Los cambios que ha inducido el coronavirus en la vida de la sociedad y la Iglesia son profundos y han traído consecuencias inesperadas en muchos ámbitos. La práctica imprescindible y omnipresente de todas las acciones de bioseguridad (vacunación masiva, confinamientos, distanciamiento físico, uso de mascarillas y pantallas, higiene frecuente, etc.), por ejemplo, ha puesto de relieve la pertinencia de un antiguo servicio ministerial de la Iglesia que de nuevo adquiere particular vigencia: el ostiario. En particular, el ingreso al templo requiere una vigilancia especial, así como también la distribución de los fieles en su espacio físico, y todo ello hoy como antes, desde los gestos de la hospitalidad evangélica. Éstas eran las dos tareas más características del ostiariado antiguo.
Un servicio con historia propia
Resulta un poco extraño que un servicio como éste se haya casi esfumado del horizonte eclesial o no suscite la misma atención que otros más ligados directamente a la liturgia. Cuando el Papa Pablo VI publicó Ministeria quaedam en 1972 recapituló muy brevemente el cuadro tradicional de las “órdenes menores”, entre las que se citaba el ostiario, y realizó, simultáneamente una simplificación de la ruta ministerial hacia las “órdenes mayores”, “desclericalizando” varios ministerios, que pasaron a ser “laicales”. Desde entonces han adquirido una nueva relevancia y claridad de competencias el lectorado y el acolitado, y más recientemente, y por iniciativa del Papa Francisco, la figura del catequista.
Pero los otros ministerios “laicales” quedaron, en cierto sentido, no sólo no reconocidos u oficializados, sino casi olvidados, entre ellos, precisamente, el ministerio del ostiario. Con lo que se ha generado una minusvaloración no intencional, trasladando sus tareas a otros “ministros” (por ejemplo, los sacristanes), o simplemente, perdiéndose completamente de vista.
Sin embargo, hay varias diócesis y parroquias que lo han repuesto sistemáticamente (especialmente en el norte de América y de Europa), y sobrevive como ministerio más o menos reconocido en algunas comunidades eclesiales de la Reforma, en algunas iglesias católicas orientales, en algunos lugares que siguen el rito tradicional romano, y en la liturgia del camino Neocatecumenal, pero sin una homogeneidad de presencias o de tareas.
La Iglesia antigua tenía una gran riqueza y diversidad carismática y ministerial. Aunque no se dio una total uniformidad en la nomenclatura de estos servicios, y existió fluidez entre sus competencias particulares, y en la modalidad de su presencia en diversas comunidades, resultaba un modo muy vivo de realizar la vida y la celebración de la Iglesia de modo activamente participativo.
El Nuevo Testamento ya expresa esta riqueza (por ejemplo, varios textos en Rm especialmente 12,6-8; y en 1 Cor; en 1 Pe 4,10-11, y bastantes más), así como muchos escritos de los Padres (Clemente, Tertuliano, Cipriano, Hipólito, etc.). Estos servicios, todos ellos abocados a la edificación y crecimiento de la Iglesia, que se van perfilando progresivamente como servicios estables y permanentes, y van recibiendo nombres oficiales. También, es cierto, se fueron alineando de algún modo, y más bien pronto, a la estructura jerárquica clerical.
Un servicio que se renueva y renace
El servicio del ostiario pareciera antiguo y relacionado simplemente con ofrecer un acceso regulado a los lugares de las celebraciones en el templo (una vez que el cristianismo alcanzó libertad pública), al modo de los porteros en otras instituciones. Parece haber figurado por primera vez con ese nombre preciso en el s. III (Papa Cornelio, Statuta Ecclesiae Antiquae, Didascalia siríaca, etc.). Pero parece que bastante pronto, se convirtió en parte del itinerario jerárquico, y su importancia fue decayendo, al convertirse en orden menor y paso protocolario hacia el diaconado y el presbiterado.
Finalmente, su función propia habría perdido su identidad y visibilidad en gran parte de la Iglesia. La Instrucción General del Misal Romano hace una alusión en su número 105 c y d, y el Bendicional, que ofrece bendiciones para lectores, acólitos y ministros de la caridad, no considera este caso. La impresión general que revelan los hechos es que se ha desdibujado profundamente este ministerio.
