El acompañamiento vocacional es un arte. Es ponerse a la saga de ese Misterio que resuena en quienes acompañamos y los va conduciendo en un camino de crecimiento, maduración y trascendencia. Lo primero que quisieramos recordar al seguir profundizando en el apasionante tema del acompañamiento vocacional es que se trata, ante todo, de una acción instrumental y no de un fin en sí mismo. Se acompaña a una persona para que llegue a un determinado punto en su itinerario de fe, en su camino formativo.
Una vez alcanzado ese punto el acompañante se hace a un lado. El acompañado, con el bagaje que lo ha situado en una nueva etapa de su itinerario, continua su propio camino con el Señor. El horizonte del acompañamiento está en discernir y reconocer la acción de Dios en la vida de la persona, conocer su voluntad y el modo específico que Dios ha dispuesto para realizarla.
El acompañamiento vocacional supone varias condiciones que, quienes estamos inmersos en la tarea formativa, debemos tener muy en cuenta. En un artículo anterior referiamos el concepto de acompañamiento que ofrece Alessandro Manenti y como la apertura es el eje transversal de todo el proceso. En aquella oportunidad afirmamos:
…el ser humano es ante todo un ser en relación, al punto que esta apertura radical a la realidad, a los otros y a Dios es fundamental para su crecimiento y desarrollo.
El desafío que tenemos delante al iniciar el acompañamiento vocacional es el de favorecer esta apertura como condición indispensable. A continuación, presentamos algunas reflexiones al respecto y abrimos el compás para ir presentando una sencilla metodología que nos permita establecer ese «pacto de confianza» que puede asegurar la apertura.
Dos ámbitos del acompañamiento que no conviene confundir
La relación que se establece entre acompañante y acompañado transcurre en un espacio de fraternidad. Esta horizontalidad no quiere decir simetría, pues quien acompaña lo hace como «hermano mayor», lo cual significa que el acompañante ya ha hecho un camino personal de crecimiento, alcanzando una madurez y solidez vocacionales suficientes, que lo capacitan para acompañar a otros. Por otro lado, esta horizontalidad consciente ayuda mucho a la hora de comprender el camino del otro y las posibles dificultades que enfrenta. También ayuda a evitar cualquier actitud directiva que distorsione el objetivo del acompañamiento y genere cualquier posible manipulación o abuso.
Existe el concepto de paternidad espiritual, que entendida de modo correcto, la referimos al ámbito de la dirección espiritual. La dirección espiritual forma parte del proceso de acompañamiento vocacional, pero no lo agota. En el acompañamiento vocacional se abordan los dinamismos psicoespirituales del sujeto acompañado desde multiples ámbitos, centrándose más en la vivencia que la persona tiene de los valores y motivaciones, naturales y trascendentes que guían su propio camino, así como de las tensiones que están a la base de dicho proceso. 1
La dirección espiritual apunta sobre todo a la vivencia de los valores trascendentes y su objetivo es contribuir a la santificación de la persona en la búsqueda y realización de la voluntad de Dios. Es evidente que ambos espacios de acompañamiento coinciden en el fin último, pero se diferencian en el ámbito en que se desenvuelven (fuero externo-fuero interno), en los medios de los cuales se valen y en el tipo de relación que suponen.
Así por ejemplo, el acompañamiento vocacional se circunscribirse a una etapa de la formación, tanto en los contenidos como en la forma y persona de los acompañantes. La dirección espiritual, en cambio, puede desarrollarse transversalmente a lo largo de las diferentes etapas, si bien respetando los procesos de cada persona y la necesidad se acudir a otros directores o acompañantes espirituales. En todo caso, ambos espacios son complementarios y deben ir siempre de la mano si el desarrollo del itinerario formativo quiere ser integral.
