Pastoral de la Vocación

La tarea de acompañar: de la complacencia a la internalización

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Este artículo está escrito por Francisco Ceballos

La tarea de acompañar procesos formativos no deja de ser novedosa y desafiante. Una idea muy presente en la formación es la de querer ser cada vez «mejores». Consideramos nuestra vida como un proceso ascendente e inacabado donde el presente pareciera ser siempre el primer piso de un edificio de diez plantas. En principio, este afán por mejorar siempre nos tensiona hacia aquellos ideales que queremos alcanzar y sin duda resulta positivo en este sentido.

No podemos desdeñar el empeño en querer recorrer nuestro camino vocacional con el deseo de ser cada vez más auténticos, más radicales. No obstante, esta idea puede resultar un obstáculo si no se considera en un sentido integral. Es decir, si no somos capaces de conjugar nuestros ideales y capacidades con nuestra realidad de hombres limitados y frágiles. La formación invita a orientar todos los aspectos de nuestra persona en un proceso de maduración integral.

Durante el itinerario formativo hacia el sacerdocio ministerial, el seminarista permanece como un “misterio para sí mismo”, en el cual interactúan y coexisten dos aspectos de su humanidad, que deben integrarse recíprocamente: por un lado, un conjunto de cualidades y riquezas, que son dones de la gracia; por otro lado, dicha humanidad está marcada por límites y fragilidades. El trabajo formativo consiste en ayudar a la persona a integrar ambos aspectos, con el auxilio del Espíritu Santo, en un camino de fe y de progresiva y armónica maduración de todos los componentes, evitando la fragmentación, las polarizaciones, los excesos, la superficialidad o la parcialidad. El tiempo de formación hacia el sacerdocio ministerial es un tiempo de prueba, de maduración y de discernimiento por parte del seminarista y de la institución formativa.

(RIFIS 28)

El tema que nos proponemos tratar es muy amplio. En esta ocasión quisieramos abordar tres dinamismos de la persona que pueden ayudar a nuestra reflexión sobre el acompañamiento. Estos nos pueden ayudar a visualizar el reto que supone una formación integral, así como algunas ideas prácticas que pueden tenerse en cuenta. Estos dinamismos son: la idealización, la complacencia y la internalización.

Cargas de profundidad

En un curso sobre dificultades psicológicas en el proceso de acompañamiento, se nos decía que muchas veces solemos enviar de manera inconsciente mensajes ocultos, cargas de profundidad que pueden impactar en los seminaristas o formandos sembrando ideas que, a largo plazo, terminan redireccionando las motivaciones vocacionales del sujeto e incidir de manera decisiva sobre sobre el grupo.

El principio es el siguiente: basta que subrayemos positivamente una característica, actitud, comportamiento o valor en alguno, para que toda su capacidad se vuelque en resaltar esa característica, actitud, comportamiento o valor; reorganizando lo que se ha descubierto como valioso a los ojos del formador, de tal manera que aparezca como lo más importante.

Algunos ejemplos

Un seminarista se destaca de manera especial en los estudios. Es dedicado y listo, saca las mejores calificaciones y hace observaciones agudas en clases o en los momentos de reflexión grupal cuando se trata algún tema formativo. Es el que se lee todos los materiales que mandamos a leer y casi siempre tiene una “palabra definitiva” en el momento de intervenir. Si este valor es importante para el formador, terminará por subrayarlo, tal vez con una palabra de reconocimiento, con un gesto de espaldarazo o a veces de forma más sutil, como quedándose a conversar con este seminarista por mucho tiempo después de las clases o tomándose un café con él mientras debaten temas de alta filosofía o teología.

