Pastoral de la Vocación

Internet en la formación sacerdotal

Este artículo está escrito por Abel de Jesus

Internet, tal y como lo conocemos hoy, tiene unos quince años. Uno podría pensar que quince años es tiempo suficiente para haber hecho ya un correcto discernimiento sobre su naturaleza, sus consecuencias para nuestra vida religiosa y nuestro modo de presencia en él. Pero, lo cierto es que no todos los institutos religiosos se han puesto al día. Esto se debe, principalmente, a una cierta falta de relevo generacional, que implica que las dinámicas de actualización y renovación sean a veces más lentas y torpes. Esto, que se puede aplicar a congregaciones enteras, puede darse también en mi casa particular, en mi parroquia o, especialmente, en mí mismo.

    Así que, de manera rápida y concisa, vamos a tratar uno por uno todos los puntos que hay que tener en cuenta, para poder iniciar, de modo saludable y realista, un proceso siempre necesario de discernimiento y renovación.

Internet no es una herramienta

Internet no es una herramienta. No se trata de un nuevo medio de comunicación que se suma a la lista de los ya existentes a principios del siglo XXI. No es, desde luego, un utensilio comunicativo del cual podemos disponer eventualmente para facilitar nuestra comunicación interpersonal y que luego abandonamos hasta que otra ocasión propicia recomiende su uso. La internet, a diferencia de un martillo o un reloj, no es una herramienta inerte, ideológicamente neutra, que no tiene más pretensión sobre nosotros que la de ser un agente pasivo en orden a la consecución de un interés particular. Tampoco puede considerarse —aunque esa definición se acerca mucho más a la realidad— un mero portal de acceso al mundo digital, por el cual uno entra y sale a placer, conforme al dictamen de sus obligaciones o al convite de sus apetencias. Internet, aun siendo de algún modo todas esas cosas, es mucho más que eso. ¿De qué hablamos cuando hablamos de internet? En lo que a su historia reciente se refiere, la internet nació como un medio de comunicación. Luego se desarrolló como una gran plataforma multidireccional de transmisión de contenidos. A partir de 2011, especialmente, con la invención de las redes sociales y el smartphone, la red dejó de ser con el tiempo una herramienta de comunicación para convertirse en una puerta abierta de par en par al continente digital y, últimamente, para establecerse, especialmente entre los nativos digitales, como un nuevo modo de existencia en el mundo. Un modo de existencia, sea dicho, que no solo imprime una serie de ventajas o inconvenientes accidentales, sino que media y condiciona toda la vida de sus habitantes, transformando su visión del mundo, de las relaciones y de Dios.

Internet imprime un modo de existencia

Ser consciente de la naturaleza de internet implica igualmente ser consciente de cuáles son las consecuencias de internet en nuestra vida.

Entonces, ¿qué tiene que decir todo esto a nuestros discernimientos eclesiales? En primer lugar, es necesario olvidarnos ya de una visión utilitaria y anticuada de lo que es internet. Algunos signos que permiten vislumbrar el nivel de nuestra desorientación se traducen en sentencias ingenuas: «Ya somos adultos», «Que cada uno sea responsable de sus actos», «Son herramientas, basta con usarlas bien», «Lo importante es educarse en su uso»… Estas sentencias revelan una ingenuidad que desconoce por completo cuanto se ha dicho hasta ahora, y necesitan indudablemente de una ulterior discusión que no siempre se ha dado.

El hecho es que el discernimiento no debe estar sobre el uso, sino sobre la manera en la que habitamos internet, y las consecuencias que internet tiene en nuestra espiritualidad y consagración. Algunas de estas consecuencias, ya bien sabidas, a estas alturas, son la incapacidad para asumir largos periodos de concentración, la desregulación del circuito de recompensa que implica incapacidad para estar en silencio, dificultades para orar o meditar, ansiedad y aceleración interior. El uso aséptico, es más una virtud lograda y el fin de un discernimiento maduro que una pregunta previa. Nadie se acerca a internet en clave de “uso”.

Por eso, hay una serie de cosas a tener en cuenta:

  • Influencia y riesgos en la red: Las plataformas digitales, diseñadas para captar atención, influyen profundamente en nuestra capacidad de autorregulación, especialmente en mentes en formación.
  • Trastornos adictivos: La atracción hacia esta plataforma y otras similares no depende solo de la voluntad del usuario. La adicción se combate, no se “educa”. Familias y formadores no deben confiar solo en la autorregulación individual, ya que el entorno digital puede haber mermado estas capacidades.
  • Arquitectura ecodigital: Es necesario diseñar espacios y tiempos que limiten la exposición al ruido digital, adaptados a cada contexto (hogares, seminarios…). Normas como evitar móviles en habitaciones individuales o tras la cena. Especialmente durante la formación, es necesario generar una espiritualidad capaz de sobrevivir sin internet por tiempos largos. Propuestas de autorregulación digital preventiva o reparadora son esenciales para proteger y fortalecer la vida cristiana.
  • El desafío de la presencialidad: Es crucial priorizar el retorno a la interacción presencial, dado que la corporalidad es esencial para una vida humana plena. Los cursos online y la formación por correo electrónico está bien, pero tiene sus límites. La presencialidad es insustituible.
  • Evangelización y discernimiento: Se requiere una “astucia evangélica” para discernir entre los beneficios y peligros del entorno digital, evitando demonizar o idealizar la tecnología.
  • Adaptación según vocaciones: Las estrategias digitales deben ajustarse a las particularidades de cada vocación (familias, religiosos, laicos), buscando el equilibrio adecuado. Más allá de la eficacia, el amor debe guiar nuestras decisiones y estrategias en el continente digital, reflejando el Evangelio.
  • Una pastoral vocacional seria y realista. Es necesario plantear una cultura vocacional que se manifieste en sitios concretos en internet, con una propuesta clara, seria, profunda, contracultural e identitaria. Si la propuesta vocacional pasa desapercibida, por ser demasiado parecida a todo lo demás, entonces quién se fijará en ella? Hay que recordar, además, poner un número de teléfono para hablar por Whatsapp con un responsable vocacional. Un sitio sin portal de mensajería instantánea es como una invitación sin fecha ni lugar.

Actividad sugerida:

Por grupos pequeños reflexionar las siguientes preguntas y ponerlas en común con el grupo en general para extraer consecuencias prácticas sobre el uso de internet.

  • ¿Se da en mi ambiente argumentos del tipo “ya somos adultos” o “lo importante es hacer un buen uso de internet”?
  • ¿Disponemos en nuestras casas de una arquitectura ecodigital que nos ayuda a desconectarnos de internet durante tiempos privilegiados como la oración y el descanso?

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