El acompañamiento vocacional es una tarea formidable y apasionante que demanda mucho del acompañante: tiempo, formación específica, cuotas inagotables de paciencia y una confianza plena en la obra que Dios realiza en la persona del acompañado. Todo esto se puede realizar si logramos conseguir la apertura necesaria al propio proceso formativo.
La entrevista vocacional y el desafío de la apertura
La pregunta que muchas veces nos hacemos como formadores es, precisamente, ¿Cómo favorecer esta apertura? Seguramente, quienes hayan tenido la oportunidad de acompañar a otros en su proceso vocacional, de manera particular a los formadores en seminarios, noviciados o casas religiosas, se han encontrado delante de un formando cuyas respuestas a nuestras preguntas sobre su situación vocacional o estado de ánimo, parecen más bien una concatenación de monosílabos y frases acépticas: «Sí», «no», «estoy bien»… puede que estemos exagerando, pero muchas veces no encontramos la manera de adentrarnos en un diálogo un poco más profundo y significativo.
Depende de la persona, de sus propias dinámicas, incluso de estereotipos culturales. Precisamente, el desafío del acompañante está en favorecer una comunicación cada vez más abierta y a niveles más profundos. ¿Cómo hacerlo? He aquí el dilema. Por ahora sólo diremos que no debemos apresurarnos. La apertura es un proceso que se va realizando a diferentes ritmos. Del acompañante este proceso demanda ante todo paciencia y una buena capacidad de empatía para comprender al otro, especialmente en el ámbito de la comunicación no verbal.
Es muy frecuente y curioso cuando se da la experiencia contraria, la de aquellos formandos que a penas entran a la oficina o la sala de coloquios, antes de responder al saludo, ya han contado toda su vida, sus experiencias traumáticas, su visión de las cosas, su historia familiar, sus problemas con los compañeros y hasta la opinión que se han hecho de los formadores. ¡Vaya que capacidad de apertura! podemos pensar, incluso sentir alivio porque al parecer «el trabajo no va a ser tan difícil». Sin embargo, esta actitud puede entrañar ciertos problemas.
La dispersión, la incapacidad de centrarse en una temática específica o de banalizar otras. En un primer momento, como acompañantes debemos estar atentos a la implicación emocional del sujeto. Si es capaz o no de hablar desde las emociones, de nombrarlas, de reconocerlas en lo que nos dice. Esto no es fácil, hoy por hoy se evidencia una grave incapacidad de interiorización, autoobservación e inteligencia emotiva. Prueba de que se pueden narrar los acontecimientos de la vida sin hacer experiencia de la propia historia. En otras palabras, sin darle significado a dichos acontecimientos: se habla mucho sin decir nada.
Hay un tercer tipo de situación que puede ser aún más desafiante. El acompañado es capaz de articular un discurso coherente, con ideas claras, con conceptos bien definidos, incluso con acertividad y «empatía». Son los que nos dicen aquello que nos gustaría oir como formadores, es más, son los que nos dicen siempre aquello que esperamos escuchar. Cuando escuhamos a un seminarista o formando así, la primera impresión puede ser positiva.
Este chico o chica, incluso habla con «libertad» de sus «debilidades» y «dificultades». No obstante, siempre lo hace en los términos ajustados a las expectativas del acompañante o formador. Cuando todo parece «perfecto» hay que poner la duda. ¿Hay una verdadera internalización del proceso formativo, de los valores que presentamos o simplemente complacencia? ¿Qué puede estarse escondiendo detrás de lo que parece perfecto? El formador o acompañante atento puede percibir esta una anomalía. De allí que la mirada del acompañante debe ampliarse siempre. Debemos ir más allá de los valores proclamados y asomarnos a las actitudes vividas en la cotidianidad, especialmente, en la relación con los demás. Nuevamente apelamos a la elocuencia de las emociones más que a la de las palabras.
