En las últimas décadas se ha ido develando la situación escandalosa de la Iglesia respecto a los casos de abuso. Muchos de ellos cometidos por grandes personalidades, con capacidades intelectuales brillantes y estrategias pastorales que nada envidiarían a las de las más grandes corporaciones ejecutivas del mundo. Pero estas mismas personalidades tenían una característica minúscula que provocó un tremendo escándalo. Se trata del desconocimiento de sí mismo[1]. Se hace necesaria una prevención de la cultura del abuso en la formación.
El desconocimiento del mundo afectivo
El desconocimiento del mundo afectivo en el ámbito personal pone en riesgo la propia misión y la integridad de aquellos a los que se sirve. Numerosos expertos de la formación y de la espiritualidad motivan a la Iglesia a tener muy en cuenta este dinamismo durante la formación inicial y permanente para prevenir futuros abusos de autoridad, abusos de confianza y abusos sexuales. Todos ellos nacieron al ignorar los dinamismos humanos y llegaron a estos extremos. Por eso hay una urgente selección de candidatos al seminario y la vida consagrada[2], pero también de una formación afectivo-sexual seria que ayude al formando a colaborar en esta selección[3].
Orientaciones para formadores
Este trabajo tiene la intención de dar orientaciones a formadores y seminaristas al respecto. Primero propone una explicación de la cultura del abuso y las características del plano inclinado para llegar a un escándalo. En un segundo momento se expone el mundo de las necesidades psíquicas y sus dinamismos, se intentará ilustrar con algunos ejemplos sencillos de la vida cotidiana del seminario o convento. Finalmente, se exponen a modo de propuesta algunas herramientas que ayuden a reconocer en sí mismo dichas necesidades y su posible desequilibrio que podría llevar gradualmente a un abuso. Se debe caminar hacia una prevención de la cultura del abuso.
1. DETECTANDO LA CULTURA DEL ABUSO
Quien quiera ser el primero entre ustedes que sea su servidor Mc 9,35
a. La cultura del abuso presente en ambientes formativos cristianos
En variadas ocasiones se oyen quejas e insinuaciones de que los cristianos viven poco la Palabra de Dios, que se respira poca caridad o comprensión en las comunidades. Por otro lado se justifican ambientes mezquinos en nombre de la correcta doctrina o la perfecta obediencia. Sobre todo cuando hay existencia de abusos de todo tipo. Cuando un miembro o un grupo de miembros de dicha comunidad «saca a la luz» su descontento, se busca matizar su voz y justificar. La cultura actual, sobre todo la juvenil, ha llamado a esta cultura “tóxica”[4]. Esto relacionado con las relaciones dañinas que pueden darse en un grupo humano. A veces puede ser un camuflaje el hecho de que haya la costumbre del ambiente caótico, pero aceptado por los miembros de la comunidad. En realidad, nadie se atreve a dar el primer paso: la denuncia.
Esa altura espiritual podría lograrse pero también dañarse, sobre todo cuando el ambiente donde crece esa vocación cristiana no es el adecuado y se permite normalizar el ambiente caótico. Se está entonces frente a una comunidad cristiana con una severa herida social llamada: cultura del abuso o eclesiopatías[6].
b. El origen de la cultura del abuso en el interior de la comunidad
El abuso no nace de una sola pieza de dominó que movió las demás, sino de un malentendido dentro de la comunidad: una persona o la comunidad misma (comunidad o persona autocéntrica). Se ponen como modelo y centro del ethos, comportamientos parciales y a veces heroicos pero poco centrados en un líder auténtico y coherente. En una comunidad cristiana como el seminario o presbiterio, puede ponerse como modelo de conducta a un consagrado o a un hermano “modelo” y “virtuoso” pero con aires evidentes que siguen un “patrón de abuso”[7]. Sin embargo, se olvida o pasa a segundo plano la persona de Jesucristo, el misterio de Dios encarnado. De este modo se bajan los presupuestos de la dignidad a seguir: un hermano y no a Jesucristo.
