El obispo ayuda a madurar la fe de su presbiterio. En varios relatos evangélicos, incluyendo el que hace referencia al cariño de Jesús al grupo de discípulos a quienes identifica como “pequeño rebañito” Jesús los califica como “hombres de poca fe” (oligopístoi, en griego). En el episodio narrado por Mateo sobre la tempestad calmada, vuelve a decirles lo mismo. Y, en otros relatos aparece de otra forma: cuando los mismos discípulos piden al señor que aumente su fe.
La fe que debe crecer
Es interesante observar el verdadero significado de esta expresión: nunca les advierte que no tienen fe. La tienen, pero es poca…. Y se vale de ello para decir que la fe es como un granito de mostaza, la más pequeña de las semillas de la naturaleza, que deviene en un arbusto frondoso. En diversas ocasiones, también el Maestro pone en prueba la fe de los discípulos. Una de ellas es con la narración de la multiplicación de los panes: se le acercan a Jesús y le preguntan qué hacer ante tanta gente que ya empezaría a sentir hambre. Jesús les respondió “denles de comer”. En el fondo, les está indicando que debían saber que Él iba a poder saciar el hambre de la multitud y así realiza el prodigio de la multiplicación de los panes.
El hecho de identificar a sus discípulos como “hombres de poca fe” no es una recriminación ni una burla. Les está señalando dos cosas: su condición de creyentes con una fe incipiente dirigida hacia su Persona; y segundo, la necesidad de entender que la fe es una realidad dinámica. La fe nos es un simple regalo espiritual que se recibe y ya funciona. Es una realidad existencial que, además de incluir la creencia y comunión con Dios, debe crecer hasta alcanzar la plenitud. A la vez, el Maestro, con su especialísima pedagogía, les da a entender que tienen que ir creciendo en esa fe.
Consecuencias para la formación permanente
Podemos sacar algunas consecuencias en referencia al tema de la FORMACIÓN PERMANENTE de los Presbíteros por parte de los Obispos. En primer lugar, hay una referencia al mismo Obispo: debe ser maestro de la fe que él mismo vive y con la cual debe crecer. Para ello, con la gracia del Espíritu y la ayuda de la oración, de la contemplación de la Palabra y el estudio, el Obispo debe hacer crecer y fortalecer la propia fe. Hacer sentir que, según dice Pablo, ha de ser “firme en la fe”. Una fe que alimenta y con la cual guía a su grey; una fe con la cual sostiene y promueve a su “pequeño rebañito”. En este sentido, sabiendo que no debe permanecer estancado en ella, debe pasar por la experiencia de ser “hombre de poca fe”. Sobre todo porque ha de alimentarla y hacer que vaya madurando día a día hasta alcanzar la plenitud del encuentro con la Trinidad
En relación a su Presbiterio, debe tener la misma actitud de Jesús con su Presbiterio. Está compuesto por hombres concretos que han ido haciendo un camino de fe y siguen teniendo la vivencia de su “pequeña fe”. No es una exclusión o una discriminación. Es entender que la FORMACIÓN PERMANENTE debe ayudar a consolidar la vida y existencia cristiana del sacerdote. El presbiterio debe tener la misma actitud del colegio apostólico: “auméntanos la fe”. Y todo esto tiene su repercusión en el pueblo de Dios, ya que tanto el Obispo como los Presbíteros deben ser los modelos de la fe y del testimonio cristiano para todos los miembros del pueblo de Dios. Por ello el obispo ayuda a madurar la fe de su presbiterio
El obispo ayuda a madurar la fe de su presbiterio
En esta línea, sabiendo que la FORMACIÓN PERMANENTE es un proceso complejo e integrador de diversos elementos, la gran preocupación de un Obispo debe ir, en primer lugar, hacia la maduración de la fe de cada uno de sus “próvidos cooperadores”. Esto, además, tendrá sus efectos en la manera personal y eclesial de manifestar esa fe. La de aquellos hombres de “poca fe” no impidió a los apóstoles seguir adelante. Ellos entendieron que debían ir dejando la “poquedad de la fe” para ir alcanzando la “madurez de la fe”… y siempre con los paradigmas evangélicos del Reino de Dios. Por eso, dentro de este proceso el mismo Maestro les señala que si ponen las manos en el arado es para ir hacia adelante sin voltear la mirada hacia atrás como lo hizo la mujer de Lot.
El Obispo es, desde esta perspectiva, el maestro de la fe también de sus presbíteros.
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