En el umbral del Sínodo de este próximo mes de octubre, queremos dejar una breve reflexión sobre el ministerio y la sinodalidad así como los retos que plantea a la formación de los presbíteros y algunas claves para la discusión a la hora de pensar una formación desde la Iglesia.
¿Qué tiene que aportar el camino sinodal a la formación? Partamos de un principio: el perfil del ministro emerge del modelo de Iglesia en la que se encuentra y a la que ha de servir. Esto significa que a la hora de pensar el ministerio ordenado y los procesos formativos, se ha de tener como referencia permanente a la Iglesia: como punto de partida del acontecimiento vocacional y como punto de llegada en la misión y el servicio. Se trata entonces de pensar la formación sacerdotal desde la Iglesia a partir del modelo de Cristo Buen Pastor. Teniendo en cuenta esta premisa, abordaremos el tema de la sinodalidad como elemento que cualifica y orienta todo ministerio en la Iglesia, especialmente el de los ministros ordenados. Finalmente, en el horizonte sinodal esbozar los atributos identitarios del presbítero y como estos perfilan a su vez el horizonte de valores en el proceso de internalización e identificación que se desarrolla en todo itinerario formativo.
Sinodalidad y ministerio
El camino sinodal aparece hoy como el fruto maduro del proceso de renovación eclesial iniciado por el Concilio Vaticano II. La importancia de comprender el significado de dicho proceso es fundamental si a partir de allí queremos deducir una nueva comprensión de la ministerialidad y más aún del perfil identitario del presbítero que se propone en dicho proceso.
Aunque el término y el concepto de sinodalidad no se encuentren explícitamente en la enseñanza del Concilio Vaticano II, se puede afirmar que la instancia de la sinodalidad se encuentra en el corazón de la obra de renovación promovida por él. En efecto, la eclesiología del Pueblo de Dios destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios. El concepto de comunión expresa en este contexto la sustancia profunda del misterio y de la misión de la Iglesia, que tiene su fuente y su cumbre en el banquete eucarístico. Este concepto designa la res del Sacramentum Ecclesiae: la unión con Dios Trinidad y la unidad entre las personas humanas que se realiza mediante el Espíritu Santo en Cristo Jesús. La sinodalidad, en este contexto eclesiológico, indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi)de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora.[1]
En términos de recepción de la doctrina conciliar sobre la Iglesia, el parágrafo citado del documento sobre la sinodalidad de la Comisión Teológica Internacional, muestra no sólo un modelo de Iglesia, aquella que se perfila ya en los documentos conciliares, sino que subraya la centralidad del carácter sinodal de la Iglesia. La sinodalidad reúne en sí los dos elementos fundamentales de la eclesiología conciliar: comunión y participación, en un sentido dinámico orientado a la misión evangelizadora. Se parte así de lo expresado en Lumen Gentium (11) sobre la común dignidad y misión de todos los bautizados en la multiplicidad de dones, carismas y funciones en las que se manifiesta la riqueza interna del Pueblo de Dios. En segundo lugar, el concepto de comunión «que expresa la sustancia profunda del misterio y de la misión de la Iglesia» y se manifiesta de manera singular en la celebración eucarística. La afirmación que se deduce es clara: la sinodalidad es el modo de ser de la Iglesia y su modo de estar en medio del mundo.
Formar para la sinodalidad
El proceso sinodal no añade nada a la identidad del ministro que no se contenga en la eclesiología del Concilio. Pero si resitúa esta identidad al interno de la Iglesia y no fuera de ella. Precisamente en aquel conjunto de relaciones que brotan de la Trinidad y se realizan en la edificación del Cuerpo de Cristo, misterio de comunión y signo visible de la unión de Dios y de la humanidad. El punto de partida es la común dignidad (LG 32) de los fieles reunidos en Cristo como hermanos que, en virtud de la misma unción, participan, cada uno a su modo, de la única misión de la Iglesia, incluyendo su vocación sacerdotal y profética (LG 34-35). En el caso de los ministros ordenados, como ya habíamos visto, puesto que «poseen la sagrada potestad, están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios, y tienen, por tanto, la verdadera dignidad de cristianos, aspirando al mismo fin, en libertad y orden, lleguen a la salvación» (LG 18).
