En este artículo quisiera vincular el “principio sistémico” propio de la psicología familiar, con el capítulo “Procesos de discernimiento compartido” del documento “El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia” [1]. La categoría de sistema ayuda para pensarnos al interior de nuestras comunidades y congregaciones. Reconocernos parte de un sistema nos abre a reconocer recursos comunitarios para permanecer fieles al don de la vocación que hemos recibido. Intentaré, sencillamente, vincular los contenidos y ofrecer algunas preguntas que pueden ayudar a una reflexión comunitaria.
El principio sistémico
Von Bertalanffy define sistema como: «el conjunto de elementos en una integración dialéctica, donde cada uno cumple una función respecto al todo». Sin embargo, el todo no es reductible a la suma de sus partes, es diferente a cada una de las partes que lo componen. Cada una de las partes aporta al funcionamiento del sistema y, el modo general de comportamiento del sistema afecta, a su vez, a cada una de las partes.
Mentalidad sistémica en la vida religiosa
Podríamos aplicar este concepto para leer la comunidad religiosa. La comunidad y la vida religiosa es un sistema complejo, donde se dan interacciones diversas, que favorecen a una realidad dinámica en permanente desarrollo y crecimiento.
El documento “El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia”, invita a considerar nuestra vida comunitaria e institucional como un verdadero “laboratorio de vida”. La Iglesia «se preocupa por el hermano o la hermana que atraviesa una situación difícil y los acompaña -cuando se trata de opciones dolorosas y difíciles- en la búsqueda de un camino distinto, así como de nuevos significados que den sentido a la opción de vida”[3] permitiendo que un momento de “crisis individual, pueda convertirse en una “oportunidad, un kairós para toda la comunidad”.[4]
La fidelidad en la perseverancia… un desafío sistémico
Al entender la vida comunitaria y congregacional desde esta perceptiva sistémica, la fidelidad y la perseverancia en la propia vocación no pueden ser vistas sólo como algo “individual”. La fidelidad es un desafío sistémico. La vida y las opciones de cada uno de los miembros de la comunidad afecta al todo y, a su vez, lo que ocurre a nivel comunitario y congregacional afecta a cada integrante que la compone.
Es urgente la necesidad de plantearnos modos de ayudarnos unos a otros. Ayudarnos para mantener viva la llama de la vocación. Si bien la llamada y la respuesta vocacional son personales, la entrega se concreta en una comunidad específica, en un carisma determinado y al servicio de la Iglesia. Como dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, haciendo alusión a que todos conformamos un único Cuerpo, el Cuerpo de Cristo: “¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría.” (1° Co 12, 26).
Ayudarnos unos a otros
La ayuda mutua en comunidad puede mantener viva la alegría de la fidelidad. Esto redunda no sólo en un bien personal, sino en un bien comunitario, eclesial y pastoral. El documento nos invita a considerar la centralidad de un discernimiento compartido, fundándonos en la experiencia fundamental de la alianza con Dios, y en la certeza de que “en todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes”. [5]
Abrirse a los signos de esperanza…
La vida religiosa está llamada a reconocer los interrogantes que la inquietan, y también discernir «los signos de esperanza» que la animan. Estos pueden ayudarnos en los procesos de discernimiento y acompañamiento, entre los cuáles se encuentran:
- La superación de la mentalidad “culpabilizadora” hacia quienes abandonaban la vida consagrada, “subestimando eventuales responsabilidades del instituto.” [6]
- La consciencia de un «auténtico ministerio de discernimiento y acompañamiento” tanto para quienes atraviesan una crisis, como para aquellos que perseveran en su vocación religiosa.
- “Desear volver a motivar el sentido de la propia fidelidad”. El desafío de este ministerio es “afrontar las cuestiones difíciles de los consagrados y las consagradas”. Conjugando “experiencia y profesionalidad además de adoptar una vigilante prevención para afrontar situaciones, incluso dramáticas, con un profundo sentido de amor a la Iglesia” [7].
Para reflexionar y trabajar en comunidad
- ¿Qué resonancias nos deja la lectura de este texto? ¿Cuál es nuestra opinión sobre lo que aquí se propone?
- Recordemos alguna situación de abandono de alguna de nuestras hermanas (puede haber sido de nuestra comunidad o de otra)… ¿Cómo la hemos vivido? ¿De qué manera esa situación ha repercutido? ¿Cómo nos ha “afectado” en la vida comunitaria y congregacional?
- ¿Qué “estilos comunitarios y/o congregacionales” nos ayudan a vivir con alegría y profundidad nuestra vocación? ¿Existe algún aspecto que desearíamos cambiar?
- ¿De qué manera podemos ayudarnos a mantener viva «la llama de la vocación”?
- ¿Qué “medios” nuevos (instancias, aportes, etc.) necesitamos a nivel comunitario y congregacional para seguir creciendo en dinámicas de discernimiento y acompañamiento compartido?
[1] Documento publicado en el año 2020 por la CIVCSVA (Congregación para Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica) destinado a todas las personas consagradas. Su finalidad orientar ante la cuestión de la fidelidad y la perseverancia de las personas consagradas en relación a su vocación.
[2] Cfr. “Una introspección sobre la familia”, MANENTI, A. Entender a la Familia, en “Copia e famiglia, come e perché: Aspetti Psicologici”, EDB, Bologna 1993, pp. 9-29.
[3] Cfr. CIVCSVA, “El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia”, Ed. Claretianas, 2020, N° 46
[3] Ídem.
[5] Cfr. Ibíd. N° 47
[6] Cfr. Ibíd. N° 47
[7] Ibíd. N° 48ç
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