Pastoral de la Vocación

La vocación según Benedicto XVI (I)

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Este artículo está escrito por Henry Rodríguez

En su primera encíclica como papa, Benedicto XVI escribió: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Sabemos que uno de los dramas más profundos de la post modernidad es el vacío existencial. Una vida sin norte, ni intención, que lleva no pocas veces a la desorientación y al atasco vital, castrando el propósito de muchos hombres y mujeres del siglo XXI, especialmente de los más jóvenes. Quienes, al sentirse sin objetivos definitivos, sin llamada alguna, buscan en el placer, el tener o en un simplista “saber” la respuesta o al menos el consuelo a esta espiral del sin sentido.

“Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar… En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica”.

Mensaje para la XXVI JMJ, 2011

Vocación al servicio de la Verdad

Como erudito de la Fe y la Sagrada Escritura, pero sobre todo como hombre de Dios, el papa Emérito poseía una profunda y aguda mirada de los tiempos que le tocó vivir. Esto le llevó a descubrir cuán “lejos” se podía llegar cuando las crisis de la vida no van acompañadas de un buen discernimiento, guiado por el pastor. En la homilía de su consagración como arzobispo de Munich y Freising, definió el ministerio del episcopado como “portador de Cristo”.

En ella recordaba que “el obispo no actúa en su propio nombre, sino que es fiduciario de otro, de Jesucristo y su Iglesia. No es un director sino el comisionado de otro, por el que aboga. Por eso no puede cambiar de opinión a voluntad y defender una vez una cosa y luego otra que le parezca más favorable. Tampoco presenta sus ideas particulares,  sino que es un enviado que, debe transmitir un mensaje que es mayor que él mismo” (Homilía: El obispo es un portador de Cristo, 29 de mayo de 1977). No por nada su lema episcopal sería “Cooperatores veritatis”.

La dictadura del relativismo

Siguiendo esta misma línea, en la homilía de la misa pro-eligendo pontífice, previo al inicio del conclave que lo eligió papa, el aún cardenal Ratzinger, hacía una contundente denuncia frente al colegio cardenalicio y al mundo. “A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos” (Homilía de la misa «pro eligendo pontifice», 18 de abril de 2005).

Del relativismo al vacío existencial

Y es que precisamente el relativismo,  es el caldo de cultivo perfecto para el vacío existencial de hoy. Se nutre no solo del “no sentirse llamado”, sino también del no saberse amado por Dios. El verdadero drama no es la falta de respuesta humana, sino la carencia de una experiencia auténtica del amor Divino por cada uno de nosotros. Por eso Benedicto XVI afirmaba que “la vocación al amor, es la clave de toda la existencia… y esta vocación al amor toma formas diferentes según los estados de vida…

En el seguimiento de Jesús, muchos sacerdotes han dado la vida, para que los fieles puedan vivir del amor de Cristo. Llamados por Dios para entregarse enteramente a Él, con corazón íntegro, las personas consagradas en el celibato son también un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación a amar a Dios por encima de todo” (Mensaje al X foro internacional de los jóvenes, 2010).

Hijos de Dios

Tener experiencia de amor de Dios es tomar conciencia de ser hijos suyos. «A los que aman a Dios todo les sirve para el bien: “a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había elegido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos” (Rm 8, 28-29). La conciencia filial en Cristo es, “ un don que altera cualquier idea y proyecto meramente humanos. La confesión de la verdadera fe abre de par en par las mentes y los corazones al misterio inagotable de Dios, que impregna la existencia humana” (Mensaje para la JMOV 2006).

Pues al sabernos amados, entonces somos capaces de sentirnos llamados por atracción, gracias a la belleza que conlleva el ser elegidos, pensados y tomados en cuenta por Dios para un Plan mayor desde toda la eternidad. Ya que “toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3).

El descubrimiento del amor de Dios

El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo. En la apertura al amor de Dios y como fruto de este amor nacen y crecen todas las vocaciones. Y bebiendo de este manantial mediante la oración, con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor (cf. Mt 25,31-46)” (Cfr. Mensaje JMOV 2012).  

En el pensamiento de Benedicto XVI,  este itinerario vocacional  que hace capaz al hombre  de acoger la llamada de Dios, posee una notas específicas que la vuelven fecunda y suscitan una respuesta profundamente auténtica. Pues solo puede tener lugar dentro de aquellas “comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración” (Mensaje para JMOV 2013).