¿Qué ministros para qué Iglesia?
Los rasgos identitarios del presbítero deben plantearse dentro de un proceso formativo que favorezca la internalización de los valores que señalan el horizonte ministerial de los seminaristas[2]. Si el horizonte de partida de esos valores es el poder, derivado de una interpretación reductiva del sacramento que configura a «Cristo Sumo y Eterno Sacerdote», desemboca en un modelo de ministro que se ubiba siempre delante de la comunidad y sobre ella. El objetivo de la formación, que invariablemente es formar a Cristo Pastor en el corazón del discípulo, estará investido de una idealización sacralizada del perfil del ministro.
Esto puede resultar problemático, pues genera una tensión interna en la psiquis del formando, no ya con relación a los valores terminales o instrumentales, sino a un ideal que suprime y no favorece la integración de la propia humanidad (profana) del formando: «…el afán de ser “santos” y de representar la perfección de su oficio, exaspera la necesidad que tienen de reconocer la dimensión creada y a veces “empecatada” de su humanidad».[3]
Contemplar al Hijo de Dios encarnado
En este sentido, el itinerario formativo debe partir, necesariamente, de la contemplación del Cristo encarnado: «Un presbítero, sacerdote o cura, debería ser ante todo una persona profundamente humana, tal como llegó a serlo el Hijo de Dios encarnado»[4]. Esto se debe traducir en una formación que evite el desarraigo artificial de los seminaristas del contexto eclesial del cual provienen y al cual estarán destinados como servidores.
Si el sacerdocio ministerial tiene un carácter constitutivamente funcional y únicamente puede existir en la forma radical del servicio al Pueblo de Dios,[5] la identidad profunda del ministro ordenado, que brota de la relación con Cristo y con la Iglesia, no se segrega de su función. Se trata entonces de hacer el paso entre saberse elegido (en sentido personal) a saberse elegido para (en sentido eclesial). En esta línea, el proceso sinodal, en su etapa continental, ha puesto de relieve una serie de desafíos a la formación que no podemos pasar por alto.
¿Que le ha dicho hasta ahora el camino sinodal a los procesos formativos?
La inmensa mayoría de las síntesis señalan la necesidad de proporcionar formación en el tema de la sinodalidad. Las estructuras no son suficientes por sí solas: es necesario un trabajo de formación permanente que apoye una cultura sinodal generalizada, capaz de articularse con las particularidades de los contextos locales, para facilitar una conversión sinodal en el modo de ejercer la participación, la autoridad y el liderazgo en el desempeño más eficaz de la misión común de toda la Iglesia. (DEC 82)[6].
El documento de trabajo para la etapa continental, inspirado en la cita de Isaías 54, 2 «Ensancha el espacio de tu tienda», aborda el tema de la formación señalando la necesidad de prever una formación específica para la sinodalidad. Esta formación específica retoma la necesidad de ofrecer una visión integral del itinerario formativo incluyendo la dimensión social y práctica.[7] La novedad es que esta formación sea dirigida no sólo a los futuros pastores, sino a las comunidades cristianas locales en las que se implica la participación de todos los cristianos, sean pastores o laicos.
Por otro lado, el documento señala algunos desafíos específicos para la formación de los futuros presbíteros. La larga formación en el seminario apunta a la consolidación de un perfil sacerdotal y a la vida sacerdotal, paradigma de la Pastores dabo vobis, sin embargo, no parece capaz de formar para lo que el documento llama «la coordinación pastoral». Esto implica una específica formación, teórico y práctica para la colaboración, la escucha recíproca y la coparticipación en la misión, elementos esenciales a la formación sacerdotal hoy.