La pregunta que viene puede ser ¿Qué mensaje estamos dándole a este muchacho y en general a todos sus demás compañeros? Puede parecer una obviedad, ciertamente, pero ocurre. Pongamos otro ejemplo: imaginemos a ese seminarista que es capaz de hacer reír a todos, especialmente al formador. El tipo que hace sacar risas por sus ocurrencias y que, por sentirnos bien con él, por su «confianza y amistad», lo invitamos a acompañarnos a una celebración, a la casa de algún bienhechor, a la sala de café de los formadores (cuando la hay) porque además es muy servicial y siempre atento. La pregunta es la misma ¿qué mensaje estamos dándole al sujeto y al resto de la comunidad?

La cuestión que estos ejemplos nos plantean no es otra que la relación formativa. Subrayar un valor en detrimento de otros y referirlos a un sujeto específico puede ser contraproducente por el tipo de mensaje que damos. La pregunta ulterior que podemos hacernos es ¿por qué este valor particular me resuena más que otro? ¿qué actitudes inconscientes hacen que lo favorezca? El formador debe estar atento no sólo al formado sino al modo en que establece la relación formativa con él y de cara a la comunidad.

Idealización – complacencia

El dinamismo de la idealización se manifiesta como aquella actitud delante a personas, instituciones o ideales en la que todo aparece como absolutamente bueno, capaz de gratificar el deseo de “ser mejor”. Se llega al seminario con una carga importante de “idealismo” y es completamente normal. Poco a poco, en la medida en que el sujeto se encuentra con sus propias debilidades y límites, las debilidades y límites de sus formadores o las debilidades incoherencias de la institución, incluyendo la iglesia; se enfrenta a la realidad.

La «crisis de realismo» puede suponer un momento duro de sequedad y desánimo, pero también una invitación a acoger y madurar. La pregunta que tal vez podemos hacer en este momento es ¿a qué te invita este momento de crisis que estás viviendo? Para el formador es importante verificar que detrás del deseo de ser mejor que acompaña la idealización, no se esconda un estilo narcisista que puede pasar por debajo de la mesa si solamente acompañamos aquello que se ve. Podemos tener delante de nosotros un sujeto que se esfuerza por no fallar, pero ¿qué lo está motivando?

Es posible que entre la idealización y la complacencia no haya propiamente una diferencia verificable de etapas sucesivas. Ambas dinámicas se den al mismo tiempo. La complacencia se puede observar en aquella actitud por la cual el sujeto actúa siempre tratando de mostrar los valores que se promueven y que pueden alcanzarle un reconocimiento gratificante por parte de la figura de autoridad. Parecer ante todo. Aunque suene contradictorio, esta actitud, que puede esconder una baja autoestima, pero también habla de una cierta tendencia narcisista propia de una actitud idealista, al final ambas actitudes parecen buscar gratificar la misma necesidad de reconocimiento. Fijémonos que la cuestión afecta siempre el horizonte motivacional del sujeto ¿qué quiero gratificar con esta actitud?

La internalización

Al inicio del proceso formativo, nos encontramos en un momento constitutivo donde entran en juegos muchos dinamismos personales y comunitarios, entre otros los tres que hemos mencionado. En el desarrollo pedagógico, estos tres dinamismos nos dan pistas sobre la madurez vocacional de un sujeto. La tentación que tenemos al hablar de idealización-complacencia-internalización, sería pensar estos en la perspectiva de un proceso de desarrollo lineal ascendente. La realidad es que este proceso se da de un modo complejo donde, de hecho, coexisten los valores interiorizados, las actitudes complacientes o las motivaciones idealizadas hacia personas o instituciones. El fin último de todo proyecto formativo es favorecer la internalización integral de aquellos valores que vienen a configurar el perfil identitario del sujeto en relación con la vocación específica a la que se siente llamado.

La internalización es el proceso de cambio por el que se acepta una influencia externa por el valor intrínseco de lo propuesto… Se internaliza un valor revelado o vivido por Cristo en cuanto se está dispuesto en libertad para aceptar el valor que lleva a trascenderse para dejarse transformar en Cristo por dicho valor y por la importancia intrínseca que tiene el mismo, más bien que por la importancia o gratificación que tenga. La internalización equivale a la asimilación personal de los valores autotrascedentes de Cristo y favorece la configuración con Él. (Gal 2, 2; Rm 14, 7-8; 2 Cor 5, 14- 15).