1. La vocación es un don eclesial

“A lo largo de los siglos muchísimos hombres y mujeres, transformados por el amor divino, han consagrado la propia existencia a la causa del Reino (…). Tales hombres y mujeres, que conocieron a través de Cristo el misterio del amor del Padre, representan la multiplicidad de las vocaciones que hay en la Iglesia desde siempre”. 

“En el marco de esa llamada universal, Cristo, Sumo Sacerdote, en su solicitud por la Iglesia llama luego en todas las generaciones a personas que cuiden de su pueblo; en particular, llama al ministerio sacerdotal a hombres que ejerzan una función paterna, cuya raíz está en la paternidad misma de Dios (cf. Ef 3, 14). La misión del sacerdote en la Iglesia es insustituible. Por tanto, aunque en algunas regiones haya escasez de clero, nunca ha de ponerse en duda que Cristo sigue suscitando hombres que, como los Apóstoles, dejando cualquier otra ocupación, se dediquen totalmente a celebrar los santos misterios, a la predicación del Evangelio y al ministerio pastoral” (Mensaje para la JMOV 2006).

Llamados para la misión

“Las estadísticas indican que el número de bautizados aumenta cada año gracias a la acción pastoral de esos sacerdotes, totalmente consagrados a la salvación de los hermanos. En ese contexto, se expresa un agradecimiento especial «a los presbíteros fidei donum, que con competencia y generosa dedicación, sin escatimar energías en el servicio a la misión de la Iglesia, edifican la comunidad anunciando la Palabra de Dios y partiendo el Pan de Vida. Hay que dar gracias a Dios por tantos sacerdotes que han sufrido hasta el sacrificio de la propia vida por servir a Cristo… Se trata de testimonios conmovedores que pueden impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera» (Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 26). A través de sus sacerdotes, Jesús se hace presente entre los hombres de hoy hasta los confines últimos de la tierra” (Mensaje para la JMOV 2008).

“Para promover vocaciones es importante una pastoral atenta al misterio de la Iglesia-comunión, porque quien vive en una comunidad eclesial concorde, corresponsable, atenta, aprende ciertamente con más facilidad a discernir la llamada del Señor. El cuidado de las vocaciones, exige por tanto una constante «educación» para escuchar la voz de Dios, como hizo Elí que ayudó a Samuel a captar lo que Dios le pedía y a realizarlo con prontitud (cf 1 Sam 3, 9)”.

“Es indispensable que en el pueblo cristiano todo ministerio y carisma esté orientado hacia la plena comunión, y el obispo y los presbíteros han de favorecerla en armonía con toda otra vocación y servicio eclesial ” (Mensaje para la JMOV 2007).

La pastoral vocacional en la Iglesia

“Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia ” (Mensaje para la JMOV 2011).

“La pastoral vocacional, en realidad, tiene que implicar a toda la comunidad cristiana en todos sus ámbitos. Obviamente, en este trabajo pastoral capilar se incluye también la acción de sensibilización de las familias, a menudo indiferentes si no contrarias incluso a la hipótesis de la vocación sacerdotal. Que se abran con generosidad al don de la vida y eduquen a los hijos a ser disponibles ante la voluntad de Dios. En síntesis, hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo ” (Sacramentum Caritatis No 25).

“La fecundidad de la propuesta vocacional, en efecto, depende primariamente de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, está favorecida también por la cualidad y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han respondido ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo” (Mensaje para la JMOV 2010).

Los niveles de la pastoral vocacional

“Conviene que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo, principalmente a los muchachos, a las muchachas y a los jóvenes —como hizo Jesús con los discípulos— para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan la escucha atenta y fructífera de la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras; para que comprendan que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos; para que vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones.” 

“Por eso, cada momento de la vida de la comunidad eclesial —catequesis, encuentros de formación, oración litúrgica, peregrinaciones a los santuarios— es una preciosa oportunidad para suscitar en el Pueblo de Dios, particularmente entre los más pequeños y en los jóvenes, el sentido de pertenencia a la Iglesia y la responsabilidad de la respuesta a la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, llevada a cabo con elección libre y consciente ” (Mensaje para la JMOV 2011).

A los seminaristas

A aquellos que han entrado ya al seminario: “Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera” (Carta a los Seminaristas, 18 octubre 2010).

1 Comentario

  1. Luz Olivares Santos

    Yo admiro mucho los Sacerdotes, que entregan sus vidas al Señor, hoy en día es como usted dice, el caldo perfecto para el vacío que sufren los jóvenes y niños, espanta tanta frialdad humana

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