Pastoral de la Vocación

JESÚS, CREEMOS EN TU VIDA

Este artículo está escrito por Christian Mier Núñez

Retiro de Pascua para seminaristas

  • 1. Introducción        

Cada año la Pascua llega con un impulso nuevo que regalo del Padre para alimentar y sostener el anhelo de quienes vamos caminando por la vida. Cada año la Pascua es nueva, es diferente, con un brillo nuevo y con destellos que siempre alegran.   El itinerario cuaresmal nos ha llevado a la certeza de que la dignidad de Jesús es una fuente de dignidad de la que todos bebemos en el marco concreto de nuestra sencilla vida. 

La Pascua nos lleva a algo más: es una profesión de vida más que una profesión de fe; es una vida que estalla y bulle. Creemos en lo que habla el corazón: JESÚS, CREEMOS EN TU VIDA.

Esta es nuestra certeza pascual. Esa es nuestra máxima verdad, de ella bebe nuestra fe. Tal ha de ser la luz que nos guíe en esta Pascua. Algo nos dice que, desde ahí, la Pascua de este año puede ser para nosotros una Pascua fecunda.

  • 2. La Palabra nos ilumina: Jn 6, 58-66

La enseñanza de Jesús resulta dura, y muchos de sus discípulos lo abandonan. El misterio eucarístico remite a otro más amplio: el misterio del Hijo del Hombre; pero este misterio da, al mismo tiempo, la clave de interpretación de todo el relato, y pretende disipar el malentendido de los judíos y de los discípulos respecto al comer la carne del Hijo del Hombre. ¡No se trata, en modo alguno, de canibalismo! Jesús responde remitiéndose a su subida al cielo, a su condición de resucitado de la muerte, es decir, a su carne que ya no es ni frágil ni corruptible, sino gloriosa y llena de Espíritu. La carne de Jesucristo puede comunicar vida, porque ha sido investida del Espíritu vivificante (1 Cor 15,45- 49), de la misma vida de Dios.

Sin la ayuda del Espíritu, sin el don de la fe, toda la vida de Jesús se convierte en un permanente escándalo. Sus palabras de revelación en un continuo e impenetrable velo de incomprensión.

                « Éste es el pan bajado del cielo y no es como el que comieron sus padres, y murieron. Quien come este pan vivirá siempre. Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm. Muchos de los discípulos que lo oyeron comentaban: —Este discurso es bien duro: ¿quién podrá escucharlo?… Jesús, conociendo por dentro que los discípulos murmuraban, les dijo: — ¿Esto los escandaliza?  ¿Qué será cuando vean al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? 

El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.  Pero hay algunos de ustedes que no creen –desde el comienzo sabía Jesús quiénes no creían y quién lo iba a traicionar–.  Y añadió: —Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede.  Desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él.».

          Era el momento de discernir su propuesta de “comer su carne”, de identificarse totalmente con él. ¿Cómo un hombre tan humilde se atrevía a proponerse como solución? Muchos le abandonaron, no pudieron aguantar tanta presión o tanta pretensión. El grupo quedó zarandeado, como los despojos después de una tormenta. “¿También ustedes quieren abandonarme?” ¿Cómo iban a irse? Ellos le amaban, ellos creían en su vida:

  • Creían en sus caminos, porque los encontró a ellos mientras caminaba, como encontró luego a tantos otros (Mc 1,19).
  • Creían en sus consuelos, porque muchas veces lo escucharon decir: “No llores” cuando el río de las lágrimas lo anegaba todo (Lc 7,13).
  • Creían en su generosidad porque lo vieron esperar de noche pacientemente a quien tenía miedo de ir a verle a la luz del día (Jn 3,1ss).
  • Creían en su mirada llena, la mayoría de las veces, de aprecio, respeto y amor (Mc 17,21).
  • Creían en sus sueños, en la que tenían en que los sufrimientos de los pobres no durarían para siempre y en que eran bienaventurados (Mt 5,4ss).
  • Creían en sus búsquedas y en su fe elaborada en los retiros en soledad y en las noches de oración hondas y calladas (Mc 1,35).
  • Creían en sus milagros inclusivos, más esto segundo que lo primero porque no buscaba el prodigio sino el bien del frágil (Mc 3,1-7).
  • Creían en sus palabras porque las veían verdaderas, honestas, siempre misericordiosas y compasivas como se habla a quien se ama (Mt 24,35).
  • Creían en sus silencios, por más que, a veces, no los entendieran, sobre todo aquel silencio opresor en el momento de su injusto juicio (Jn 19,10).
  • Creían en la fuerza de su canto, sobre todo cuando cantó en la noche de su traición con la fe del que espera en quien le sostiene (Mt 26,30).
  • Creían en su propuesta y por ello colaboraron con ella, porque intuían que era una propuesta para el bien de los humildes (Lc, 8,1ss).
  • Creían, ahora que no estaba, en su triunfo humilde, porque, tras la horrible derrota, llegaban a sentirlo vivo junto a ellos (Jn 20,1-2).
  • 3.  Las opciones de Jesús, mis opciones

          Siempre se ha dicho, y es cosa cierta, que Jesús vivió y murió por nosotros. San Pablo lo dice de muchas maneras, así lo consigna el Credo y la Iglesia lo repite en todos los tonos. Es cierto que Jesús resuelve en nosotros su ser mesiánico: viviendo de cara a nosotros, vive de cara a Dios, amándonos descubre el sentido de su ser Mesías. Decimos sin sombra de duda: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20).