Cuando el centro del ethos es la persona misma, sin ninguna referencia trascendente, los valores y las actitudes son relativizados y adaptados en la persona “a la carta”. Es decir, se viven los valores como cada quien los quiere entender, en especial los valores instrumentales cristocéntricos, a saber: la pobreza, la castidad y la obediencia[8]. Si esto se ignora, se menosprecia el valor último: la unión con Dios y la imitación de Cristo.
Valores «al gusto»
Así, los valores relativizados y vistos de modo superficial se llegan a ejercer y vivirlos sobre los demás “al gusto”. Siendo la comunidad cristiana la primera catequista, se transmiten modos relativizados del ser cristiano en el mundo de hoy. En algunas ocasiones se puede oír el consejo de algunos seminaristas, hermanos de etapas superiores e ¡incluso sacerdotes!: si no vas a ser casto, al menos sé cauto, Por poner un ejemplo clásico.
De este modo, la vivencia relativizada, al descontrolarse, no sabe dar explicación ni responsabilizarse del daño causado, y mucho menos de la herencia “cultural” que se deja en las nuevas generaciones. Este comportamiento se excusa en el argumento clásico de una comunidad: siempre había sido así y nadie se había quejado[9]…
Y poco a poco el “plano inclinado” del comportamiento de la comunidad cristiana empieza a declinar y ver como algo normal “abusar de la dignidad del otro” o al menos “justificar” con un “borra, olvida y sigamos adelante”[10].
c. El fruto de una comunidad abusadora
La revictimización[11] es una consecuencia de este comportamiento abusivo “normalizado”. Se empiezan a notar abusos sutiles o “a escondidas” justificándolos con valores de la segunda o tercera dimensión[12]. Por ejemplo, en nombre de la fraternidad un seminarista habla de los defectos de otro y le pide que no se enoje, porque todo queda en una broma fraterna. O un sacerdote que en nombre de la “confidencialidad sacramental” le pide a un seminarista que le cuente sus fantasías sexuales más profundas o incluso podría llegar a tocar los genitales del seminarista penitente para “purificarlos”. O una hermana maestra abraza con evidente morbosidad a las formandas justificando que es «amor materno».
En los roles “jerárquicos”[13] también podrían colarse estos comportamientos, por ejemplo un seminarista de un grado de estudios superior se la pasa coleccionando “adeptos” que comulguen con la idea jerárquica de aplastar a los que vienen “debajo”. Y estos comportamientos son aceptados y hasta “beatificados”, en el peor de los casos.
El olvido del ideal cristiano
Muchos miembros pueden ignorar la escala del abuso que pasa por la confianza y la autoridad o el poder hasta el ámbito sexual. Y muchos se preguntarán: ¿y dónde queda el “ideal” evangélico de la primitiva comunidad cristiana que relatan los Hechos de los Apóstoles?[15] Algunos podrían solo levantar los hombros en señal de no saber, otros podrían decir que son una comunidad en camino y maduración, y otros podrían satanizar la situación. Las respuestas varían. Pero lo que sí es objetivo y cierto es que muchos miembros de esa comunidad ignoran por qué han caído en eso[16]. Hay dinamismos antropológicos, psíquicos, personales y sociales que opacan el ideal cristiano en ellos. Estos serán abordados en la siguiente entrega.
Para trabajar en comunidad:
Ante lo presentado te ofrecemos un sencillo esquema para dialogar en tu comunidad y reconocer si existen rasgos de la cultura del abuso.
[1] Franco Imoda, Acompañamiento Vocacional, Sígueme, 148-149.
[2] María Inés Frank, Abuso Sexual Infantil, Bonum, 175.
[3] Daniel Portillo Trevizo, Psico-teología del discernimiento vocacional, 44-46.
[4] https://www.wrike.com/es/blog/10-signos-fatales-que-indican-que-la-cultura-de-tu-empresa-es-toxica/ [visitado el 12 agosto 2020].
[5] GS 12
[6] Daniel Portillo Trevizo, Psico-teología del discernimiento vocacional, Buena Prensa, 66.
