Pontificia de México, México 2017, 313-332.

4. Rulla, L. M. – Franco Imoda – Joyce Ridick, Antropología de la vocación cristiana. 2. Confirmaciones existenciales, Atenas, Madrid 1994.

5. Rulla, L. M.: Antropología de la vocación cristiana. 1. Bases interdisciplinares, Atenas, Madrid 1990.


[1] Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, 29 de junio de 2008, n°6.

[2] Cf. J. López Amozurrutia, «Sobre la formación permanente», en J.L. Ferré Martí (ed.): Comentarios a la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. El Don de la vocación presbiteral, Universidad Pontificia de México, México 2017, 313-332.

[3] Cf. Luigi M. Rulla – Franco Imoda – Joyce Ridick, Antropología de la vocación cristiana. 2. Confirmaciones existenciales, Atenas, Madrid 1994; Luigi M. Rulla, Antropología de la vocación cristiana. 1. Bases interdisciplinares, Atenas, Madrid 1990.

[4] Orientaciones, n° 5.

[5] Luigi M. Rulla – Franco Imoda – Joyce Ridick, Antropología de la vocación cristiana. 2., 90.

[6] Ibídem, 103.

1 Comentario

  1. Fabien Mavula Kayombo

    Muchas gracias padre Emmanuel Lwamba por su aportación al edificio de la pastoral vocacional. Me llamó mucho la atención lo que subrayó usted sobre el hecho de que , no se debe de tratar al seminarista como si fuera un ‘‘paciente’’. Es cierto que, tanto en las entrevistas como en los talleres con los psicólogos, se da esta impresión en los dos campos. Por un lado, algunos psicólogos ven a los seminaristas como a unos pacientes que vienen a curar con el servicio que prestan en su formación. Por otro lado, la presencia de un psicólogo en su proceso vocacional les molesta. Muchos de ellos piensan que tienen problemas serios desconocidos por ellos mismos que viene a curar el psicólogo. El desafío está en este sentido en los dos campos. Para los psicólogos será necesario que cultiven la triple conversión (moral, espiritual e intelectual). Para los seminaristas sería necesario que el equipo formador insista en la importancia de un psicólogo en su proceso vocacional y quitarles el miedo y el sentirse «paciente» que viene atender el psicólogo.
    Dios le bendiga padre 🙏

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