En la encíclica Fratelli Tutti el Papa Francisco invita a revalorizar la importancia de la fraternidad universal como un elemento actual, vigente e indispensable para la vida de la Iglesia y, sobre todo, para la vida del mundo. La conciencia de que todos somos hermanos debe llevarnos necesariamente a romper con todo tipo de clasismo y de abuso en contra de la dignidad de los demás, especialmente de los más débiles.
Dentro de este marco de reflexión parece oportuno insistir sobre la necesidad de promover una verdadera cultura de la fraternidad dentro de los seminarios. La ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis en su número 52 recuerda la importancia radical de que el seminario sea como una casa de familia.
Es verdad que la realidad del seminario, como casa de formación, es plural y contextual. Es un ámbito donde habrá más coincidencia con unos compañeros que con otros. Sin embargo, esas características son las que hacen también que este espacio sea el oportuno para que el candidato al sacerdocio ministerial pueda tener contacto con diferentes realidades relacionales y pueda así aprender a gestionarlas.
I. Dificultades para la fraternidad
Hay un problema latente en los seminarios. La falta de comunicación asertiva, rivalidades insanas, y complejos de superioridad-inferioridad llevan, muchas veces, a percibir ambientes poco fraternos; esferas donde la individualidad y los grupismos merman el ideal de la construcción de una cultura de la fraternidad real.
Estos ambientes, en la mayoría de los casos, no dejan que el plan formativo marche de manera óptima. Y hacen que la experiencia de seminario, más que ser positiva, encontrando verdaderos amigos y hermanos en la fe, sea una especie de carrera por querer abandonar la casa de formación lo más rápido posible y, en algunas ocasiones, una lucha de poder para mostrarse mejor que los demás.
II. Algunas notas básicas para entender la fraternidad en el seminario
«En realidad, la fraternidad se construye mediante un desarrollo espiritual, que exige un esfuerzo constante para superar las diversas formas de individualismo. Una relación fraterna «no puede ser sólo algo dejado al azar, a las circunstancias favorables», sino una elección deliberada y un reto permanente.»
RFIS 52
La fraternidad en el seminarista supone una base humana y relacional abierta a la convivencia y una intención activa por ser un verdadero hombre de comunión. Pero al mismo tiempo, le exige una experiencia real y en crecimiento de encuentro con Jesús.
El desarrollo de la vida espiritual, como dice la Ratio, tiene que llevar al candidato a ser un hombre capaz de generar ambientes familiares. La experiencia de Dios lleva inevitablemente a descubrirse como hijos del Padre y hermanos del Hijo por la acción del Espíritu Santo. Si esto es así, el formando tendrá la conciencia de que, a pesar de las diferencias, el otro también es hijo y hermano.
Este desarrollo espiritual y esta actitud humana no pueden dejarse al azar, es una elección del seminarista y, por tanto, un rasgo de idoneidad para el candidato. Es algo muy serio y fundamental en la personalidad del sacerdote.
El sacerdote es el hombre de las relaciones. Está constantemente enfrentándose a un sinfín de modos de ser, personalidades y caracteres; en ese sentido, la fraternidad supone un reto constante. Es estar en una actitud continua de apertura a los demás, un esfuerzo por descubrir a Jesús en el rostro del otro.
III. Claves para la formación
Siendo un tema de tal envergadura no bastarían millares de sugerencias para mejorar y promover el clima de familiaridad en una casa de formación, sin embargo, proponemos una terna de posibles áreas prácticas de reflexión dentro del seminario.
a. Área humana: desde el ámbito psicológico y social ofrecer a los seminaristas herramientas que les ayuden a trabajar y fortalecer su asertividad en la comunicación y su inteligencia emocional. Esto con fines a que su identidad como hijos de Dios y hermanos, unos de otros, tenga una repercusión directa en la convivencia, tanto con los compañeros, como con los formadores (jornadas de formación, charlas con profesionales psicólogos, dinámicas de conocimiento de la realidad del otro, ejercicios de confianza, talleres de afectividad).
b. Área espiritual: desde la lectura de la biblia y la oración dirigida, insistir sobre la realidad de ser hijos en la que participamos todos los seres humanos y todos los bautizados. Un espacio importante para esta reflexión es la homilía; tómese como un espacio formativo fundamental que sirva para generar un ambiente de reflexión y oración que devenga en un clima serio de saberse hermano de los demás y nunca rivales.
c. Área eclesial: El seminario debe ser una casa en apertura y nunca una burbuja desligada de la realidad de la Iglesia. Es importante que los seminaristas puedan tener contacto con personas de diferentes grupos en convivencias, encuentros, oraciones, actos litúrgicos; hablamos de familias, movimientos eclesiales, jóvenes, niños, otros sacerdotes; de tal modo que, la convivencia familiar con otros sea un signo de la fraternidad que los seminaristas están llamados a vivir en su comunidad de seminario y estarán llamados a ejercer en su ministerio sacerdotal al servicio de la misión de la Iglesia.
A modo de conclusión. La fraternidad es un testimonio
La fraternidad no puede ser un valor circunstancial en la vida del candidato al ministerio sacerdotal. Los formadores están llamados a ser profetas de esa fraternidad. Con el ejemplo del equipo formador y las charlas formativas respecto del tema, el seminario debe tomar una estructura familiar de hermanos.
Deben respetarse los procesos personales de los candidatos en las diferentes etapas de la formación y, al mismo tiempo, evitarse todo tipo de abuso de autoridad, discriminación y favoritismos entre seminaristas, sin importar si son aspirantes que llevan más años en la formación o menos. Si ese ambiente de fraternidad se promueve constantemente será también un elemento que garantice la futura fraternidad presbiteral y, además, será la mejor pastoral vocacional.
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