Aprender una metodología
Estudiar el tema del acompañamiento no es una cosa banal. Damos por sentado que sabemos acompañar porque nos sentimos en capacidad de escuchar y dar buenos consejos. No obstante, son muchas las ocasiones en las que, delante de quienes tenemos la responsabilidad de acompañar, simplemente no sabemos qué hacer. No acertamos a la hora de abordar una determinada situación o tema. A veces, simplemente, no somos capaces de organizar los datos que vamos recogiendo, interpretarlos. Pero, hay una buena noticia: siempre se puede mejorar. Propondremos ahora tres pasos metodológicos que representan tres momentos diferentes en el proceso de acompañamiento según la metodología de los coloquios de crecimiento vocacional.2
Primer paso: Ver
El primer paso metodológico nos indica que para acompañar vocacionalmente no basta la teoría. Hemos insistido hasta aquí en la necesidad de la formación específica de los acompañantes o formadores. Es indispensable desarrollar las capacidades naturales para la escucha y adquirir las herramientas necesarias para interpretar la realidad del otro. Pero como todo arte y el acompañamiento vocacional lo es, se perfecciona en la experiencia. Ver significa entrar en contacto con la realidad del otro. Acercarnos al concreto de su propia vivencia, de su experiencia vocacional. Pero también, a los dinamismos de su personalidad a través de los cuales el Misterio se expresa. No hay verdadero acompañamiento si no nos implicamos en la vida y en el caminino vocacional del otro. Quien no esté dispuesto a esto, renuncie a la tarea formativa.
Por ahora, nos detendremos en un aspecto clave en este primer paso del ver: la acogida.
La acogida.
Probablemente el punto más crítico al incio del proceso de acompañamiento vocacional sea precisamente el inicio. Como acompañantes debemos estar en capacidad de acoger al otro. Esto supone romper gradualmente la distancia e ir estableciendo la relación de acompañamiento sobre la base de la confianza mutua. El primer encuentro de entrevista vocacional o coloquio, debe tener como objetivo favorecer el establecimiento de esta «alianza formativa» entre acompañante y acompañado.
Como principio fundamental: nada puede improvisarse. Y lo primero que se debe tener presente es el lugar. El acompañante debe preparar el lugar del encuentro. Tomar el tiempo para asegurarse de que esté limpio, bien iluminado, que sea cómodo. Sobre todo, y esto debe quedar claro desde el comienzo, que se trata de un lugar seguro. Donde se puede decir cualquier cosa sin temor, dónde nadie más va a oir lo que se converse.
Es importante que la entrevista o coloquio regular tenga ocasión en el mismo sitio. La experiencia del coloquio se va a ir asociando a un determinado lugar y esto favorece la confianza y el sentido de seguridad. Por otro lado, tener un lugar fijo y bien dispuesto le confiere seriedad al proceso. Aunque pueda darse la ocasión más bucolica de un paseo al aire libre, esto no puede ser lo habitual. Por esta razón, nuestras casas de formación deben disponer de espacios pensados y acondicionados de manera específica para desarrollar en ellos las entrevistas o coloquios.
Cosas que debe tener presente el acompañante al iniciar el proceso
- Tener clara la meta. «Vivir la vocación como un díalogo libre de amor que nace de la comunicación de Dios al hombre y culmina en el don sincero de sí mismo». En este sentido, el acompañante debe presentar desde el comienzo y con mucha claridad el ideal y los valores vocacionales con todas sus exigencias (Eclo 2).
- El coloquio personal. Es la herramienta principal del acompañamiento vocacional. Aquí nos basta con señalar que no puede ser ocasional. El coloquio o entrevista vocacional debe prepararse, programarse y articularse con el proceso formativo de manera integral. Pero sobre todo, debe ser el espacio personal para manifestar la vivencia concreta del proceso vocacional. Aunque resulta impensable un seminario o casa de formación donde a penas se entrevista a los formandos, existen no pocas excepciones. Hoy es una exigencia ineludible ofrecer un espacio de acompañamiento personalizado y el coloquio o entrevista es la mejor herramienta de la cual disponemos.
