«Acompañar para discernir», es fundamental. Tenerlo claro es fundamental. Sobre todo, pensando especialmente en la pastoral con los jóvenes. Si bien hay muchos modos de acompañar, y esto se realiza en distintos ambientes y niveles, acompañar para discernir, supone el acompañamiento espiritual. Hay dos aspectos significativos sobre el acompañamiento espiritual: su sencillez como instrumento pastoral y la seriedad con la que se ha de realizar.
Acompañar espiritualmente es una tarea que ayuda mucho a los jóvenes. No tendría que ser difícil para muchas personas (laicas o consagradas) que se dedican ya a la pastoral juvenil. Pero, si bien es relativamente sencillo empezar a acompañar, a la larga es una tarea muy delicada para la que conviene prepararse de todos los modos posibles.
El acompañamiento espiritual
Para acompañar espiritualmente a alguien es preciso tener en la cabeza un cierto «modelo» de acompañamiento. Esto nos ayudará a tomar decisiones en muchos momentos del diálogo espiritual. Seguir el mejor modo de proceder ayuda a no cometer grandes errores. Podemos distinguir varias «modalidades» posibles de acompañamiento: como dialogo pastoral puntual; como enfocado a afrontar problemas; como deseo de centrarse en la persona; o como guiarse por el proceso espiritual a más largo plazo. Cada acompañante puede reconocer para qué modalidad es más hábil y, por otra parte, cual es la forma de acompañamiento más adecuada para cada «discípulo».
El acompañamiento espiritual es una serie de conversaciones entre dos personas. Que se orienta a buscar la voluntad de Dios para una de ellas, mediante frecuentes encuentros en los que se utilizan numerosos recursos de diálogo y en los que se ofrece también algunos instrumentos útiles para la vida cristiana, que puedan ayudar fuera de la entrevista. El discernimiento de ambos interlocutores aparece como un trasfondo necesario, que subyace o atraviesa toda conversación. El acompañamiento espiritual tiene un fin espiritual claro. Se puede formular de muchas formas distintas (la santificación, la divinización, la unión con Dios y el seguimiento de Cristo, la configuración con Cristo…); pero ese fin último admite (y generalmente requiere) otros objetivos parciales. Estos objetivos son concomitantes más que sucesivos, como el conocimiento propio, la aceptación y sana estima de sí, la capacidad de tomar decisiones para cambiar la propia vida y el conocimiento cada vez mayor de los valores y estilo vital del evangelio. Y otros muchos que se pueden articular con los indicados
La relación de acompañamiento: posibilidades y riesgos
La relación de acompañamiento es una relación bastante especial: es espiritual, es exigente y es afectiva. Y acaba siendo, cuando es prolongada, una relación compleja. Porque entran en juego factores conscientes e inconscientes, pues intervienen todas las instancias psíquicas y espirituales de los dos interlocutores. Intervienen el yo-ideal y el yo-actual de cada uno, con sus niveles conscientes e inconscientes. De modo que la relación no debe ser vista solo e ingenuamente como «espiritual». Uno de los fenómenos clásicos que pueden explicar la complejidad de esta relación es el tema de la «transferencia». Fenómeno que ilustra otra verdad más amplia: el juego de afectos, sentimientos, necesidades (y también valores) que intervienen con fuerza en todo tipo de relación pastoral. Como es normal, experiencias afectivas antiguas pueden reproducirse de alguna manera (y sin conciencia de su relación con la propia biografía) en la persona acompañada. Y, lo que también es normal (pero muy contraproducente), su acompañante podría reaccionar a esas «transferencias» como si fueran relaciones reales con su acompañado, cayendo en la «contratransferencia»
Transferencia en la relación
Puede suceder que una persona acompañada (un «discípulo») haya sentido ciertas carencias afectivas durante su niñez. Aunque en experiencias no traumáticas, sino normales. Por ejemplo, por unos padres que trabajan mucho por los hijos, pero expresan poco el afecto en la familia. Este discípulo podría encontrarse con un acompañante (varón o mujer) que le acogiera incondicionalmente, que le escuchara largamente, que le hiciera sentir valorado e importante.
Es muy posible que, en una relación prolongada, este discípulo sintiera por su acompañante afecto, cariño, y cierto apego natural; incluso un poco infantil. Esto es la transferencia «positiva» normal, donde el discípulo quizá́ busca el cariño que no tuvo y que, en la situación actual, puede formularse en alguna demanda, ser más insistente (más inmadura) de lo apropiado a esta situación: pidiendo consejo una y otra vez en lugar de buscar por sí mismo. Deseando encuentros más frecuentes con su acompañante; interesándose por su vida y actividad privada; quizá́ utilizando distintos medios (correos, mensajes, redes sociales) para compartir y comunicar incluso cosas no significativas (unas fotos, una noticia familiar, un viaje). Eso es la transferencia, en este caso positiva.
La contratransferencia
Siguiendo con el ejemplo, la contratransferencia sería la respuesta «normal» de la persona que acompaña a esas demandas. Por ejemplo, que aceptara responder a todas sus peticiones de consejo, sin hacerle trabajar al discípulo por sí mismo; que aceptara tener otras entrevistas, en realidad, no necesarias, o que le respondiera a todas sus comunicaciones personales fuera de las entrevistas, enviándole a su vez noticias de su vida privada, con fotos, noticias o informaciones de su actividad personal; incluso, viendo el interés del discípulo, le invitara a algunas de sus actividades personales.
Esto sería la contratransferencia: dejar la relación «profesional» y asimétrica que requiere el acompañamiento y convertirla en una relación «normal», aunque de mutua gratificación de necesidades afectivas de uno (el discípulo) y del otro (su acompañante). La contratransferencia, que parece ayudar a que la relación «espiritual» fluya más fácilmente, en realidad no afronta los problemas del discípulo (en este caso su dependencia afectiva, que necesita integrar mejor), sino que los perpetúa. Y, a su vez, generalmente alimenta también necesidades más o menos disonantes del acompañante, que siente gratificada su autoestima, su significatividad social, quizá́ su sentido paternal o maternal o, en otros casos, su necesidad de alguien que lo quiera.
Asumir las tensiones para acompañar
Por todo lo dicho, la relación misma de acompañamiento tiene muchas posibilidades, pues se puede constituir como una referencia madura para toda relación equilibrada; pero también tiene algunos riesgos, pues puede perjudicar todo el acompañamiento y tener efectos malignos, incluso desastrosos para esa relación pastoral, si se cae en la correspondencia de los sentimientos eventualmente suscitados en la persona acompañada. El tema, como decimos, no es tanto la existencia o no de la transferencia, estrictamente hablando, en el acompañamiento, sino la realidad comprobada de las muchas implicaciones afectivas que se dan en un acompañamiento prolongado, que invitan a cuidar mucho esa relación.
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