Sin embargo, las cosas parecen cambiar. La vida práctica de las Iglesias ha requerido siempre un ejercicio especial de la caridad bajo la forma de la acogida y la hospitalidad. Y el primer paso de la acogida se da en las fronteras entre lo “externo” e “interno” de los espacios personales y comunitarios de la Iglesia. El psicólogo social Kurt Lewin se refería a esto cuando pensaba en los “gate-keepers”.
Pues bien, en la Iglesia adquieren cada vez más un particular relieve estos “gate-keepers” o “centinelas” de los primeros contactos con la comunidad eclesial, especialmente cuando se hace progresivamente más necesaria la calidez humana de las relaciones de caridad cristiana. En este marco, servicios como secretaría, ostiariado y portería, comunicación social, etc., han adquirido un nuevo relieve y valor, que merece sea tenido en cuenta.
De hecho, en algunas parroquias, colegios, residencias y casas de espiritualidad, y en otras instituciones con recintos propios, están resurgiendo los gate-keepers eclesiales, y, en los templos, los antiguos ostiarios con diversos nombres: portero, ujier, ministro de la hospitalidad o de la recepción, mansionario, centinela del templo, etc. El caso del ostiario está ligado directamente al acceso al templo y al comportamiento en él.
El rostro del primer encuentro
Siendo como el rostro del primer encuentro con la Iglesia-templo, requieren un perfil especial de amabilidad, firmeza en los principios y flexibilidad en las acciones, y habilidad comunicativa. Y por supuesto, talante de prudencia y caridad solícita. Existe toda una espiritualidad de la hospitalidad que tiene amplia tradición cristiana y ofrece inspiración a este “ministerio”.
Parece un ministerio bastante “laical” precisamente porque se coloca en la frontera de la Iglesia, casi literalmente hablando. En varias iglesias está codificado este servicio e incluso existen manuales para orientar su funcionamiento y realizar sus instrucciones. Pero no es un ministerio para nada extendido. Y resulta extraño que su desarrollo se dé más en culturas del norte, que en las del mundo mediterráneo o latino, de idiosincrasia más “cálida”.
Tareas precisas, oportunas y urgentes
Pareciera conveniente reflexionar sobre su reinstauración más general, especialmente cuando, de hecho, están ya presentes a las puertas de casi todas las iglesias del mundo, por motivo de la bioseguridad. Es evidente que las circunstancias obligan a asumir de nuevo esta vigilancia y este papel del ostiario. Pero a la hora de definir mejor y homologar su servicio, se podrían añadir a las tareas tradicionales, actualmente en manos de los sacristanes, de tocar las campanas (¡donde subsistan!), abrir y cerrar el templo, indicar dónde sentarse y, eventualmente, guiar las procesiones, estas otras funciones:
- Atender situaciones particulares con los vehículos, su aparcamiento y su circulación en función del acceso al templo y sus espacios.
- Recibir y despedir amablemente en la puerta a los fieles y visitantes (con atención especial a minusválidos). Esta función la realizan, a veces, los sacerdotes en persona o algunos otros fieles espontáneos.
- Ofrecer información verbal al que consulta, y repartir información impresa a la entrada del templo.
- Conducir a las personas a sus lugares de asiento (con cuidado especial a enfermos y minusválidos, y discernir los casos de personas con problemas mentales, personas en actitudes violentas, niños ruidosos o inquietos sin controles parentales, para regular su ingreso).
- Guiar a otras dependencias del espacio eclesial, según su necesidad (por ejemplo, los baños y los lugares de reposo).
- Regular el ingreso de animales.
- Atender algunas emergencias de los fieles (de modo prudencial), y otros riesgos generales en el recinto de la iglesia (fallas eléctricas, amagos de incendios, etc.).
- Cuidar el clima de oración y el silencio en cuanto corresponda, con moniciones en sus momentos oportunos.
- Y otras acciones que suelen derivarse en algunas comunidades hacia ellos: gestionar la colecta; ordenar la presentación de ofrendas cuando se prevé una procesión; cuidado de las carteleras y la comunicación parroquial, etc.
Cada comunidad tiene sus necesidades particulares de hospitalidad inicial, y podrá ir ajustando éstas y otras iniciativas que sean congruentes con el servicio del ostiario.
¡Excelente artículo! Muy apropiado.