Durante las Visitas Ad Limina, en su discurso a los obispos de las diversas Conferencias Episcopales, el Papa Benedicto XVI dedicaba párrafos intensos para hablar de la necesaria y determinante preocupación de los obispos hacia sus presbíteros. Para ello, con profundidad teológica, se basaba en la doctrina acerca del Sacramento del Orden y la indicación que hiciera el Concilio Vaticano II acerca de su estrecha comunión y su permanente relación: los presbíteros son los «próvidos cooperadores» del obispo en cada una de sus Iglesias locales.
El mismo Concilio, al definir a la Diócesis (ChD 11), hace referencia a la estrecha e irrenunciable comunión que ha de existir entre el obispo y su presbiterio, la cual es de carácter sacramental. En este sentido, nos recuerda el Papa Juan Pablo II en Pastores Gregis 47: «El obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico». En esta misma línea, se coloca el acento en la actitud de acompañamiento que han de tener los obispos para con sus presbíteros.
LA IRRENUNCIABLE COMUNIÓN ENTRE EL OBISPO Y EL PRESBÍTERO ES DE CARÁCTER SACRAMENTAL |
Con la complejidad que encierra, en este acompañamiento se incluye la formación permanente de los presbíteros. «Es fundamental la formación permanente de los presbíteros, que para todos ellos es una “vocación en la vocación”, puesto que, con la variedad y complementariedad de los aspectos que abarca, tiende a ayudarles a ser y actuar como sacerdotes al estilo de Jesús» (P.Gr.47). El texto antes citado nos invita a pensar en dos cosas importantes: que la formación permanente es algo fundamental para la vida de un Presbiterio; y, por otra parte, es un medio para reafirmar la vocación y la respuesta a la misma.
La formación permanente no se reduce solo a una dimensión más académica o pastoral, sino que es integral porque incluye también la referencia a la humanidad del ministro ordenado y, de manera especial a su espiritualidad. Así, la preocupación por la espiritualidad presbiteral deviene en uno de los deberes y actos propios de todo obispo. Tiene que ver con lo ocurrido en el día de la ordenación y, a la vez, forma parte de la dimensión sacramental del vínculo entre obispos y presbíteros. Uno de los primeros deberes del obispo diocesano es la atención espiritual a su presbiterio: «El gesto del sacerdote que, el día de la ordenación presbiteral, pone sus manos en las manos del obispo prometiéndole ‘respeto y obediencia filial’, puede parecer a primera vista un gesto con sentido único. En realidad, el gesto compromete a ambos: al sacerdote y al obispo. El joven presbítero decide encomendarse al obispo y, por su parte, el obispo se compromete a custodiar esas manos» (P.Gr. 47).
Resulta hermoso poder comprobar esa dimensión sacramental de la preocupación que debe tener el obispo hacia sus presbíteros. Esto se ve reflejado en esa expresión ya citada: los sacerdotes, al colocar sus manos dentro de las del obispo en el rito de la ordenación, el presbítero se encomienda al Pastor, quien le expresa así que tiene el compromiso y la responsabilidad de custodiarlo en todos los aspectos de su vida como cristiano y sacerdote.
AL COLOCAR SUS MANOS DENTRO DE LAS DEL OBISPO EN EL RITO DE LA ORDENACIÓN, EL PRESBÍTERO SE ENCOMIENDA AL PASTOR |
El tema de la formación permanente no puede reducirse a actos de una planificación pastoral, que ciertamente lo ha de incluir. Hemos de ir mucho más allá. El Magisterio de la Iglesia nos ha ido indicando que la formación permanente de los presbíteros abarca toda su vida y apunta a mantener siempre vivo el don recibido por la imposición de las manos (cf. 2Tim 1,6). Por tanto, sin dejar a un lado los detalles prácticos y cotidianos, debe apuntar siempre a reafirmar la realidad nueva y renovadora de quien ha recibido el sacramento del orden: la configuración a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Desde esta perspectiva, sencillamente, la responsabilidad de un obispo está marcada por esta prioridad. En el fondo, si son sus «próvidos cooperadores» y si el Presbiterio es parte esencial de su Iglesia local, entonces, todo lo que ayude a fortalecer la respuesta, la vida, el ministerio y la identidad sacerdotal será siempre una acción que puede conocerse como formación permanente.
EL OBISPO ES EL PRIMER RESPONSABLE DE LA FORMACIÓN PERMANENTE DE LOS PRESBÍTEROS |
Y el obispo es el primer responsable de esta tarea. Ello, además del acompañamiento y el seguimiento continuo y cercano de sus hermanos presbíteros, exigirá que el mismo obispo sea el primer modelo y maestro para quienes realizan con él la obra de evangelizar y edificar el Reino de Dios en su diócesis. Es tarea irrenunciable que manifiesta su quehacer como Maestro y Pastor de su Iglesia.
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