Apacienta mis corderos y ovejas
Entre las tareas delicadas de un Obispo está la de saber corregir y ayudar a levantarse a sus hermanos sacerdotes. Son muchas las situaciones difíciles que ellos pasan. A veces sucumben, a veces se estancan… en todo caso, necesitan de la mano amiga y misericordiosa que los ayude a superar la especial situación que atraviesan. En estos tiempos es muy común poder encontrarnos hasta con momentos particularmente difíciles: la depresión y el desconsuelo de muchos presbíteros, las angustias y el cansancio junto con la soledad… Todo ello puede hacer que se caiga en una especie de letargo y hasta en situaciones de pecado.
Jesús, modelo de Maestro, vivió esa misma experiencia con los suyos. Pedro le recriminó el anuncio de su pasión y hasta lo negó… Felipe no se había terminado de dar cuenta de que Él era el reflejo del Padre… Judas Iscariote lo vendió luego de traicionarlo. Y, sin embargo, Jesús nunca los alejó de su entorno. Sólo Judas renunció a volver, como nos cuenta la Escritura. Era Jesús el Maestro paciente siempre preocupado por el crecimiento de los discípulos.
La fuerza del amor del Maestro
A pesar de sentirse abandonado por ellos en el momento culminante del Viernes Santo, luego de Resucitar los volvió a buscar y les concedió la fuerza de su Espíritu. En el fondo, les demostraba que para Él, la fuerza del amor que todo lo puede es lo más importante. Un ejemplo bien claro y diciente lo encontramos al final del evangelio de Juan. Pedro, quien lo había negado tres veces, es interpelado también tres veces con una pregunta llena de ternura: “¿Me amas?». El Apóstol se dio cuenta de que el Señor le estaba, no recriminando, sino reconstruyendo la confianza que pudo resquebrajarse con su triple negación. La respuesta de Pedro estaba en la línea de lo que Jesús estaba diciendo y haciendo: “Tú lo sabes todo, sabes que te quiero”.
Tres actitudes de Jesús, modelo para los obispos
1. La humildad para estar atentos
De la actitud de Jesús, amén de otras cosas, los obispos debemos aprender tres en particular. Una primera, la humildad con la que hay que estar pendientes del sacerdote caído o necesitado de corrección y de todo tipo de ayuda espiritual. Jesús hubiera podido enviar a paseo a los suyos… pero fue al contrario, sabiendo del barro que estaban hechos, supo tener manos de alfarero para reconstruir lo que siempre quiso en ellos: hombres capaces de anunciarlo hasta los confines del mundo.
2. Suscitar confianza
Una segunda se manifiesta en la confianza del Señor. Quizás uno de los problemas más serios que se consiguen muchos hermanos sacerdotes es el miedo o temor a ser rechazados por la autoridad episcopal. Miedo al regaño, miedo al abandono, miedo a… tantas cosas. Pero la mejor actitud es mostrar esa misma confianza que se puso en cada uno de ellos cuando, con las manos entre las del obispo, prometían obediencia. Ese gesto también expresaba la confianza y preocupación del Obispo para con los suyos.
3. La comunión con el sacerdote
Y la tercera acitud a destacar, junto con la confianza es la manifestación de la comunión con el sacerdote. Así lo supo hacer el Maestro con sus discípulos. Puede haber más o menos simpatías… pero lo que nunca debe faltar es la comunión. Pedro recibe un desafío que cada obispo debe transmitir a todo presbítero. Hay que hacerle sentir lo que se vive por propia experiencia: que ya no somos nosotros los que nos ponemos las vestiduras que queremos, sino que hay alguien mayor que nosotros que nos ha revestido de la vestidura sacerdotal y nos impulsa a ir incluso adonde no nos imaginamos…
En clave de formación permanente
La formación permanente, tarea propia del Obispo incluye esta enseñanza necesaria: acompañar a los presbíteros en todo momento. Pero particularmente hay que hacerlo con sentido de cercanía y como una lección de vida en los momentos más difíciles, sea por la fragilidad humana, por las debilidades derivadas de tantas causas… y hacerles sentir lo que se nos ha enseñado desde la Palabra de Dios: MI GRACIA TE BASTA.
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