[7] Jesús Yovani Gómez Cruz, «El abuso sexual en el ambiente formativo»; en: Daniel Portillo Tevizo (Coord.) Formación y prevención, PPC, 74-80.
[8] Amedeo Cencini, ¿Ha cambiado algo en la Iglesia después de los escándalos sexuales?, Sigueme, 118-120.
[9] Amedeo Cencini, ¿Ha cambiado algo en la Iglesia después de los escándalos sexuales?, Sigueme, 32-34.
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[10] Zamorano propone algunos indicativos para reconocer si una comunidad formativa vive una situación de abuso. Por ejemplo: excesiva rigidez e intransigencia como actitud permanente, falta de apertura al diálogo y al discernimiento comunitario, las decisiones se imponen sin explicitar las motivaciones, excesiva cantidad de normas, grupos con normas legalistas, la disensión se siente como falta de fidelidad o traición.
Tampoco se permite la crítica ni la confrontación y menos la corrección, excesiva concentración de poderes que provocan conflictos internos, excesiva uniformidad en las formas externas, seguidores del líder con poco criterio y carencias afectivas significativas o fascinantes, marginación o discriminación de quien es crítico o “no tan dócil”, maltrato verbal, calumnias, poca confidencialidad, castigo a los “rebeldes”, generación de escrúpulos innecesarios. Se evitan temas de gravedad o confrontación comunitaria, suplantación de la voz de la propia conciencia o la libertad de discernir o decidir, altivez, endiosamiento, protagonismo antagónico o único, control de vidas ajenas, poca claridad o transparencia en el uso de los bienes materiales. Todo esto ejercido, generalmente, sobre la comunidad, alguna persona en concreto o los bienes materiales de la misma comunidad. Cfr. Luis Alfonso Zamorano, Ya no te llamarán «abandonada». Acompañamiento psico-espiritual a supervivientes de abuso sexual. PPC, 102-107.
[11] Daniel Portillo Trevizo, «Informar, decidir y discernir. Patologías de la información en el tratamiento de los escándalos sexuales», en: Daniel Portillo Trevizo (Coord.), Tolerancia cero, PPC-CREPROME, 121-122.
[12] Amedeo Cencini, ¿Ha cambiado algo en la Iglesia después de los escándalos sexuales?, Sigueme, 31.
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[13] Fabrizio Rinaldi, «Abuso, poder y educación»; en: Daniel Portillo Tevizo (Coord.) Formación y prevención, PPC, 59-60.
[14] Una comunidad que promueve este tipo de relaciones “desequilibradas” o insanas tiene severas consecuencias para la misma comunidad. Se puede estar ante una comunidad con serias relaciones de codependencia. Situadas estas como “aparentemente fraternas” pero que en base a una necesidad inconsistente destruye auténticas relaciones. Emilio Lavaniegos y equipo sostienen como efecto: «estancamiento, aprendizaje destructivo, vacío existencial, desesperanza, sensación de miedo, decepción, ineficacia en el servicio e imposibilidad para la vida comunitaria». En: Emilio Lavaniegos, Ana Mª Aguilar, et-al, La codependencia en la vida sacerdotal y religiosa. Manual de autoayuda, Sacerdotes Operarios Diocesanos, 102-110.
[15] Cfr. Hch 4, 32-36.
[16] Amedeo Cencini habla más de «la cultura del escándalo». Esta permite que poco se vaya perdiendo gradualmente: mentalidad, sensibilidad y acción concreta para evitarlo. Por ejemplo, a nivel de mentalidad se desconoce el valor del celibato y se conforma la persona con recoger migajas afectivas, a nivel de sensibilidad la persona deja de preguntarse si esto que desea hacer o está haciendo corresponde a su estilo de vida e identidad, y finalmente a nivel pedagógico la persona deja de poner medios para ir madurando ciertas actitudes ensayadas de modo que se pone un freno a estos modos de relacionarse. En: Amedeo Cencini, ¿Ha cambiado algo en la Iglesia después de los escándalos sexuales?, Sígueme, 108-114.
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