Pastoral de la Vocación

El seminarista llamado a ser discípulo en camino

Este artículo está escrito por José López Gaona

“Jesús subió a la montaña, fue llamado a los que él quiso y se fueron con él” (Mc 3, 13).

Es Jesús quien toma la iniciativa, nos elige, nos consagra y nos confía una misión. Es la historia de toda vocación, que nace de un diálogo entre Dios y el hombre, donde Dios por un acto de amor llama y el hombre en libertad responde (cf. PDV 36).

La respuesta es cotidiana, es fruto de una mirada contemplativa con Jesús buen Pastor y Siervo y, desde la contemplación de su belleza el seminarista va tomando conciencia de su llamada divina que es la base donde se apoya todo su edificio vocacional. Esta base, nos permite poner los pies sobre la tierra como hombres elegidos del mundo para transformarlo, en medio de nuestras carencias y debilidades humanas. Sabiendo que Jesús nos llamó y nos dará la gracia para seguir siendo fieles a su llamado con una respuesta convincente y comprometedora.

El seminarista llamado por Dios es un “sujeto integral” o sea, un individuo previamente elegido para alcanzar una solidez interior (cf. RFIS 92). De ahí, la necesidad de que todos los Seminarios adopten un modelo de Formación Integral que englobe todas las Dimensiones de la formación.

A continuación, les presento los elementos constituyentes de la llamada divina y las condiciones para ser discípulo en camino con espíritu misionero, a la luz del Evangelio. Como punto de partida de nuestra reflexión sobre la llamada divina haremos un viaje vocacional a Galilea que es la cuna del discipulado de Jesús (cf. Mc 1, 16-20).

Jesús inicia su ministerio llamando a su seguimiento a unos hombres formando con ellos el grupo de los doce. Para una mejor comprensión menciono algunas características del llamado de Jesús: Jesús toma la iniciativa: «Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres». Jesús pasa, fija la mirada en su elegido, habla y es obedecido al instante. Es la promesa la que pone en movimiento al llamado, es el Reino lo que lleva a Jesús a llamar, no las cualidades personales de los llamados.

El seguimiento es consecuencia de una llamada personal: «Inmediatamente, dejando las redes, le siguieron». Es el seguimiento radical a Jesús: Camino, Verdad y Vida. Se da un cambio de ocupación en el llamado: Las redes, la barca, el padre, serán sustituidos por Jesús. Ir tras él, será la ocupación exclusiva del discípulo. La palabra de Jesús es el centro de su pedagogía (cf. Mc 1, 17): el llamado, una vez que oye a Jesús, queda con él en deuda de respuesta.

El seminarista discípulo en camino, es testigo de vida, compañero de camino, no vivirá ya de los peces, vivirá para los demás, se abandona a Jesús, porque lo ha encontrado y ahora Jesús lo es todo para él.

Estas características son de gran ayuda para que el seminarista reflexione en su propio llamado, en el momento que Jesús lo miró y lo llamó a vivir su discipulado como respuesta amorosa a aquel que lo amó primero y salió a su camino. Jesús nos sigue llamando y nos pide dar respuesta a su proyecto de salvación en cada acontecimiento de nuestras vidas.

Como punto de llegada, Jesús presenta las condiciones para ser discípulo, previene a sus elegidos, no basta solo la respuesta o el querer estar con él, los invita a compartir el camino de su pasión, dar la vida por la causa del Reino, optar por la vida antes que por el egoísmo del mundo y sentirse orgullosos de ser discípulos de Jesús.

Las condiciones para ser discípulo son las siguientes: «Renegar de sí mismo»: implica dejar planes propios y la propia vida y ponerse a disposición de quien te está precediendo. Poner nuestra seguridad en Dios (cf. Mc 10, 18). Negarse a sí mismo impone negar que uno mismo sea el motor y la meta de su propia vida; abdicar de sí y centrar la vida en el otro (cf. Gal 2,20). «Tomar la propia cruz»: Es asumir el destino de Cristo como propio, su camino hacia la muerte en la cruz (cf. Lc 14, 27).

Ser discípulo de Jesús implica estar dispuesto a sufrir lo que sea, conocer el rechazo, sufrir persecución y arriesgar la propia vida. El discípulo está llamado, obligado, al martirio.

«El menosprecio de la propia vida»: El discípulo se salva, no cuando se reserva sino cuando se da; se mantiene la vida que se entrega. Esta entrega ha de ser total, motivada por Cristo y su evangelio (cf. Mc 10, 29). Es importante mencionar que Jesús no impone un camino que él no haya recorrido. A la luz de esta reflexión se puede afirmar que solo Jesús, su Dios y el Evangelio, merecen la vida del discípulo. A mayor radicalidad, mayor libertad.

El seminarista está llamado a ser como su Maestro, a imitarlo. Es decir, tener los mismos sentimientos de Cristo, partiendo del amor: del amor a Dios nace el amor a su pueblo. Cada seminarista es único, a cada uno, le toca seguir a Cristo con su propia personalidad, con su realidad única. Animo a los seminaristas a seguir a Cristo confiando siempre en Él, haciendo de nuestra vida una donación continua por amor a Dios y su pueblo.

La Virgen María madre de Dios y madre nuestra se distinguió por disponibilidad, sencillez y entrega al proyecto de Dios. Imitemos sus virtudes y hagamos cada día una consagración a Jesús buen Pastor y a su madre. Dios los bendiga, apreciables seminaristas y les conceda el don del sacerdocio.

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