- Procurar un conocimiento suficiente del acompañado. ¿Cómo se encuentra? ¿Cuál es su situación actual? ¿Cómo ha sido su proceso de discernimiento previo? La entrevista se prepara. Y en la primera teniendo un adecuado conocimiento de los informes previos del formando. Cualquier información que nos pueda ser útil sobre la persona puede ayudar. No obstante, las entrevistas irán aportando los datos que se irán recabando en la «ficha personal del acompañado». Poco a poco el acompañante deberá construir un «mapa de la persona» cuyos contenidos presentaremos más adelante.
- No agotarlo todo en un solo encuentro. La paciencia todo lo alcanza, decía Santa Teresa de Jesús. En el caso del acompañamiento vocacional este es un principio básico. Un coloquio o entrevista vocacional no debería durar más de 45 min. Si aún hay materia que trabajar, lo mjeor es indicar a la persona que es importante seguir profundizando y darse el tiempo. Es preferible tener varios encuentros a lo largo de una semana que dos o tres horas de narrativas interminables. Espaciar los tiempos e invitar a profundizar indicando con preguntas oportunas aquellos aspectos que se quieran seguir trabajando. El tiempo ayuda a la profundización y a resituar las cosas, tanto para el acompañado como para el acompañante.
- Cierta claridad del proceso a realizar. Esto nos indica que no puede darse un acompañamiento que no se enmarque dentro del proyecto formativo más amplio. En el proyecto integral de formación deben quedar claras las etapas, los objetivos por dimensión y los perfiles que permitan evaluar el proceso general. Aunque el tema del coloquio siempre debe aterrizar en la vivencia concreta del sujeto acompañado, no podemos olvidar que esta vivencia forma parte de un itinerario vocacional. No hacemos terapia psicológica, acompañamos procesos vocacionales. Tener delante el proyecto integral de formación y el itinerario formativo, permiten una referencia al camino que se está proponiendo y a los valores que en el proceso educativo se buscan internalizar. Hablar de la vivencia del proceso formativo en todas sus dimensiones no puede darse por descontado aunque muchas veces el coloquio tome derroteros diferentes, no obstante, siempre debemos poner el ancla en la referencia al proyecto formativo.
- Aprender a estar. Acaso no haya una tarea más importante en el proceso formativo que la presencia. El formador ausente no acompaña. Compartir la vida con los formandos, incluso los servicios de la casa, actividades pastorales, visita a las familias etc., nos pone en el conocimiento existencial directo con el formando. Ver, especificar, darse cuenta del modo concreto en que vive su proceso, su relación con Dios y con los demás. La entrevista o coloquio vocacional siempre tendrá una mayor profundidad cuando se ha compartido la vida con el acompañado.
- Orar por el acompañado, por su proceso, por su camino. Antes y después de la entrevista, encuentro o coloquio, conviene siempre recordar que somos instrumentos en las manos de Dios y que la tarea formativa es una misión que se nos encomienda, que nuestra ayuda debe dar lugar al encuentro con el verdadero maestro que es Jesucristo. Por eso, debemos dedicar tiempo a orar y poner en manos del Señor el momento del encuentro y los frutos que de él puedan nacer.
En la proxima serie de artículos avanzaremos en los siguientes dos pasos metodológicos: escuchar – actuar
- Pueden verse otros artículos a propósito del tema: https://pastoraldelavocacion.org/wp-admin/post.php?post=1481&action=edit
https://pastoraldelavocacion.org/wp-admin/post.php?post=1595&action=edit ↩︎ - Sugerimos ampliamente la lectura de este artículo que nos habla de la naturaleza y fin de los coloquios de crecimiento vocacional como herramienta pedagógica en el proceso educativo y de acompañamiento vocacional http://www.isfo.it/files/File/Spagnolo/e-Roveran04.pdf ↩︎
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