         Esto tan básico de la fe, tan indiscutible, ha corrido un riesgo: Jesús se ha entregado por mí, se ha sacrificado por mí, por mis pecados incluso. Murió por los pecados. Incluso más: Dios lo entregó a la muerte por nuestros pecados (Rom 8,32). Pero hay otra manera de ver las cosas que deriva de la fe,  sobre todo, en el valor de la vida de Jesús para él mismo. Jesús ha vivido construyendo su fe, elaborándola, como todos. Se trataba de vislumbrar el “designio” del Padre en el transcurso de los acontecimientos. Ese era su “alimento” (Jn 4,34).

         Desde ahí ha ido tomando sus propias opciones que le han llevado, como sabemos, a la muerte. Por eso, podríamos decir, que Jesús no ha muerto tanto por nosotros, sino por él mismo, como consecuencia de las opciones que ha ido tomando (alguna de ellas arriesgada, como, por ejemplo, la expulsión de los mercaderes del templo: Jn 2,13ss). Sus opciones le han llevado a la muerte. En ese sentido, la vida y la muerte de Jesús es sobre todo, “para que el seguidor de Jesús”, se anime a ir tomando opciones similares, aunque le lleven a idéntico final. Esta otra manera de ver se logra si se da más fe a la vida de Jesús que a la doctrina sobre él, aunque esta tenga también su lugar. 

Creer en la vida de Jesús es tratar de llegar a sintonizar con las claves desde las que él ha vivido reproduciéndolas, a nuestra manera, en nuestros actuales caminos. 

  • 4. Compromisos

         – Amar la vida para creer en la vida: Es muy difícil creer en la vida sin amar la vida. ¡Cuántas veces se ha maldecido la vida! Es necesario un buen curso para amar la vida (curso que incluiría “asignaturas” como: saber disfrutar con poco, desvelar el valor de los detalles, la posibilidad amar como ganancia mayor, etc.). Sin esto, dar fe desde el corazón a la vida es difícil, así como entenderla como don mayor de amor de Dios a nosotros.

         – Contemplar la vida para intuir su misterio: Porque quizá haya que renunciar a entender el secreto de la vida, pero no por ello hay que renunciar a ponerse ante su misterio. La ciencia moderna, la física cuántica, los descubrimientos del universo, etc. nos ayudan en esta tarea contemplativa. La adquisición de una conciencia ecológica como parte del hecho humano (y aun cristiano, tras Laudato Si’) se hace imprescindible.

         – Multiplicar la vida para mejorar el mundo: Es la gran tarea asignada a las creaturas, a los humanos, su vocación primordial: “sean fecundos y multiplíquense” (Gén 1,28). Multiplicar la vida para vivirla con más amplitud; multiplicar la vida para que la muerte tenga solamente su espacio y nada más; multiplicar la vida para que las futuras generaciones tengan un horizonte mejor. Terminar la vida con realidades multiplicadas: hijos, amores, obras de bondad, trabajos espirituales, caminos de solidaridad, sendas de silencio y de belleza, obras de empatía y de consuelo.

         – Disfrutar la vida con una sobriedad deseada: Ya que el mucho disfrute no viene de la cantidad de medios que se tiene, sino de la disposición del corazón. De ahí que los disfrutes de la vida sean compatibles con la sobriedad, la contención, la mesura.  El disfrute exagerado conlleva, casi siempre, una alta dosis de sinrazón, además de ser una bofetada en el rostro del los pobres.

         – Vivir el sufrimiento de la vida como precio  por el logro de lo humano: No entenderlo como precio que se paga sin conseguir nada a cambio;  como precio impuesto por alguien que me extorsiona; como precio que se me hace pagar sin que yo llegue a entender su por qué. Precisamente el logro creciente lo humano mitigará el escozor del precio.

         – Cantar la vida incluso en la noche: Porque si hay canto, aunque sea con dolor, habrá posibilidad de  conectar con la vida. El canto en la noche es un signo de vida y de resurrección. La voz de quien canta en la noche es la voz del resucitado, es la voz de quien ha entrado en el secreto de la vida sin que se lo impida el dolor.

         Creer en la vida lleva a creer en la vida de Jesús, y al revés. Dar fe a la vida de Jesús lleva a conectar mejor con el misterio de la vida. Hasta el punto de que creer en la vida de Jesús lleva a no poder ya vivir sin Jesús. Quien dice con verdad que no puede vivir sin él, sin Jesús, está tocando, de algún modo, el misterio de la resurrección  porque eso supone que lo entiende totalmente presente y vivo en su camino humano. La Pascua es tiempo para desear y vivir esto, la fe de quien confiesa con la comunidad de creyente: JESÚS, CREEMOS EN TU VIDA.

  • 5. Salmo para dar la vida

Señor, dame la valentía de arriesgar la vida por ti,

el gozo desbordante de gastarme en tu servicio.

Dame, Señor, alas para volar y pies para caminar

al paso de los hombres.

Entrega, Señor, entrega para «dar la vida»

desde la vida, la de cada día.

Infúndenos, Señor, el deseo de darnos y entregarnos,

de dejar la vida en el servicio a los débiles.

Señor, haznos constructores de tu vida,

propagadores de tu reino,

ayúdanos a poner la tienda en medio de los hombres

para llevarles el tesoro de tu amor que salva.

Haznos, Señor, dóciles a tu Espíritu para ser conducidos

a dar la vida desde la cruz, desde la vida que brota

cuando el grano muere en el surco.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio está protegido por reCAPTCHA y se aplican la política de privacidad y los términos de servicio de Google.

Share This