Camino sinodal: moda o conversión
El riesgo que parece surgir en el horizonte de la reflexión es hacer del proceso formativo para la sinodalidad una suerte de adaptación y no de una auténtica conversión. Es aquí donde entra de lleno el tema de la espiritualidad y la formación en una espiritualidad sinodal. En este sentido, en el apartado sobre la espiritualidad el documento sugiere:
… (la espiritualidad sinodal) no puede dejar de alimentarse de la familiaridad con el Señor y de la capacidad de escuchar la voz del Espíritu: «el discernimiento espiritual debe acompañar la planificación estratégica y la toma de decisiones, de modo que todo proyecto sea acogido y acompañado por el Espíritu Santo» (Iglesia católica greco-melquita). Por eso necesitamos crecer en una espiritualidad sinodal. (DEC 84)[8]
Una espiritualidad capaz de acoger las diferencias, promover la armonía incluyendo el desafío de caminar juntos en medio de los desencuentros. Formar al discernimiento personal y comunitario que brota de la escucha atenta a la Palabra de Dios y a los signos de los tiempos, elementos señalados en su momento, de manera seminal, por el propio Concilio en la Optatam Totius, cuando entrega a las conferencias episcopales y regionales la iniciativa de mantener centros de formación de presbíteros de acuerdo a las necesidades propias, integrando a las materias específicas de la formación académica, otras dirigidas a promover la escucha y el servicio de la Palabra de Dios y el análisis de la realidad.
Todos estos elementos confluyen en lo que podrían ser las claves formativas para tener en cuenta a la hora de plantear procesos educativos que se pongan al servicio del modelo eclesial que propone el Concilio. Esto implicaría el revaluar el perfil del ministro en la línea de la eclesiología del Vaticano II, que encuentra en el proceso sinodal su expresión más madura. No se trata de partir de cero, sino acoger aquellos elementos que favorecen este perfil y los procesos de identificación en el acompañamiento vocacional, teniendo en cuenta los grandes lineamientos que ya se esbozan en este sentido en la Ratio Fundamentalis.
Claves para una formación sinodal
- El camino de la fe y el camino de la vocación son un único camino. Si la formación de los sacerdotes hace parte del «único camino discipular» que comienza con el bautismo y continúa durante toda la vida,[9] el proceso formativo no puede establecer una escisión entre la fe recibida de la Iglesia y las sucesivas etapas de formación incluyendo de manera específica la formación inicial en el seminario. La fe del candidato al sacerdocio nace de una comunidad que ha conservado y trasmitido esa fe, entiéndase familia, parroquia, movimiento eclesial. Esta misma fe se vive y expresa de manera personal en las diferentes vocaciones que enriquecen al Pueblo de Dios en su diversidad de dones y carismas. Por tanto, la primera clave a tenerse en cuenta es la referencia a la fe de la Iglesia como punto de partida del acontecimiento vocacional, por la que se comprende que la vocación tiene su origen en la Iglesia, como lugar de crecimiento la Iglesia y como destino el servicio a la Iglesia.
- Contemplar a Cristo Sacerdote, Buen Pastor, Siervo y Esposo. En pocas palabras, estar con Jesús y como Jesús. El Dios que se revela en Cristo es comunidad de personas que en su designio de amor quiere llevar a los hombres a esta comunión de vida con Él. En Cristo el hombre se hace hijo y hermano. El ministro situado como Jesús en medio de sus hermanos y hermanas como aquel que sirve encuentra en el misterio de la encarnación la raíz de su propia identidad. Una espiritualidad que se alimente de la contemplación de Cristo encarnado favorecería una humanización del ministerio insertándolo en medio de las realidades concretas de la vida de la Iglesia, donde el elemento «sagrado» no constituya una fractura sino una posibilidad que invite a descubrir la presencia de Dios en medio de su pueblo en su peregrinar histórico.
- Formar ministros de la escucha y el discernimiento. En pocas palabras, formar hombres capaces de sentir con la Iglesia y con el mundo, capaces de dialogar y discernir la voz del Espíritu con otros, evitando las posturas ideológicas defensivas. Pastores que sean líderes de sus comunidades como sujetos de comunión sabiéndose copartícipes de la única misión de la Iglesia.
