Pastoral de la Vocación

A Dios no se le puede decir «no»

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Este artículo está escrito por J. Sans Vila y D. Hernández

Introducción

Presentamos una sencilla historia que puede ayudar a iniciar una conversación en un grupo de jóvenes. Evidentemente, trata sobre la vocación, con esa sencillez que caracteriza las cosas esenciales en la vida. Tras una primera parte en la que entregaremos el texto a todos los participantes y dejaremos un momento para la lectura personal del mismo, pasaremos al diálogo en grupo. Debajo hay unas sencillas preguntas orientadores, que pueden ir guiando la conversación. Nos parece que el texto es suficientemente evocador, dentro de un contexto de fe, como para que salgan espontáneamente las impresiones de los jóvenes. El catequista o animador del grupo siempre puede ir generando nuevas ideas a partir de lo que vayan exponiendo los participantes.

El final de los cursillos

Era el final de los cursillos. Unos cursillos de orientación social para cincuenta muchachos y muchachas inquietos, que buscaban su «puesto» en la sociedad… La última reunión.

Llevábamos más de dos horas reunidos. De un rincón se adelantó un muchacho pequeño, normal.

—Yo creo que todo esto que habéis dicho es muy importante.

Hablaba despacio, penosamente.

—He pensado mucho estos días y creo que…

Se paró en seco, como si tuviera un nudo en la garganta que le ahogase.

—… que aunque no he sido bueno hasta ahora, muchos de vosotros lo sabéis...

Hablaba mal, pero se veía una sinceridad tan descarnada en su rostro, en sus brazos caídos, que hasta los silencios eran sorbidos gota a gota.

—… y aunque yo no quería…, no quería ver ni oír…, quería seguir como hasta ahora…, pero ya no puedo más. Tengo que ser sacerdote.

Y se sentó.

Hubo un silencio de estupor, de incredulidad. Nadie reaccionaba.

De repente, estalló un aplauso cerrado.

El muchacho no oía. Con las manos se apretaba la frente. Hundido, Perdido en un rincón. Como si después de una noche tormentosa, al tocar tierra, hubiese caído exánime en la orilla.

El director impuso silencio. Hacía falta un cambio. Y nos mandó a cenar. Durante la cena, una cena democrática, me tocó junto a una muchacha.

—Y usted, ¿qué piensa de aquel muchacho?

 Abrió los ojos—unos ojos negros, grandes—, me miró despacio.

—No hay más remedio. No se puede decir que «no» a Dios.

Golpeó con el cuchillo un trozo de pan suavemente un rato.

—Claro que él le ha oído. Lo triste es no saber. Él ha de ser feliz. Yo le envidio.

¿Cómo utilizar este documento?

Depende de las personas: nivel, número, edad, clase de reunión, tiempo del que dispone, etc. En clases, charlas, homilías, grupos… se puede utilizar este documento para:

  • centrar un tema,
  • ayudar a la reflexión,
  • desencadenar un diálogo, ilustrar una idea,
  • provocar otras experiencias,
  • aterrizar y ayudar a aterrizar,
  • cambiar el tono,
  • ejemplarizar,
  • condensar, recapitular,
  • crear clima: de seriedad, sensibilización, esperanza, optimismo.

Algunas preguntas para facilitar el diálogo:

¿Qué crees que pasaba por la cabeza de aquel joven?
¿De dónde pueden venir sus reticencias? Él mismo cuenta que él no quería ver ni oír…
Y el aplauso espontáneo del resto, ¿a qué crees que se debe? ¿Es solo una muestra de apoyo o puede haber algo más?
Este chico pasa por un momento complicado. ¿Por qué crees que la vocación a veces es así?
La chica a la que pregunta nuestro narrador está convencida de que no hay más remedio que responderle a Dios generosamente. ¿Por qué crees que dice eso? ¿Crees que la fe tiene algo que ver en la respuesta que se da a Dios?
«Lo triste es no saber». Con respecto a la vocación de cada uno, ¿qué te dice esa frase? ¿Es capaz de dar «alegría» el descubrir la propia vocación por exigente que esta sea? ¿Por qué?
¿Has tenido alguna experiencia similar a alguna narrada en la historia? Conocer a alguien en lucha por no aceptar el plan de Dios, alegrarte y aplaudir a quien lo descubre, encontrarte en oscuridad y tristeza por no saber…

Generosidad para responder

El encuentro lo concluimos orando juntos con el deseo de responder con generosidad a Dios. Tal vez todavía no conozcamos lo que Él nos pide, pero aun así queremos ofrecerle nuestra vida. Un joven puede leer en nombre de todos el siguiente texto bíblico y la oración que sigue.

Del profeta Isaías (Is 6,8)

«Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí».

Señor, me da miedo lo desconocido,
me veo insignificante y débil,
pero me fío de Ti, que me amas
y has querido contar conmigo
para llegar al corazón de otros.

Todos: Aquí estoy, envíame.

Tú me muestras la Iglesia entera,
mucho más allá de lo que alcanzo a ver.
Señor, quiero ayudar a que tu Evangelio
siga sanando la dignidad herida
de tantas personas en el mundo.

Todos: Aquí estoy, envíame.

Tú puedes hacer de mí
un cristal que te transparente
ante quienes no te conocen,
ante quienes sufren la injusticia,
el dolor, la enfermedad, la pobreza,
el hambre de pan, el hambre de Vida.

Todos: Aquí estoy, envíame.

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