García Dominguez L. Discernir la llamada: la valoración vocacional. ( Sal Terrae 2021, p. 418)

La pregunta que está a la base de este proceso y que el seminarista o formando debe hacerse es ¿Por qué hago lo que hago? Esta pregunta es una invitación a tomar conciencia de las motivaciones que mueven la propia libertad de acción. Es una pregunta que implica un doble movimiento que va desde la vivencia de un valor que se considera importante en la medida en que me hace sentir bien, me hace ver bien y favorece la autoestima. Esta puede ser la motivación original. El segundo movimiento es reconocer la importancia intrínseca de ese valor porque me ayuda a crecer en mi relación con el Señor y a través de él puedo caminar a una mayor configuración con Él.

Ajustar el foco

Ajustar el foco de atención significa que el sujeto debe pasar de mirarse a sí mismo y sus necesidades, a contemplar a Cristo para amarlo, seguirlo e identificarse más con su persona y con su misión y desde esta relación constitutiva fundamental de su identidad (PDV 12) mirar su propio proceso vocacional. El gran reto que supone este movimiento es la toma de conciencia de las necesidades que pueden motivar mis acciones y la libertad para elegir los valores que el seguimiento de Jesús y el ministerio en la Iglesia me plantea en el proceso de formación.

Como hemos dicho anteriormente, el camino de la internalización supone una gradualidad que debe contemplarse en todo proyecto formativo. No podemos esperar que en las etapas iniciales los seminaristas actúen motivados por valores conscientes y orientados conforme al evangelio. Esto que no sorprende, tampoco debe ser un obstáculo, al contrario, es el terreno donde se cultiva el proceso vocacional de cada persona que, en la medida en que va creciendo en conciencia y libertad, va descubriendo y madurando sus motivaciones.

Cuestiones prácticas

La idea de esta sección no es plantear un recetario de consejos que favorezcan el proceso de internalización. La tarea formativa requiere un ejercicio de reflexión y profundización que todo equipo formativo y cada formador particular debe acometer. Una de las claves que puede surgir cuando abordamos estos temas es la necesidad que tienen los formadores de formarse y ser acompañados a su vez. El camino formativo mete en un proceso de madurez vocacional a todos los sujetos implicados, formadores y formandos. Comparto algunos elementos a considerar.

  1. La necesidad de tener ante todo un proyecto integral de formación. Este debe dejar claros tanto el horizonte de valores y perfiles que se quieren alcanzar e internalizar, así como el ritmo pedagógico y las estrategias integrales del acompañamiento.
  2. No basta con verificar actitudes externas. Si el seminarista o formando llega a tiempo o no a la oración comunitaria. Si cumple o no con los servicios comunitarios que se le encomiendan. Si es “piadoso” o si por el contrario no se le ve rezando el rosario. Si en la actividad pastoral de fin de semana desborda en carisma y empeño. Si por el contrario no se implica mucho y prefiere regresar pronto al seminario para estudiar. Si es aquel seminarista que siempre encuentras en la biblioteca y no se permite una baja calificación. Todos estos elementos son importantes a tener en cuenta, ciertamente, como punto de inicio, pero jamás como punto de llegada. El proceso formativo permanecerá en la superficie si nos detenemos solamente a “verificar” comportamientos.
  3. Hay que ir a las motivaciones. Para esto hay que estar con los seminaristas y garantizar espacios de acompañamiento profundos: entrevista mensual, dirección espiritual, acompañamiento psicológico.
  4. Mejor en equipo. La importancia de compartir la visión que se tiene de los procesos y de las personas es crucial. La práctica de dedicar tiempo a tratar los casos particulares es importante porque permite ampliar el horizonte y referir los procesos al proyecto formativo común. También como espacio para confrontar y acompañarse mutuamente en la tarea.

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