- Corresponsabilidad en los procesos formativos. Obispos, presbiterio y comunidad cristiana, sin restarle valor a los equipos formativos, deben comprender su responsabilidad de primer orden en la formación de los candidatos al sacerdocio. Esta responsabilidad debe traducirse en una presencia efectiva de los agentes pastorales y profesionales laicos en la tarea educativa de los futuros ministros. Esta corresponsabilidad favorece la inserción de las estructuras formativas en la realidad concreta de las iglesias particulares, evitando con ello convertir el seminario y casas de formación en burbujas de cristal o islas donde las relaciones artificiales y muchas veces asimétricas entre formadores y formandos desdibujan el desarrollo humano y los procesos normales de maduración e internalización de valores, favoreciendo por el contrario actitudes abusivas.
Conclusión
La idea fundamental que esta reflexión quiere subrayar es que el modelo eclesial constituye el criterio irrenunciable en la formación de los ministros. El sacerdocio de ayer es como ahora el sacerdocio de Cristo. Pero su comprensión se sustenta en unos modelos eclesiales que han venido transformándose a fin de manifestar de una manera más clara los rasgos del Buen Pastor. En este sentido, hablar de una comprensión ministerial según el modelo eclesial del Vaticano II, inserta la reflexión del ministerio en el conjunto del misterio de la Iglesia Pueblo de Dios. En ella encuentra su fundamento e identidad toda expresión ministerial y a ella debe estar referido todo ministerio. La identidad del ministro ordenado se inserta en este cuadro de relaciones que tienen su origen en el misterio de Dios y se realizan en el misterio de la Iglesia, comunidad de fe, esperanza y caridad que vive su peregrinar hacia el Reino bajo el signo visible de la comunión y la participación de todos sus miembros en la única misión.
Por esta razón, no puede pensarse el ministerio sin la Iglesia y mucho menos la Iglesia a partir del ministerio. Es el ministerio el que ha de pensarse y repensarse a la luz del misterio de la Iglesia Pueblo de Dios. El camino sinodal plantea no un nuevo modelo de Iglesia, sino la expresión madura de la eclesiología conciliar, es decir, el modo de ser Iglesia a partir del Vaticano II. El modelo de ministro que emerge de la eclesiología conciliar debe expresar en su perfil los rasgos identitarios de una Iglesia Sinodal. Estos rasgos son los de un ministerio que nace en la Iglesia y al servicio de la Iglesia. Un ministerio que comparte la responsabilidad de la misión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios y se pone al servicio del sacerdocio común.
Formar bajo un modelo sinodal de Iglesia implica una conversión profunda de las estructuras y un compromiso consciente con las claves formativas que exige el propio proceso, especialmente, el de formar a los ministros de la iglesia en una relación directa y arraigada con la comunidad de fe a la que van a servir, así como la implicación de dicha comunidad en todas las etapas del proceso formativo. Formar para la escucha, el discernimiento, el liderazgo y la participación corresponsable.
[1] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL. La Sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia.https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_20180302_sinodalita_sp.html. Visto el 24 de mayo de 2023.
[2] MILITELLO, C. Sinodalitá e riforma della Chiesa: lezioni del passato e sfide del presente. 108.
[3] COSTADOAT, J. “Desacerdotalizar” el ministerio presbiteral: un horizonte para la formación de los seminaristas. Seminarios Nº 231-2022, Vol. 67, pp. 260-261.
[4] Ibid.
[5] Cfr. VITALI, D. Lumen Gentium: storia, commento, recezione. 64-65.
[6] DOCUMENTO TE TRABAJO PARA LA ETAPA CONTINENTAL: ENSANCHA EL ESPACIO DE TU TIENDA. https://www.synod.va/es/synodal-process/la-etapa-continental3.html. Visto el 27 de mayo de 2023, p. 40
[7] Ibid. 40
[8] Ibid. 44
[9]RFIS p. 10
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